martes, 16 de junio de 2015



     Es sabido que un artista –salvo dudosas excepciones- no vive del arte y que se ve obligado, si pretende sobrevivir, a trabajar de otra cosa a fin de obtener una remuneración.  Ergo, yo trabajo de otra cosa.  Y en esa actividad paralela con la que me gano el sustento y cubro los gastos que genera pintar (que es muy caro, ¿lo dije, no?), lidio con personas.  Personas que gustan de hablar, que se obstinan en no ir nunca en forma directa al punto de la cuestión, y que me hacen perder demasiado tiempo en tareas que podrían hacerse en un diez por ciento de ese tiempo derrochado.

     Esta realidad de mi cotidianidad laboral ha acentuado mi propensión al desdoble, desarrollando en la práctica el escuchar el parloteo superficial con un pedacito de mi cerebro mientras que con otro  divago en mis cosas.  En un tercer sector coordino una expresión facial de cortés interés y elaboro las frases de rigor que se requieren.  Puede que en alguna otra parte automáticamente genere la respuesta concreta que la consulta técnica amerite, porque suelo en el mismo momento confeccionar la documentación para que el cliente en cuestión firme antes de irse.  Esquizofrenia útil.


    Ayer lunes, la buena mujer –que debería haberme pasado la información en cinco escuetos minutos- llevaba más de media hora hablando, por lo que me adentré en las consideraciones de los últimos detalles de mi Bandeja Enmascarada #6.  Tenía que encontrar las plumas que fueran otrora la máscara  modelo para Trampa, una obra que vendí en Parque Lezama hace ya unos veinte años.  La máscara se había roto, las plumas despegado y yo las había guardado para usarlas alguna vez en otra cosa.  Ahora era el momento pero no me acordaba dónde las había puesto.


  

     La buena mujer me explicaba lo que había pasado cuando los suyos se fueron de la vida, y por un instante estuve a punto de preguntar cordialmente a dónde habían viajado.  El instinto me evitó el ridículo y me hizo comprender al cabo que lo que estaba diciendo era que se había muerto.  Cómo de un inquilino que no paga había llegado al punto de explicarme los planos astrales y la realidad del más allá a donde van las almas y –según ella-iríamos nosotras también, es algo que nunca se porque se ve que en esos eslabones me distraigo.  Mi corazón y mi interés estaba en las plumas, acá, en este plano y en esta vida.  Para terminar la #6

     Me prometí hacer una pausa después, darme permiso para lo que sea antes de emprender las otras seis bandejas restantes.  Por eso tengo que encontrar las plumas, porque el fin de fiesta serán plumas verdes,  flecos rojos y encaje blanco. La #6 propende al colorinche, legado de las maracas de carnaval que la originaron.     (Los lunes y los jueves son los días que atiendo gente, y son necesariamente los días que más horas paso encerrada en la oficina.  La inmovilidad física potencia la movilidad mental, pero eso no garantiza la coherencia de mis pensamientos ni la lógica en mis determinaciones.)  





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