miércoles, 24 de junio de 2015

     Ailurofilia



     Nunca había oído esta palabra, que  al parecer deviene del griego aíluros (gato) y philia (amor a).   El contexto del comentario donde la encontré  hace pensar  a la ailurofilia como una conducta negativa, el síntoma patológico de algo. 


     A mí siempre me han gustado (mucho) los gatos (aunque también los perros, los caballos  y cualquier otro animal); siempre he convivido con algún minino y retratarlos sigue siendo una satisfactoria debilidad.   



     Tanto a ellos, los chiquitos de la familia,  como a sus primos mayores...




     En Huellas, mi gato Duvalier (un gordo gato negro, apacible y benevolente al que cariñosamente llamábamos Chucho) caminó con sus patitas embadurnadas en tempera aguada sobre la obra  para dejar las marcas que luego remarqué con óleo: 



     ¿Acabo de descubrirme un nuevo rasgo psicótico?  ¿Debería ponerme paranoica al respecto?  ¿Agrego otra manifestación de extrema rareza a mi personalidad, que reclama a gritos aparcar mi nave en el puerto del psicoanálisis?  O será solo una nueva y bonita palabra que me sorprende (la última había sido derecho de pontazgo) y que difícilmente pueda insertar en alguna frase...  

    Miro a mi gata Catalina esperando una repuesta que calme mi nueva inquietud.  Obviamente, Catalina  me ignora de ese modo magnífico que sólo los gatos pueden esgrimir.  Y yo no puedo ser mas ailurofílica (¿se dirá así?) de lo que ya soy  porque no me cabe en el cuerpo.  ¡Bichos lindos los gatos!











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