Me pasa
un amigo la data de una galería “nueva”,
que en su sitio web convoca a los artistas a contactar con ellos a fin de la
venta de su obra. Uno sabe que las
galerías no se mueven así, en modo tan abierto y simple, que sin contactos y
sin poner dinero propio para solventar su interés en nosotros no se logra
nada. Pero este amigo mío tenía la
disparatada idea de que este lugar se aprontaba con una ideología nueva y
original, que venía para abrir una vía alternativa y otra cantidad de
suposiciones (absurdas) de ese estilo.
Y si bien
no compartí su manifiesta ingenuidad, ¿por qué no contactar a esta galería? Eso
es lo que vengo haciendo desde mi lejana adolescencia: intentando –obcecada e infructuosamente-
por todos los medios y de todas las maneras.
Así que
entré en la página web de esta galería y donde me pedían el mail de contacto
ingresé mi correo de Gmail. No pasaron
quince minutos que me llegó –a las 13:56
de ayer- el siguiente mensaje:
Estimada,
gracias por contactarse con … Galería de Arte.
Si
tiene obras para vender por favor envíenos las imágenes a este mail.
Muchas
Gracias
Bueno,
tuve que reconocer, parece que realmente se mueven de modo diferente. Así que a las
14:16 contesté:
Gracias
por la pronta respuesta! No sé si mi trabajo estará en la línea de
la Galería. Adjunto cuatro obras que tengo en este momento disponibles
para que se hagan una idea de lo que hago (las cuatro son mixturas, con marcos
importantes y vidrio). Saludos.
Remití imágenes
de cuatro obras que a mi criterio podían resultar interesantes para la
exhibición a un público general (comprobé su aceptación e interés en la Feria de Arte La Plata): mis dos Odaliscas sobre
passapartout de color de la serie Plagiaria y dos desnudos tranquilos de Cartográfica.
No diré
que tenía una fe infinita en el resultado de la apreciación de mi obra, pero uno
siempre conserva cierto entusiasmo pueril cada vez que intenta un camino nuevo
para difundir su trabajo.
Pero menos de media hora después (veinticuatro minutos después, para ser
exactos), a las 14:40 me llegaba el rechazo:
Muchas
gracias por comunicarte pero estamos completos de artistas
Enviado desde mi iPhone
Enviado desde mi iPhone
Que me
respondieran “que estaban completos de artistas” (y desde un teléfono) más
que decepcionarme me irritó. ¿Para qué
pedirme imágenes de mis obras? ¿Para
mirarlas desde un iPhone? Tengo unos
cuantos años: cuando empecé nos pedían enviar la imagen de la obra en
diapositiva para poder apreciarla con cierta dimensión. No me contestes tan rápido, papi, hacé como que
al menos mirás la obra en la pantalla promedio de la computadora un ratito. Hacé como que te tomás el tiempo de valorar
el material que me pediste que te enviara. No te gustó la obra, te pareció mediocre e
indigna del más mínimo interés, ¡fantástico!
Decímelo así: “no está dentro de
los parámetros de calidad y estética con los que trabaja esta galería”. Pero que están “completos de artistas” después
de que me haces enviar mi trabajo, no sé, se acerca demasiado a lo que yo
considero una falta de respeto.
Decía el artículo sobre el mercado
del arte que publicó Perfil el
domingo y que ya subí a este blog entradas a tras:
“¿Quién
pone el precio? Más allá de la ley de oferta y demanda, y a diferencia de otros
mercados, en el del arte un precio elevado puede ser clave en el éxito; da
prestigio, posiciona al artista y su obra y capta la atención de posibles
compradores con mayor poder adquisitivo que desconfiarían de la obra más
barata. Por supuesto, antes de eso está la reputación del artista, que responde
al talento, al marketing, a una producción sostenida, a un desarrollo por parte
de su galerista, a un flujo de ventas, a determinada presencia en ferias y
bienales reconocidas, a los premios. Un precio alto sin todos esos factores no
es más que un capricho que con suerte puede ser vendido a un coleccionista sin
criterio que compra por otro capricho.” (http://www.perfil.com/cultura/Mercado-del-arte-local-20150531-0064.html)
Si este
argumento es cierto, sin la acción de una galería un artista –periférico y
emergente- jamás logrará armar una reputación digna que lleve a cotizar su obra
y posicionarla en el mercado. Pero si
los galeristas no nos dan cabida, ¿no nos queda más remedio que el suicidio? ¿Somos el factor menos importante en este
juego? Rumié un rato mi enojo, pero como
el universo tiene una natural tendencia a la simetría, otra amiga me reenvió un
artículo del año pasado de Avelina
Lésper y su reivindicación del artista más conservador y afecto a técnicas
tradicionales (en mi idioma: los artistas
que dibujamos y pintamos). Me
reconfortó. Pego algunos párrafos:
Avelina Lésper. Redefinir el arte
contemporáneo
POR: JESSICA AYALA BARBOSA
LA
AUTORIDAD DEL SENTIDO COMÚN - EL SIGLO , de Durango.com.mx Durango 25 de Octubre de
2014
Contra la banalidad y la indisciplina, no contra la experimentación
artística y la libertad de expresión; contra la especulación, no contra el
mercado del arte; contra los artistas hechos al vapor, no contra los creadores
jóvenes; contra un mal llamado 'arte
contemporáneo' a pesar de carecer del valor estético y la factura
necesarios para ser llamado como tal, y que aun así se ha ganado un espacio
privilegiado en todos los museos del mundo; contra todo eso se impone Avelina Lésper.
