viernes, 19 de junio de 2015


  

     “Somos todo el pasado, somos nuestra sangre, somos la gente que hemos visto morir, somos los libros que nos han mejorado, somos gratamente los otros."  

Jorge Luis Borges,  Prólogo de Obras Completas en Colaboración, 1979.

     Somos, no sólo los libros que nos han mejorado sino  también esos maravillosos autores que –descubiertos en nuestra adolescencia- nos han formado.  Más allá de mi reconocimiento de que he leído a partir de Borges, siguiendo sus preferencias en la conformación inicial de mi biblioteca personal, otro de los autores del que me siento vinculada casi en forma filial es Charles Baudelaire.
 
     Leí por primera vez Las Flores del Mal a los catorce o quince años, en una edición barata que conseguí sacar en préstamo de la biblioteca de mi colegio, el Inmaculada Concepción de Lanús (“conseguí” es literal, la monja que fungía de bibliotecaria me lo negó varias veces).  Ya convencida de mi destino de artista a mediados de mis veinte pinté una serie de obras inspiradas en sus poemas, mi serie de Las Flores del Mal, a la que pertenece La Autonomía de lo Bello, obra perdida hace más de veinte años pero que hasta hoy me marca ya que  un pequeño fragmento de ella es mi avatar en las redes sociales y mi firma visual.




     Hace unos días, la edición on-line de El Cultural (http://www.elcultural.com/) publicó un artículo sobre una nueva edición de Las Flores del Mal con las correcciones hechas en su oportunidad de puño y letra por su autor.



    Extraigo del artículo:

(…)  Queda en estas pruebas claro el modo de trabajar de Baudelaire, su ojo crítico, su perfeccionismo y rigor intelectual y artístico para con su propia obra. Baudelaire tacha y rectifica a pluma todo lo que le parece incorrecto, corrige una coma mal puesta, pide que se modifique el tipo de letra, exige el cambio de la ortografía de una palabra... Así, hay poemas que fueron corregidos en varias ocasiones. (…)

Baudelaire, con fama de poeta maldito y aura de artista descuidado, se descubre aquí como un autor muy comprometido con el resultado final de su obra, escrupuloso hasta en el más mínimo detalle: defensor de la coma, del acento agudo así como del grave, del uso o no del circunflejo... las incontables correcciones de Baudelaire dieron constantes quebraderos de cabeza a su editor, que veía como una y otra vez el poeta se dirigía a él con nuevos cambios, añadidos y cortes. En la primera página se queja el editor: "Mi querido Baudelaire, llevamos dos meses para imprimir cinco hojas de Las Flores del mal".

A modo de ejemplo, en el margen de Bendición, uno de los primeros poemas de la recopilación, Baudelaire se cuestiona incluso la palabra "blasfemia" tal como está impresa en las pruebas. "Blasphême ou blasphème? Gare aux orthographes modernes! (tenga cuidado con la ortografía moderna)", advierte. Las estrofas son modificadas, así ocurre en "Un viaje a Citerea" y la falda de su musa no se abre "a las ligeras brisas" sino "a las brisas pasajeras". Las dos últimas estrofas de "Spleen", uno de sus poemas más conocidos las llega a reescribir por completo, dando una versión final totalmente distinta a la original; asimismo, Baudelaire también eliminó la mitad de los versos de la última estrofa.

El libro llegó a las librerías, finalmente, el 25 de junio de 1857, en edición de Poulet-Malassis y Broise. Es la consagración para el poeta que, como testimonian sus contemporáneos, habría terminado la composición de la mayor parte de su colección a principios de los años 50. Días después de la publicación de Las Flores del mal, Baudelaire provocó las iras de la prensa. La dirección de Seguridad Pública lo llevó ante la justicia por ofender la moral pública y religiosa. (…)



     En el ámbito donde me muevo, en el que reina el llamado “arte contemporáneo”, con sus performances, instalaciones y vídeo-arte, compruebo diariamente el oportunismo, la falta de rigor técnico y el desprecio constante por la calidad y la aspiración de excelencia. Suelo sentir que voy contra la corriente, que estoy en una sintonía de onda divergente.  Hay veces que dudo, que supongo que si lo otro es arte ¿qué estoy haciendo yo?  Pero también hay días como hoy, que me demoro en la relectura de mis fuentes, de esos otros que me componen, y comprendo que si te educan para la aspiración y la insatisfacción, para no conformarte nunca y exigirte cada vez más, para la constante búsqueda de la perfección, difícilmente uno pueda negociar con la conveniencia, la moda y la oportunidad.   Es verdad:  "Somos gratamente los otros".




Post data: En homenaje, uno de mis gatitos se llamó Baudelaire.  Lo encontré abandonado en una obra en construcción en Avellaneda y fue el adorable modelo de una de mis primeras Máscaras:







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