Es sabido
que un artista –salvo dudosas excepciones- no vive del arte y que se ve
obligado, si pretende sobrevivir, a trabajar de otra cosa a fin de obtener una
remuneración. Ergo, yo trabajo de otra cosa.
Y en esa actividad paralela con la que me gano el sustento y cubro los
gastos que genera pintar (que es muy
caro, ¿lo dije, no?), lidio con personas.
Personas que gustan de hablar, que se obstinan en no ir nunca en forma
directa al punto de la cuestión, y que me hacen perder demasiado tiempo en
tareas que podrían hacerse en un diez por ciento de ese tiempo derrochado.
Esta
realidad de mi cotidianidad laboral ha acentuado mi propensión al desdoble,
desarrollando en la práctica el escuchar el parloteo superficial con un
pedacito de mi cerebro mientras que con otro divago en mis cosas. En un tercer sector coordino una expresión facial de
cortés interés y elaboro las frases de rigor que se requieren. Puede que en alguna otra parte automáticamente genere
la respuesta concreta que la consulta técnica amerite, porque suelo en el mismo momento confeccionar la documentación para que el cliente en cuestión firme
antes de irse. Esquizofrenia útil.
Ayer lunes,
la buena mujer –que debería haberme
pasado la información en cinco escuetos minutos- llevaba más de media hora
hablando, por lo que me adentré en las consideraciones de los últimos detalles
de mi Bandeja Enmascarada #6.
Tenía que encontrar las plumas que fueran otrora la máscara modelo para Trampa, una obra que
vendí en Parque Lezama hace ya unos
veinte años. La máscara se había roto, las
plumas despegado y yo las había guardado para usarlas alguna vez en otra
cosa. Ahora era el momento pero no me
acordaba dónde las había puesto.
La buena
mujer me explicaba lo que había pasado cuando los suyos se fueron de la vida, y por un instante estuve a punto de
preguntar cordialmente a dónde habían viajado.
El instinto me evitó el ridículo y me hizo comprender al cabo que lo que
estaba diciendo era que se había muerto.
Cómo de un inquilino que no paga había llegado al punto de explicarme
los planos astrales y la realidad del más allá a donde van las almas y –según ella-iríamos
nosotras también, es algo que nunca se porque se ve que en esos eslabones me
distraigo. Mi corazón y mi interés
estaba en las plumas, acá, en este plano y en esta vida. Para terminar la #6.
Me prometí hacer una
pausa después, darme permiso para lo que sea antes de emprender las otras seis
bandejas restantes. Por eso tengo que
encontrar las plumas, porque el fin de fiesta serán plumas verdes, flecos rojos y encaje blanco. La #6
propende al colorinche, legado de las maracas de carnaval que la originaron. (Los
lunes y los jueves son los días que atiendo gente, y son necesariamente los
días que más horas paso encerrada en la oficina. La inmovilidad física potencia la movilidad
mental, pero eso no garantiza la coherencia de mis pensamientos ni la lógica en mis determinaciones.)
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