Desde 2008, fecha en que se integró como columnista, la perspectiva de Avelina puebla la red y encuentra eco
en miles de personas al mismo tiempo que genera acaloradas discusiones y es
motivo de densos artículos, a modo de réplica, de otros críticos. Y qué decir
de los debates que se suscitan entre los cibernautas con cada texto, ya sea de
su autoría o que tenga algo que ver con ella; las posturas se reparten en sólo
dos sentidos: el apoyo incondicional y el rechazo casi siempre cruel y
despiadado.
“El arte contemporáneo es una
farsa”, es la aseveración que le sirve como punto de partida; “el problema es que no es arte, estamos ante
un estilo que tiene bases únicamente comerciales para exponerse como arte”,
comenta en entrevista con Siglo Nuevo, en referencia a lo que
ella denomina ‘arte contemporáneo VIP’
(video-instalación-performance); “sus bases teóricas son artificiales, no hay
un argumento para que determinados objetos sin valores estéticos y sin factura,
puedan ser arte”. (…)
“Ahorita ser artista es una cosa
instantánea, una cosa artificial. Individuos como Beuys y Duchamp, dijeron
que arte era lo que designara un artista como tal y que todas las personas
podían ser artistas y no es cierto”.
Es verdad, dice, que todo mundo tiene la
posibilidad de acceder al arte, “pero en
artista sólo te convierte tu trabajo, la constancia de estar creando siempre,
preparándote, estudiando y demostrando con tus obras que mereces ese título”.
Los 'artistas contemporáneos'
no merecen esa etiqueta porque sus propuestas careen de rigor, subsisten sólo a
través de una sobre-argumentación, atributos que los mismos creadores les dan,
pero nunca de manera independiente.
Actualmente hacer arte es un ejercicio ególatra, los performances, los
videos e instalaciones están hechos con tal obviedad que abruma la simpleza
creadora, y son piezas que en su inmensa mayoría apelan al menor esfuerzo, y
que su accesibilidad creativa nos dice que cualquiera puede hacerlo. [...] El
artista ready made toca todas las
áreas, y todas con poca profesionalidad, si hace video, no alcanza los
estándares que piden en el cine o en la publicidad; si hace obras electrónicas
o las manda a hacer, no logra lo que un técnico medio; si se involucra con
sonidos, no llega ni a la experiencia de un Dj, fueron las palabras de Avelina el pasado mes de agosto en una
conferencia en le Escuela Nacional de
Artes Plásticas (ENAP).
Para Avelina, el proceso de
ser artista es la consecuencia de una trayectoria y sobre todo de muchísimo
trabajo.
“Un artista está respaldado por
sus obras, no está destinado como tal a priori, sin haber tenido una
trayectoria y algo que avale ese título. Lo que demuestra la calidad artística
son las obras”, pero ya no sucede eso, continúa, “ahora cualquier persona se puede autonombrar artista”.
Es necesario aclarar que para Avelina
Lésper, este fenómeno es exclusivo del ‘arte
contemporáneo VIP’.
“Qué pasa en las otras
disciplinas, por ejemplo en las interpretativas (danza, teatro, música), la
obra te pone un reto, tú no puedes tocar a Bach si no dominas la música”;
es decir “te imponen condiciones para
desempeñarlas”. (…)
“En el arte contemporáneo no
sucede eso, el artista va a dejar su obra en el museo y se desaparece y no
tiene idea de cómo reaccionó el público, no tiene idea si hubo aceptación o no.
Tú ves los museos de arte contemporáneo y están vacíos porque la gente no tiene
interés en ver la obra. Pero eso a los artistas no les importa, porque no es un
arte hecho para el público y ni siquiera para tener una implicación social, es
un arte para instalar a nivel institucional, para entrar en los museos, para
adquirir currículum, se hace para los curadores y ex profeso algunas veces,
pero no se hace para tener una incidencia social y cultural”.
Como resultado tenemos un arte mediocre y, además dogmático, que no
permite la interacción con el público, por mucho que se le atribuya esa
cualidad, unilateral en muchos sentidos, pues cierra las puertas a la libre
interpretación y al cuestionamiento.
