“Sabed
que el gran secreto de nuestro arte es gobernar a los hombres, y que la
única manera es no decirles nunca la
verdad. No os comportéis según las
reglas del buen sentido; desafiad a la razón y presentad con valor las
absurdidades más increíbles. Cuando
sintáis que estos grandes principios flaquean, retiraos, recogeos en meditación
y recorred la tierra; veréis entonces que las extravagancias más absurdas se
convierten en objeto de culto. (…) La tumba de san Medardo ha reemplazado la
sombra de san Pedro, la cubeta de Mesmer la piscina del filósofo nazareno;
recordaos que el primer resorte de la naturaleza, de la política, de la
sociedad es la reproducción, que la quimera de los mortales es ser inmortales,
conocer el futuro aunque ignoran el presente, ser espirituales, mientras que
ellos y todo lo que los rodea son materia. (Marqués de Luchet Mémoires autentiques pour servir á
l´histoire du comte de Cagliosto – Berlin 1785.)”
Umberto
Eco, Entre Mentira e ironía Random House Mondadori S.A. Uruguay 2013, pág.
24/25.
Eco cita este pasaje en su ensayo
sobre Cagliostro y el Conde de Saint-Germaine (Migraciones
de Cagliostro), quienes para nosotros hoy serían dos imprensentables farsantes
vividores que más que admiración nos causarían risas y a los que jamás
tomaríamos en serio. Sin embargo, la
argumentación que se les atribuye no dista mucho de los principios que nuestros
políticos aplican cada día y sin embargo ahí siguen, ejerciendo el poder, desgobernando la
Nación y arruinándonos la vida un poquito más a cada minuto. La única manera de gobernar es no decir
nunca la verdad. Creo que
deberíamos juntar el desparramo de la mesa, barajar y dar de nuevo. Algo no cierra en esto de las democracias “populistas” latinoamericanas. Al menos yo ya me estoy hartando del “desafiad
a la razón y presentad con valor las absurdidades más increíbles” que
se trasluce en cada discurso, en cada cadena nacional y en cada acto de
gobierno. ¿Podemos evolucionar, por
favor? ¿Podemos priorizar por un rato el
sentido común? Pareciera que nunca
llegamos al límite del ridículo y del disparate bizarro. ¿Sigue habiendo más? Pareciera…
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