lunes, 29 de junio de 2015


 

     ¿Por qué pintar?  Porque sí, ¿no es obvio?  Porque no hay nada más placentero.  Pero supongo que esa no era la respuesta que tenía que dar.  ¿Por qué pintar?,  y, ¿por qué no?  Es lo que hago, lo que hice siempre, lo único que quiero seguir haciendo.  No.  Tampoco es suficiente respuesta, ¿verdad? 

     ¿Por qué pintar?  Porque en el año 1981, con catorce cumplidos, un primo lejano me pidió que le hiciera unos dibujos (copiados de otros que él trajo) para usar de fotocromos o clisé -una especie de matriz de impresión que se usaba por entonces- para producir llaveros publicitarios de acrílico.  Después en el 82 fue plagiar unos diseños del Mundial de Futbol los que, al quedar eliminados, hubo que adaptarlos a los colores de los equipos locales que reanudaban el torneo de primera.  Siguieron diseños más o menos originales (”inspirados” en las imágenes que él puntualmente me indicaba) para producir más llaveros, calcomanías, lapiceras, almanaques, alguna vez remeras y gorros…  Me pagaba monedas, porque yo era menor de edad y pariente; él argüía que me hacía un favor, que me enseñaba un oficio, a mí me divertía mostrar en la escuela los productos hechos con mis dibujos.  En alguna crisis económica de finales de los 80 él dejó de hacer publicidad empresarial y se dedicó por fuerza  mayor y temporariamente a otra cosa.  Cuando volvió al ruedo, cinco o seis años después, con la propuesta de que le dibujara tarjetas de saludos  contesté que no.  Sospecho que se enojó (”Crearías tus propios personajes, podrías dar a conocer masivamente lo que hacés…”).  A mí ya no me interesaba pintar lo que otro me indicara.  ¿Por qué pintar?  Para no tener patrón, podría ser una respuesta honesta.

 
 


     ¿Por qué pintar?  Yo tendría seis o siete años, estaba en el viejo Cine Los Ángeles, sobre calle Corrientes, donde sólo proyectaban películas de Disney.  Creo que iba a ver 101 Dálmatas (que por esos misterios de la vida acá habían titulado La Noche de las narices frías).  Habíamos llegado temprano y me aburría recostada en la butaca mirando el cielorraso.  “-¿Por qué no tienen dibujos en el techo?- pensaba. - Podrían estar los enanitos de Blancanieves  y los amigos de Bambi, Tambor y Flor…”  A partir de ese momento y durante bastante tiempo cuando me preguntaban que quería ser de grande contestaba sin ninguna duda “Dibujante de Disney, para pintar el techo de Los Ángeles”.

    Pero uno crece y un día comprendí que aunque Disney sea mi profeta, Mickey Mouse mi único dios y peregrinar a Orlando cada  tres años constituya mi ritual más arraigado, yo ya no quería dibujar para nadie.  ¿Por qué pintar?  Para hacer lo que reverendamente me venga en ganas a mí (y sólo a mí). 

     ¿Por qué pintar?  Porque es la forma de libertad más perfecta que conozco.
 
 

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