“Estas obras, así como están, que
son basura, no las puedes tocar y no te puedes acercar a ellas, no las puedes
mover, no puedes hacer nada, y tú te pones a interactuar con performance y te
sacan a golpes, yo he visto cómo las 'performanceras' cuando les empiezan a
decir cosas o se mete la gente, se niegan a seguir con su performance, es
mentira lo de la interactividad, es una gran falsedad, no hay interacción”.
Cosa que, por el contrario, sí ofrece el arte 'tradicional'. “La
contemplación siempre ha sido interactiva”, asegura Lésper, para quien el sólo hecho de estar dentro de un edificio y
pararse frente a una pintura ya es interacción, ya que en esos casos, el
espectador “no se queda en estado
catatónico, no hace pausa mental y se queda sin saber frente a lo que está;
cuando estás frente a un producto artístico, estás ejerciendo además tu
espíritu crítico, dices 'esto me gustó', 'esto no me gustó', 'esto me
sorprendió'; todo el tiempo el cerebro está trabajando frente a eso”.
En el arte contemporáneo no existe la relación espectador-creador porque
“no está hecho para los espectadores,
está hecho para los curadores, está hecho para la especulación y las
instituciones”.
Avelina encuentra en esta
situación la razón por la que nadie va a los museos y añade que “el arte contemporáneo no sólo no se acerca a
la sociedad, sino que es segregacionista”, pues sus creadores, promotores y
adeptos asumen una postura en la que si la propuesta no le gusta al público es
porque no entiende, porque no está preparado y se apuran a señalar su 'falta de cultura'.
“¿En dónde quedó el momento en que
el arte era el que te enseñaba, que el arte aportaba a tu cultura?”, se
pregunta Avelina, “ahora tú le
tienes que aportar al arte, y antes uno iba a los museos a aprender… ¿En qué momento el arte dejó de enseñarnos?”.
(…)
“Hay muchísima gente joven,
pintores, dibujantes, y autores de obra gráfica que están trabajando con
muchísimo nivel, y no porque no sean conocidos no tiene valor su obra”,
asegura al mismo tiempo que lamenta que el arte se haya convertido en un asunto
de 'famoseo'. La lógica parece ser que si eres famoso
entonces eres artista, “como si tuvieras
que salir en el TvNotas, y no es así, hay muchísima gente de la que no sabemos,
grandes maestros que están en sus talleres enseñando a otros jóvenes y que
están trabajando mucho, que merecerían, obviamente, un espacio y la atención
del público, pero que no los tienen porque llegas a un museo y hay cuatro
periódicos arrugados o dizque agua de cadáver”.
Avelina aboga al menos por
una forma más equitativa de distribuir las exposiciones, que no todo sea arte
contemporáneo, o que dentro de esta consideración entren también los artistas
que trabajan medios tradicionales, pues también son contemporáneos, en la
medida en que “son creadores que están
trabajando ahora, que están vivos, su obra está presente, es reciente, tendrían
que ser considerados contemporáneos, pero no lo son porque dicen que sus medios
no son contemporáneos”.
(…)
Acabar con la supremacía es algo alcanzable, Avelina expresa que el mercado en algún momento dejara de dar por
sí mismo, pero el público también puede contribuir manifestando lo que piensa
cuando ve una exposición y no dejarse intimidar por lo que exponen en los
museos y por quienes se ostentan como artistas e insisten en señalar la
supuesta ignorancia de los espectadores.
No hace falta contar con estudios especializados en arte, hay que partir
de la premisa de que todos somos sensibles a la belleza.
“El ser humano, ha crecido rodeado
de belleza, el primer contacto que tienes es con la naturaleza, es armónica y
te ofrece momentos de belleza increíbles y si tú puedes decir conceptualmente
que un paisaje es bello, es porque tienes asimilados los valores estéticos de
paisaje intelectualmente”.
La sensibilidad por la belleza es parte de la sociedad y se ha logrado
gracias a los millones de años de existencia en los que el hombre ha intentado
reproducirla.
“Hemos creado el arte para
producir otras formas que no existían, hemos hecho del ruido música, hemos
hecho del movimiento danza, del color pintura, estamos familiarizados con la
belleza, entonces la gente no se debe sentir intimidada y decir 'ay es que no
entendí', no, es que la obra no te dio, no te comunicó, la obra no te aportó”.
También es conveniente desechar la idea de que el arte es elitista. “Si el arte fuera elitista por naturaleza
nunca hubiera servido, por ejemplo, para que la gente creyera en dios [...]
Nuestra idolatría nace del arte. Las vírgenes que existen y ante las que la
gente se ha arrodillado, las ha pintado Murillo,
los cristos en los que la gente se arrodilla, los pintó Velázquez. Algo que permea tanto en la sociedad, que mueve masas,
tiene al arte como un vehículo proselitista, ¿eso lo haría elitista en algún
momento? Es una contradicción enorme”. (…)
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