jueves, 4 de junio de 2015


 


     Me pasa un amigo la data de una galería “nueva”, que en su sitio web convoca a los artistas a contactar con ellos a fin de la venta de su obra.  Uno sabe que las galerías no se mueven así, en modo tan abierto y simple, que sin contactos y sin poner dinero propio para solventar su interés en nosotros no se logra nada.  Pero este amigo mío tenía la disparatada idea de que este lugar se aprontaba con una ideología nueva y original, que venía para abrir una vía alternativa y otra cantidad de suposiciones (absurdas) de ese estilo.

    Y si bien no compartí su manifiesta ingenuidad, ¿por qué no contactar a esta galería? Eso es lo que vengo haciendo desde mi lejana adolescencia: intentando –obcecada e infructuosamente- por todos los medios y de todas las maneras. 
 
     Así que entré en la página web de esta galería y donde me pedían el mail de contacto ingresé mi correo de Gmail.  No pasaron quince minutos que me llegó –a las 13:56 de ayer- el siguiente mensaje:
Estimada, gracias por contactarse con … Galería de Arte. 
Si tiene obras para vender por favor envíenos las imágenes a este mail. 
Muchas Gracias 
 
     Bueno, tuve que reconocer, parece que realmente se mueven de modo diferente.  Así que a las  14:16 contesté:
Gracias por la pronta respuesta!  No sé si mi trabajo estará en la línea de la Galería.  Adjunto cuatro obras que tengo en este momento disponibles para que se hagan una idea de lo que hago (las cuatro son mixturas, con marcos importantes y vidrio).  Saludos.

     Remití imágenes de cuatro obras que a mi criterio podían resultar interesantes para la exhibición a un público general (comprobé su aceptación e interés en la Feria de Arte La Plata):  mis dos Odaliscas sobre passapartout de color de la serie Plagiaria  y dos desnudos tranquilos de Cartográfica.
 



 
     No diré que tenía una fe infinita en el resultado de la apreciación de mi obra, pero uno siempre conserva cierto entusiasmo pueril cada vez que intenta un camino nuevo para difundir su trabajo.
 
     Pero menos de media hora después (veinticuatro minutos después, para ser exactos), a las 14:40  me llegaba el rechazo:
Muchas gracias por comunicarte pero estamos completos de artistas
Enviado desde mi iPhone

      Soy honesta: no esperaba ni que me contestaran, así que suponer que yo creía que realmente me iban  a aceptar para incorporarme a su nómina de representados sería desconocer mi larga y decepcionante experiencia en este medio.  Si ya abrí el paraguas cuando en mi mensaje argumenté que quizá yo no estaba en la línea de la galería.  Pero que me pidieran imágenes de las obras hizo tambalear levemente mi escepticismo…

     Que me respondieran “que estaban completos de artistas” (y desde un teléfono) más que decepcionarme me irritó.  ¿Para qué pedirme imágenes de mis obras?  ¿Para mirarlas desde un iPhone?  Tengo unos cuantos años: cuando empecé nos pedían enviar la imagen de la obra en diapositiva para poder apreciarla con cierta dimensión.  No me contestes tan rápido, papi, hacé como que al menos mirás la obra en la pantalla promedio de la computadora un ratito.  Hacé como que te tomás el tiempo de valorar el material que me pediste que te enviara.  No te gustó la obra, te pareció mediocre e indigna del más mínimo interés, ¡fantástico!  Decímelo así: “no está dentro de los parámetros de calidad y estética con los  que trabaja esta galería”.  Pero que están “completos de artistas” después de que me haces enviar mi trabajo, no sé, se acerca demasiado a lo que yo considero una falta de respeto.

 


    Decía el artículo sobre el mercado del arte que publicó Perfil el domingo y que ya subí a este blog entradas a tras:

      “¿Quién pone el precio? Más allá de la ley de oferta y demanda, y a diferencia de otros mercados, en el del arte un precio elevado puede ser clave en el éxito; da prestigio, posiciona al artista y su obra y capta la atención de posibles compradores con mayor poder adquisitivo que desconfiarían de la obra más barata. Por supuesto, antes de eso está la reputación del artista, que responde al talento, al marketing, a una producción sostenida, a un desarrollo por parte de su galerista, a un flujo de ventas, a determinada presencia en ferias y bienales reconocidas, a los premios. Un precio alto sin todos esos factores no es más que un capricho que con suerte puede ser vendido a un coleccionista sin criterio que compra por otro capricho.” (http://www.perfil.com/cultura/Mercado-del-arte-local-20150531-0064.html)

    Si este argumento es cierto, sin la acción de una galería un artista –periférico y emergente- jamás logrará armar una reputación digna que lleve a cotizar su obra y posicionarla en el mercado.  Pero si los galeristas no nos dan cabida, ¿no nos queda más remedio que el suicidio?  ¿Somos el factor menos importante en este juego?  Rumié un rato mi enojo, pero como el universo tiene una natural tendencia a la simetría, otra amiga me reenvió un artículo del año pasado de Avelina Lésper y su reivindicación del artista más conservador y afecto a técnicas tradicionales (en mi idioma: los artistas que dibujamos y pintamos).  Me reconfortó.  Pego algunos párrafos:


