sábado, 13 de junio de 2015



         Para un artista sin galerista, sin dealer, ni representante,  ni agente de prensa, ni publicista, ni coach, ni community manager ni ninguno de sus múltiples etcéteras no está reservada ni la fama ni el dinero.  Eso si  nos basamos en la experiencia de Jeff Koons –el artista vivo más cotizado según rezan las crónicas-, quién en un reciente reportaje cuenta:

"–Aun así, hoy su estudio podría compararse a la Factory…
-Actualmente hay unas 160 personas trabajando en mi estudio. Hay quien gestiona la oficina, el correo y la web, y quien me ayuda en cuestiones creativas. Algunos esculpen, otros pintan y hay quien colorea las esculturas. Trabajo con gente porque lo último que quiero es encerrarme en un estudio solo. Quiero interactuar. Utilizo diferentes recursos como una extensión de mis dedos. Si un artista coge un pincel, ¿son las cerdas las que pintan o la mente que hay detrás?"



      Evidentemente, si pretendemos hacer el mismo trabajo que 160 personas por fuerza algo haremos chapuceramente.  Si uno compara su solitaria realidad con semejante despliegue debería ir ya mismo a revolear la paleta por el balcón y tirar los pinceles a la basura.  Pero, ¿para qué?, si de todas formas volveríamos a comprar lo necesario y reanudaríamos al cabo esta sinrazón.

     Insulté un rato más a Koons y su exitosa política cirquera, pero después terminé de leer el reportaje y acabé simpatizando con su último comentario: 

     "-Siempre he pensado que uno es “artista estrella” cuando es capaz de conectar con la gente. Desde el inicio de mi carrera, he tenido claro que el camino hacia el arte es la confianza en uno mismo, en apostar una y otra vez por tus intereses. En insistir. Ese es el secreto para alcanzar un estado totalmente metafísico."

     Insistir.  En eso coincidimos.  Insistir.  Prueba y error. Por qué sí y sin certezas (y, en nuestro caso, sin ningún tipo de recompensas).  Insistir.  Y quién sabe, y a quién le importa…





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