Disculpas públicas al señor Twitter
Soy (era)
de los que consideran a Twitter como un pasatiempo simplón para personas alienadas por esos cacharritos
vistosos también conocidos como celulares inteligentes. Abrí una cuenta bajo presión insistente e
insoportable de mi falso autoproclamado “asesor”
publicitario y con el solo objetivo de cada tanto subir imágenes de mis obras. Como para demostrar mi desinterés, desde que lo abrí hasta hace pocos
días sólo entraba a Twitter desde la computadora y no desde el celular (que,
como corresponde, lo uso apenas para hablar telefónicamente).
Pero la
modernidad no necesita hacer ningún esfuerzo para pasar por encima de nuestros férreas determinaciones conservadoras. Siguiendo
varios sitios de noticias y un par de cuentas culturales, acabé encontrando
interesante la actualización constante de data que obtengo en tiempo real. Y tuve que hacerme una concesión y cada mañana
al levantarme con mi celular –que me
hace de despertador- mientras preparo mi
primer café del día hecho una mirada legañosa a mi Twitter a eso de las seis para ver de qué va el mundo.
Y hoy,
medio dormida pero aun no recuperada del soberano mal humor de los últimos
días, leo dos twitts de la cuenta @BorgesJorgeL
(que sube breves fragmentos del escritor a
lo largo del día) que me resultaron casi
una respuesta a mi entrada de ayer. Debo
reconocer que leer esas brevedades borgianas cambiaron mi ánimo. Recuperé esa vieja convicción de que nada de
lo que hacemos es para ganar nada, de que siempre se ha tratado de hacer lo que
somos, como un destino y no como una carrera en pos de un premio.
Prometo solemnemente no burlarme más de Twitter. Una voz amiga puede llegarte desde el lugar menos pensado; no hay que negarse a cualquier posibilidad.
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