 


Avelina Lésper. Redefinir el arte contemporáneo

POR: JESSICA AYALA BARBOSA

LA AUTORIDAD DEL SENTIDO COMÚN  - EL SIGLO ,  de Durango.com.mx Durango 25 de Octubre de 2014


     Contra la banalidad y la indisciplina, no contra la experimentación artística y la libertad de expresión; contra la especulación, no contra el mercado del arte; contra los artistas hechos al vapor, no contra los creadores jóvenes; contra un mal llamado 'arte contemporáneo' a pesar de carecer del valor estético y la factura necesarios para ser llamado como tal, y que aun así se ha ganado un espacio privilegiado en todos los museos del mundo; contra todo eso se impone Avelina Lésper.

     Desde 2008, fecha en que se integró como columnista, la perspectiva de Avelina puebla la red y encuentra eco en miles de personas al mismo tiempo que genera acaloradas discusiones y es motivo de densos artículos, a modo de réplica, de otros críticos. Y qué decir de los debates que se suscitan entre los cibernautas con cada texto, ya sea de su autoría o que tenga algo que ver con ella; las posturas se reparten en sólo dos sentidos: el apoyo incondicional y el rechazo casi siempre cruel y despiadado.

     El arte contemporáneo es una farsa”, es la aseveración que le sirve como punto de partida; “el problema es que no es arte, estamos ante un estilo que tiene bases únicamente comerciales para exponerse como arte”, comenta en entrevista con Siglo Nuevo, en referencia a lo que ella denomina ‘arte contemporáneo VIP’ (video-instalación-performance); “sus bases teóricas son artificiales, no hay un argumento para que determinados objetos sin valores estéticos y sin factura, puedan ser arte”.  (…)

     Ahorita ser artista es una cosa instantánea, una cosa artificial. Individuos como Beuys y Duchamp, dijeron que arte era lo que designara un artista como tal y que todas las personas podían ser artistas y no es cierto”.

     Es verdad, dice, que todo mundo tiene la posibilidad de acceder al arte, “pero en artista sólo te convierte tu trabajo, la constancia de estar creando siempre, preparándote, estudiando y demostrando con tus obras que mereces ese título”.

     Los 'artistas contemporáneos' no merecen esa etiqueta porque sus propuestas careen de rigor, subsisten sólo a través de una sobre-argumentación, atributos que los mismos creadores les dan, pero nunca de manera independiente.

     Actualmente hacer arte es un ejercicio ególatra, los performances, los videos e instalaciones están hechos con tal obviedad que abruma la simpleza creadora, y son piezas que en su inmensa mayoría apelan al menor esfuerzo, y que su accesibilidad creativa nos dice que cualquiera puede hacerlo. [...] El artista ready made toca todas las áreas, y todas con poca profesionalidad, si hace video, no alcanza los estándares que piden en el cine o en la publicidad; si hace obras electrónicas o las manda a hacer, no logra lo que un técnico medio; si se involucra con sonidos, no llega ni a la experiencia de un Dj, fueron las palabras de Avelina el pasado mes de agosto en una conferencia en le Escuela Nacional de Artes Plásticas (ENAP).

     Para Avelina, el proceso de ser artista es la consecuencia de una trayectoria y sobre todo de muchísimo trabajo.

     “Un artista está respaldado por sus obras, no está destinado como tal a priori, sin haber tenido una trayectoria y algo que avale ese título. Lo que demuestra la calidad artística son las obras”, pero ya no sucede eso, continúa, “ahora cualquier persona se puede autonombrar artista”.

    Es necesario aclarar que para Avelina Lésper, este fenómeno es exclusivo del ‘arte contemporáneo VIP’.

     “Qué pasa en las otras disciplinas, por ejemplo en las interpretativas (danza, teatro, música), la obra te pone un reto, tú no puedes tocar a Bach si no dominas la música”; es decir “te imponen condiciones para desempeñarlas”.   (…)

     “En el arte contemporáneo no sucede eso, el artista va a dejar su obra en el museo y se desaparece y no tiene idea de cómo reaccionó el público, no tiene idea si hubo aceptación o no. Tú ves los museos de arte contemporáneo y están vacíos porque la gente no tiene interés en ver la obra. Pero eso a los artistas no les importa, porque no es un arte hecho para el público y ni siquiera para tener una implicación social, es un arte para instalar a nivel institucional, para entrar en los museos, para adquirir currículum, se hace para los curadores y ex profeso algunas veces, pero no se hace para tener una incidencia social y cultural”.

     Como resultado tenemos un arte mediocre y, además dogmático, que no permite la interacción con el público, por mucho que se le atribuya esa cualidad, unilateral en muchos sentidos, pues cierra las puertas a la libre interpretación y al cuestionamiento.

