Ailurofilia
Nunca
había oído esta palabra, que al parecer
deviene del griego aíluros (gato) y philia (amor a). El
contexto del comentario donde la encontré hace pensar a la ailurofilia como una conducta
negativa, el síntoma patológico de algo.
A mí
siempre me han gustado (mucho) los
gatos (aunque también los perros, los
caballos y cualquier otro animal);
siempre he convivido con algún minino y retratarlos sigue siendo una
satisfactoria debilidad.
Tanto a ellos, los chiquitos de la familia, como a sus primos mayores...
En Huellas, mi gato Duvalier (un gordo gato negro,
apacible y benevolente al que cariñosamente llamábamos Chucho) caminó con sus patitas embadurnadas en tempera aguada
sobre la obra para dejar las marcas que
luego remarqué con óleo:
¿Acabo de
descubrirme un nuevo rasgo psicótico? ¿Debería
ponerme paranoica al respecto? ¿Agrego otra
manifestación de extrema rareza a mi personalidad, que reclama a gritos aparcar mi nave en el puerto
del psicoanálisis? O será solo una nueva
y bonita palabra que me sorprende (la última había sido derecho de pontazgo)
y que difícilmente pueda insertar en alguna frase...
Miro a mi gata Catalina esperando una repuesta que calme mi nueva inquietud. Obviamente, Catalina me ignora de ese modo magnífico que sólo los gatos pueden esgrimir. Y yo no puedo ser mas ailurofílica (¿se dirá así?) de lo que ya soy porque no me cabe en el cuerpo. ¡Bichos lindos los gatos!
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