martes, 19 de agosto de 2014


 
“Acuérdate de mí cuando me olvides,
Que allí donde estés iré a buscarte,
Siguiendo el rastro que en el cielo escriben
Las nubes que van a ninguna parte.
(…)
Mujer de sombras y melancolía,
Volvamos al edén que nunca ha sido
A celebrar con las copas vacías
El gusto de no habernos conocido.
(Acuérdate de mí,  Serrat&Sabina)
 
 

    Cuando  me inicié en esto, la convicción era que uno debía mostrar lo que hacía, diferenciarse, demostrar valía, y entonces los conocedores (las galerías, los marchands -hoy art-dealers-) se acercarían para propiciar el ingreso al círculo exclusivo de los que viven exclusivamente del arte.  Hoy es completamente al revés: uno decide que quiere ser artista, se busca una galería, un relacionista público y un agente de prensa y luego, haga lo que haga –bueno, malo o espantoso-, lo impone vinculándose con quienes hay que vincularse.  La clave es mostrarse en relajadas selfies  con los “mediáticos” de turno (los celebrities del norte o los socialités de territorio europeo).   

  Ya no importa la calidad o el desarrollo de una impronta personal.  Es indistinto si el presunto artista tiene o no algo que ofrecer.  Sólo se trata de hacerse ver.  Que el público general lo reconozca.  Lo demás viene detrás, y si no viene ¿a quién le importa?.  

  Por el contrario, yo pertenezco a esa anacrónica generación que creía que primero había que merecer  la atención de los que saben, para luego, por decantación, ir entrando a un público más amplio pero no masivo.  El arte es cuestión de élites, un bien precioso pero  superfluo.  Pretender que quien lucha por la subsistencia diaria registre los vaivenes del arte no sólo resultaba irracional sino decididamente ofensivo. 

  Por eso una de las primeras cosas que aprendí fue a hacer breves gacetillas de prensa, las que enviaba a una escueta lista de destinatarios:  Panorama de  la Plástica, de Clarín y Agenda de La Nación.  Enviadas con tiempo por correo postal a las redacciones de los diarios, estos cumplían con publicarlo aunque fuera en pequeños sueltos de sus páginas finales.  Durante mucho tiempo Panorama…  salía en los huecos disponibles de la página de Fúnebres.  Pero era importante igual: los que estábamos en esto siempre leíamos esas secciones y era la manera de estar y que se supiera.

   También había por entonces varias revistas que circulaban, algo esporádicamente, pero que cubrían el quehacer artístico:  Oleo y Marmol y Lys – Actualidad en el Arte,  ambas estilo tabloide; Mecenas –una revista linda de nefasto destino-, Arte al día (la única que sigue editándose hoy día hasta dónde sé), y un par más estilo diario  Se enviaban gacetillas a todas ellas y las publicaban,  aunque no siempre coincidiendo temporalmente con la muestra, ya que estas revistas y diarios por ser hechos a puro pulmón no siempre tenían periodicidad ni fecha cierta de salida.  Pero también eran lectura obligatoria para los que estaban en el negocio de las Artes Visuales y era una manera segura y honesta de darse a conocer.

   En veinte años –más o menos- de modo vertiginoso e imprevisible todas las reglas de juego cambiaron.  La introducción de internet y la masividad casi obligatoria que impregnó todo ha puesto patas para arriba los antiguos códigos y nos dejó casi en un fuera de juego a los que con cierto romanticismo nos aferramos a lo que nos habían inculcado los artistas que nos precedieron.

  Ayer, acomodando mi artesanal archivo de “prensa” no pude menos que sentir una lánguida nostalgia.   Tal vez todo hoy sea más rápido, más expansivo, la publicidad abiertamente viral.  Pero mis viejos recortes son, decididamente,  MAS LINDOS.
 






 






 

 

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