Me había propuesto no despotricar más
contra arteBA…
…lo cual no implica, por lo que entiendo, no seguir
leyendo las críticas postreras del evento. En particular, las reseñas (algunas auténticamente
de-so-pi-lan-tes) de Rodrigo Cañete en su blog (mi favorito)
loveartnotpeople
(http://loveartnotpeople.org/). Y venía bien, por que leía, me divertía y no
me enojaba por sobre el límite de la cordura.
Hasta que ayer me topé con la entrada en la que Rodrigo se pregunta: “¿Fue Bollini el coleccionista más feo de
arteBA?”
Y de
pronto, de nuevo, la indignación me cayó encima, despiadada y desbordante. ¿”Coleccionista”? ¿”Bollini”? Conocí a Lionel
–no me acuerdo el apellido, no usaba el Leoni de su mamá así que supongo era el
paterno- en 1997, cuando el manejaba el
barcito La Dama de Bollini, donde caí con mi carpeta buscando espacio
para exponer. Era mi época de bares y
confiterías.
Había
sabido del lugar por un artículo en la revista de los domingos del diario Clarín,
que por entonces se llamaba Viva.
Fui en
persona a conocer el lugar y dejar mi material; el lugar era muy pintoresco,
chiquito y amontonado, y aceptaron sin
demasiada demora mi obra. Ellos ponían el
lugar, unos tarjetones de invitación y espagueti libre el día de la
inauguración (martes). Yo pagaba la
bebida de los concurrentes, los gastos de cuelga y los catálogos o folletería que
quisiera hacer. Si se producían ventas ellos se quedaban con el 30% en
comisión. Lionel actuaba como dueño,
y se presentaba como hijo de Cecilia
Leoni, la heredera de la Dama de Bollini original. En la Fundación –que funcionaba al lado
del bar- te entregaban unos folletos con la historia del lugar.
Expuse en
julio de 1997, dos semanas si mal no recuerdo. En ese entonces, hacer catálogos
por imprenta era carísimo, así que diseñaba algo simple para poder fotocopiar
sobre cartulina de color y pegaba una a una fotocopias reducidas a color de
alguna obra. Era todo artesanal.
A la
mitad de la muestra, un sábado a medianoche, Lionel me llamó por teléfono a casa para decirme que una parejita,
clientes del lugar, quería Hora de Cierre, pero que no llegaban
al precio que yo había fijado ($ 250.-
que por entonces equivalente a dólares), que sólo podían pagar $ 150.- Que si yo me bajaba a ese número él no me
cobrara comisión. ¿Qué dije yo? Lo que digo siempre: si realmente quieren la obra que se la lleven, tengo la obligación
de priorizar que la obra esté colgada en una pared y no derrumbada en mi
taller. Hora de Cierre pasó a
otras manos, que nunca identifique porque Lionel
no les pidió los datos de contacto.
Viendo que ahora lo tildan de “coleccionista”
fue un desliz imperdonable de su parte.
Pero éramos todos tan jóvenes…
Volví a
exponer con la gente del Pasaje Bollini (siempre tratando en
persona con Lionel y llevando y
trayendo la obra del bar La Dama…) en 1999 en el Salón
Bollini ´99
Y en 2003 en la Biblioteca
Nacional, en cuyo catálogo me percaté por primera vez que Lionel había cambiado su apellido legal
al seudónimo “Bollini”, signándose curador, carácter que en aquella época no
era una designación de moda.
A la Biblioteca Nacional fue Prólogo,
una obra que en ese momento era –a mi criterio- lo mejor que yo había hecho. Era un trabajo sobre papel adherido
a un bastidor de madera (de los que se usan en fotografía), con un vidrio protector
sujeto por grampas. Lucía bonita y
modernosa sin marco. Y recuerdo lo bien
colgada que estuvo y cuanto lució en la Biblioteca. Pese a no haber recibido ningún
reconocimiento estaba colgada cerca de la obra de Raineri (que obtuvo el 2do, premio y era, ¡originalmente! una vaca).
Al cierre
del evento, varios días después del descuelgue, fui a buscarla a La Dama de Bollini. Tardaron más de media hora en devolvérmela y
el empleado que me atendió hizo venir a Lionel
en persona a entregármela. Él
balbució –como si no me conociera-
que la obra se había roto al descuelgue.
Que habían tenido que sacarle el vidrio quebrado para que nadie se
lastimara en el traslado. No me
ofrecieron ni disculpas ni reponer el vidrio roto. Me la dieron envuelta en papel madera y yo me
volví con ella a casa, donde recién la
develé y constaté los daños. La madera
del bastidor en que estaba adherida estaba partida al medio, como si alguien se
hubiera parado sobre ella. Restos de
vidrio habían rasgado el papel base arañando la imagen en varios lugares. Lloré mucho tiempo dolida por el daño y me
enfurecí por la falta de decencia de avisarme apenas acontecido el supuesto
accidente (yo seguía teniendo el mismo número de teléfono). Maldije durante semanas a todos los de Bollini con Lionel a la cabeza, jurando no volver a acercarme a quienes de tal modo maltrataron materialmente a mi obra y emocionalmente a mí.
Restauré la obra, desmonté el bastidor, con
ayuda de mi marquero la adherimos a otro soporte y la enmarcamos suntuosa y elegantemente
como modo de resarcimiento. Ahora cuelga
en la entrada de mi casa, de donde no ha vuelto a salir. Ya tuvo suficientes maltratos.
Ahora
esta persona que ha demostrado en el pasado semejante desprecio por los
artistas y por la integridad de las obras la juega de “coleccionista” en arteBA. ¿Este es el público VIP que se prioriza en la,
supuestamente, feria más importante del país
y –dicen ellos- la tercera en importancia en Latinoamérica? ¡Por favor! ¿Este tipo de gente son los hacedores de los parámetros
y valores del todopoderoso mercado, al que los artistas debemos someternos como
a un dios omnipotente e impiadoso? ¿De
este nivel de personas estamos hablando? Mejor me quedo donde estoy, en la
periferia, fuera del radar del mercado, tratando con personas para las que la buena
educación y la decencia siguen siendo las prioridades en el trato social. Donde ponemos la cara cuando hay que hacerle
frente a los errores y respondemos con dignidad y hombría –aunque seamos
mujeres- cuando somos responsables de perjudicar a otros.
Todos los
dioses de todos los credos me libren de los “coleccionistas” si son del tenor del ahora llamado señor
Bollini.
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