“Siempre
he creído que cada escritor, cada músico, tienen una o dos cosas
principalísimas que decir y las repiten en diferentes formas, toda la vida,
hasta que dan con el tono justo. Desde
luego, cuanto más larga es una vida, más ocasiones se ofrecen de repetir lo ya
dicho, mejorando o empeorando primeras versiones. (…) Sea el escritor grande o mediocre, exhíbala
torpemente o no, la repetición es una modalidad de todos.”
Victoria Ocampo,
Testimonios Octava Serie 1968/1970,
Prólogo (Al Lector), Editorial
Sur S.A, Buenos Aires 1971 pág. 7-8.
Probablemente,
en cada una de las diversas ramas del Arte, el artista siempre está haciendo
variaciones sobre un eje central, su razón o fin, la “identidad” que definirá su trabajo como perteneciente a su Obra (si logra a través de ella
extenderse en el tiempo). Las “variaciones” son el laberinto personal
de cada artista. Es más, si éste presenta obras totalmente diferentes una de
otra, difiriendo en estilos o temáticas, lejos de considerarse un exceso de
creatividad suele sospecharse de carencia de autenticidad, de alguien que no
sabe qué quiere, de falta de identidad artística.
Comento
esto para dejar en claro que no reniego de las “variaciones sobre un mismo tema”,
que las asumo como nuestro pequeño jardín de pertenencia. Pero a continuación voy a quejarme –con tono por completo plañidero- de mi
voluntario karma de hacer 12 (¡doce! ¿a
quién se le ocurre?) Bandejas Enmascaradas.
Si decido
hacer una docena de trabajos que compongan una serie (es decir, con una
continuidad estética, con restricción a algunos elementos y condiciones de
composición a priori a fin de limitar la experimentación) presupongo que cada
uno de los doce será único y distintivo.
Y venimos bien con las seis primeras, la # 7 la estoy trabajando con cierta satisfacción, la idea de la # 8
va tomando forma, pero honestamente ya estoy al filo del pánico ante la
perspectiva de cuatro más. Puedo
calmarme argumentándome que la # 12 sí o sí será un juego de
espejos (y ese plan me pone gratamente
ansiosa), pero siguen quedando tres en un abismo insalvable.
Me
fastidia mucho el quedarme sin recursos imaginativos (siendo que la imaginación es lo único que me ha sobrado siempre). Supongo que cuando llegue el momento (que la #7
y la #8
estén listas) algo va a surgir. Pero
me aterrorizo sola mirando lo hecho y comprobando que he acabado con todos los
recursos: cartas, estampillas, plumas, lentejuelas.
No quiero repetirme. No acepto reincidir en un concepto ya
utilizado. ¿Por qué? ¿Quién me exige? Nadie, pero no es el punto. Dije que haría doce bandejas distintas y
tienen que ser distintas las doce. No sé
cómo, pero deberían existir variaciones suficientes. Y sé
que siempre se trata de variaciones, por lo que tendría que ser fácil hacerlo,
lógico, puro oficio. Pero no, no es
fácil. Desparramo las máscaras que me
quedan y las encuentro feas como siempre (bueno,
que se puede pedir, si las pago unos diez o quince pesos –un dólar promedio-;
son toscas por su baratez), pero esa fealdad ya no me motiva, no se me
transforman visualmente en una perspectiva alentadora.
¿Dónde
están las alucinaciones cuando hacen falta?
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