“Acuérdate de mí
cuando me olvides,
Que allí donde
estés iré a buscarte,
Siguiendo el
rastro que en el cielo escriben
Las nubes que
van a ninguna parte.
(…)
Mujer de sombras
y melancolía,
Volvamos al edén
que nunca ha sido
A celebrar con
las copas vacías
El gusto de no
habernos conocido.
(Acuérdate de mí, Serrat&Sabina)
Cuando me inicié en esto, la convicción era que uno
debía mostrar lo que hacía, diferenciarse, demostrar valía, y entonces los
conocedores (las galerías, los marchands -hoy art-dealers-) se acercarían para
propiciar el ingreso al círculo exclusivo de los que viven exclusivamente del
arte. Hoy es completamente al revés: uno
decide que quiere ser artista, se busca una galería, un
relacionista público y un agente de prensa y luego, haga lo que haga –bueno,
malo o espantoso-, lo impone vinculándose con quienes hay que vincularse. La clave es mostrarse en relajadas selfies con los “mediáticos” de turno (los celebrities
del norte o los socialités de territorio
europeo).
Ya no
importa la calidad o el desarrollo de una impronta personal. Es indistinto si el presunto artista tiene o
no algo que ofrecer. Sólo se trata de
hacerse ver. Que el público general lo
reconozca. Lo demás viene detrás, y si
no viene ¿a quién le importa?.
Por el
contrario, yo pertenezco a esa anacrónica generación que creía que primero
había que merecer la atención de los que
saben, para luego, por decantación, ir entrando a un público más amplio pero no
masivo. El arte es cuestión de élites,
un bien precioso pero superfluo. Pretender que quien lucha por la subsistencia
diaria registre los vaivenes del arte no sólo resultaba irracional sino decididamente
ofensivo.
Por eso una
de las primeras cosas que aprendí fue a hacer breves gacetillas de prensa, las
que enviaba a una escueta lista de destinatarios: Panorama de
la Plástica, de Clarín
y Agenda
de La Nación. Enviadas con tiempo por correo postal a las
redacciones de los diarios, estos cumplían con publicarlo aunque fuera en
pequeños sueltos de sus páginas finales.
Durante mucho tiempo Panorama… salía en los huecos disponibles de la página
de Fúnebres. Pero era importante igual: los que estábamos en
esto siempre leíamos esas secciones y era la manera de estar y que se supiera.
En veinte
años –más o menos- de modo vertiginoso e imprevisible todas las reglas de juego
cambiaron. La introducción de internet y
la masividad casi obligatoria que impregnó todo ha puesto patas para arriba los
antiguos códigos y nos dejó casi en un fuera de juego a los que con cierto
romanticismo nos aferramos a lo que nos habían inculcado los artistas que nos precedieron.
Ayer,
acomodando mi artesanal archivo de “prensa” no pude menos que sentir una lánguida nostalgia. Tal vez todo hoy sea más rápido, más
expansivo, la publicidad abiertamente viral. Pero mis viejos recortes son, decididamente,
MAS
LINDOS.
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