viernes, 26 de junio de 2015



     “Siempre he creído que cada escritor, cada músico, tienen una o dos cosas principalísimas que decir y las repiten en diferentes formas, toda la vida, hasta que dan con el tono justo.  Desde luego, cuanto más larga es una vida, más ocasiones se ofrecen de repetir lo ya dicho, mejorando o empeorando primeras versiones. (…)  Sea el escritor grande o mediocre, exhíbala torpemente o no, la repetición es una modalidad de todos.” 

Victoria Ocampo, Testimonios Octava Serie 1968/1970, Prólogo (Al Lector), Editorial Sur S.A, Buenos Aires 1971 pág. 7-8.


     Probablemente, en cada una de las diversas ramas del Arte, el artista siempre está haciendo variaciones sobre un eje central, su razón o fin, la “identidad” que definirá su trabajo como perteneciente a su Obra (si logra a través de ella extenderse en el tiempo).  Las “variaciones” son el laberinto personal de cada artista. Es más, si éste presenta obras totalmente diferentes una de otra, difiriendo en estilos o temáticas, lejos de considerarse un exceso de creatividad suele sospecharse de carencia de autenticidad, de alguien que no sabe qué quiere, de falta de identidad artística.

     Comento esto para dejar en claro que no reniego de las “variaciones sobre un mismo tema”, que las asumo como nuestro pequeño jardín de pertenencia.  Pero a continuación voy a quejarme –con tono por completo plañidero- de mi voluntario karma de hacer 12 (¡doce! ¿a quién se le ocurre?) Bandejas Enmascaradas.




     Si decido hacer una docena de trabajos que compongan una serie (es decir, con una continuidad estética, con restricción a algunos elementos y condiciones de composición a priori a fin de limitar la experimentación) presupongo que cada uno de los doce será único y distintivo.  Y venimos bien con las seis primeras, la # 7 la estoy trabajando con cierta satisfacción, la idea de la # 8 va tomando forma, pero honestamente ya estoy al filo del pánico ante la perspectiva de cuatro más.  Puedo calmarme argumentándome que la # 12 sí o sí será un juego de espejos (y ese plan me pone gratamente ansiosa), pero siguen quedando tres en un abismo insalvable.


     Me fastidia mucho el quedarme sin recursos imaginativos (siendo que la imaginación es lo único que me ha sobrado siempre).  Supongo que cuando llegue el momento (que la #7 y la #8 estén listas) algo va a surgir.  Pero me aterrorizo sola mirando lo hecho y comprobando que he acabado con todos los recursos: cartas, estampillas, plumas, lentejuelas.  




     No quiero repetirme.  No acepto reincidir en un concepto ya utilizado.  ¿Por qué?  ¿Quién me exige?  Nadie, pero no es el punto.  Dije que haría doce bandejas distintas y tienen que ser distintas las doce.  No sé cómo, pero deberían existir variaciones suficientes.    Y sé que siempre se trata de variaciones, por lo que tendría que ser fácil hacerlo, lógico, puro oficio.  Pero no, no es fácil.  Desparramo las máscaras que me quedan y las encuentro feas como siempre (bueno, que se puede pedir, si las pago unos diez o quince pesos –un dólar promedio-; son toscas por su baratez), pero esa fealdad ya no me motiva, no se me transforman visualmente en una perspectiva alentadora. 



     ¿Dónde están las alucinaciones cuando hacen falta?






No hay comentarios:

Publicar un comentario