     “Estas obras, así como están, que son basura, no las puedes tocar y no te puedes acercar a ellas, no las puedes mover, no puedes hacer nada, y tú te pones a interactuar con performance y te sacan a golpes, yo he visto cómo las 'performanceras' cuando les empiezan a decir cosas o se mete la gente, se niegan a seguir con su performance, es mentira lo de la interactividad, es una gran falsedad, no hay interacción”.

     Cosa que, por el contrario, sí ofrece el arte 'tradicional'. “La contemplación siempre ha sido interactiva”, asegura Lésper, para quien el sólo hecho de estar dentro de un edificio y pararse frente a una pintura ya es interacción, ya que en esos casos, el espectador “no se queda en estado catatónico, no hace pausa mental y se queda sin saber frente a lo que está; cuando estás frente a un producto artístico, estás ejerciendo además tu espíritu crítico, dices 'esto me gustó', 'esto no me gustó', 'esto me sorprendió'; todo el tiempo el cerebro está trabajando frente a eso”.

     En el arte contemporáneo no existe la relación espectador-creador porque “no está hecho para los espectadores, está hecho para los curadores, está hecho para la especulación y las instituciones”.

     Avelina encuentra en esta situación la razón por la que nadie va a los museos y añade que “el arte contemporáneo no sólo no se acerca a la sociedad, sino que es segregacionista”, pues sus creadores, promotores y adeptos asumen una postura en la que si la propuesta no le gusta al público es porque no entiende, porque no está preparado y se apuran a señalar su 'falta de cultura'.

     “¿En dónde quedó el momento en que el arte era el que te enseñaba, que el arte aportaba a tu cultura?”, se pregunta Avelina, “ahora tú le tienes que aportar al arte, y antes uno iba a los museos a aprender…  ¿En qué momento el arte dejó de enseñarnos?”. (…)

     Hay muchísima gente joven, pintores, dibujantes, y autores de obra gráfica que están trabajando con muchísimo nivel, y no porque no sean conocidos no tiene valor su obra”, asegura al mismo tiempo que lamenta que el arte se haya convertido en un asunto de 'famoseo'.   La lógica parece ser que si eres famoso entonces eres artista, “como si tuvieras que salir en el TvNotas, y no es así, hay muchísima gente de la que no sabemos, grandes maestros que están en sus talleres enseñando a otros jóvenes y que están trabajando mucho, que merecerían, obviamente, un espacio y la atención del público, pero que no los tienen porque llegas a un museo y hay cuatro periódicos arrugados o dizque agua de cadáver”.

     Avelina aboga al menos por una forma más equitativa de distribuir las exposiciones, que no todo sea arte contemporáneo, o que dentro de esta consideración entren también los artistas que trabajan medios tradicionales, pues también son contemporáneos, en la medida en que “son creadores que están trabajando ahora, que están vivos, su obra está presente, es reciente, tendrían que ser considerados contemporáneos, pero no lo son porque dicen que sus medios no son contemporáneos”.
(…)

     Acabar con la supremacía es algo alcanzable, Avelina expresa que el mercado en algún momento dejara de dar por sí mismo, pero el público también puede contribuir manifestando lo que piensa cuando ve una exposición y no dejarse intimidar por lo que exponen en los museos y por quienes se ostentan como artistas e insisten en señalar la supuesta ignorancia de los espectadores.

     No hace falta contar con estudios especializados en arte, hay que partir de la premisa de que todos somos sensibles a la belleza.

     “El ser humano, ha crecido rodeado de belleza, el primer contacto que tienes es con la naturaleza, es armónica y te ofrece momentos de belleza increíbles y si tú puedes decir conceptualmente que un paisaje es bello, es porque tienes asimilados los valores estéticos de paisaje intelectualmente”.

     La sensibilidad por la belleza es parte de la sociedad y se ha logrado gracias a los millones de años de existencia en los que el hombre ha intentado reproducirla.

     “Hemos creado el arte para producir otras formas que no existían, hemos hecho del ruido música, hemos hecho del movimiento danza, del color pintura, estamos familiarizados con la belleza, entonces la gente no se debe sentir intimidada y decir 'ay es que no entendí', no, es que la obra no te dio, no te comunicó, la obra no te aportó”.

     También es conveniente desechar la idea de que el arte es elitista. “Si el arte fuera elitista por naturaleza nunca hubiera servido, por ejemplo, para que la gente creyera en dios [...] Nuestra idolatría nace del arte. Las vírgenes que existen y ante las que la gente se ha arrodillado, las ha pintado Murillo, los cristos en los que la gente se arrodilla, los pintó Velázquez. Algo que permea tanto en la sociedad, que mueve masas, tiene al arte como un vehículo proselitista, ¿eso lo haría elitista en algún momento? Es una contradicción enorme”. (…)
 
 
 
 
 

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