Tras reclamar formal y solemne derecho de Santuario, la
medieval Paz de Dios, en el interior de mi biblioteca, me aboco a
considerar cuestiones urgentes relacionadas con la II Bienal Internacional de Arte Contemporáneo de Argentina ( www.bienaldearte.com.ar ).
Me acaban de notificar vía mail que el plazo para remitir
el material del Catálogo vence el próximo viernes 15 de agosto. Fantástico.
Y yo sin siquiera haber definido cual obra voy a presentar.
Mi intensión
de realizar algo ad hoc se choca con
los tiempos y con mi habitual ritmo parsimonioso de trabajo. Es verdad que inicié Demonios con la intención
de presentarla en la Bienal, y pese
a que lo que llevo trabajado hasta ahora resulta muy satisfactorio (la mano en primer plano realmente me gusta,
augura a ser uno de esos detalles que justifican sobradamente toda la obra),
me faltan siglos para su final.
Imposible acabar en un fin de semana y menos aún obtener una fotografía
como la gente para enviar a reproducir en el Catálogo.
Entonces
vuelvo a mi plan B: El
Portal de las listas de Ángeles y Demonios. La obra es muy personal, me identifica, seguramente colgada en el Borges resultará atractiva y sugerente,
y –definitivamente- mucho más “inofensiva”
para el público desprevenido que Demonios, ¡pero es imposible
fotografiarla sin horadar alguna de las paredes de casa más allá de lo que
tengo permitido!
Supongo que voy a tener que resignarme a
enviar sólo un fragmento de El Portal…, la imagen de un díptico (dos clavos tengo
disponibles), con lo que en el Catálogo se perderá no sólo la integridad de la
obra sino su concepto original de multiplicidad de concepción, interpretación y montaje. Pero es lo que hay –o no hay- y no
veo que otra alternativa tengo.
Me han
pedido también que adjunte a la foto de la obra una fotografía personal. ¿Es
necesario? Odio fotografiarme. Siempre salgo con un ojo más chico que el
otro, o la boca torcida, la mandíbula en desnivel, violando indefectiblemente las reglas básicas de la
simetría. Detesto sacarme fotos. Las
evito como otros a los parientes. Lo
importante es la obra no uno, ¿por qué no ocupar toda la página del Catálogo
con la reproducción? Es un fastidio este
asunto. Voy a tener que, en primer lugar, hacer algo con mi pelo (esta tradición mística de pisar la peluquería cada seis meses
es incompatible con la prolijidad de la tintura) para luego entrar a entrenarme en mantener mis dos ojos simétricamente abiertos ante el flash. Una auténtica tortura.
Y lo otro
que me han pedido es un texto para acompañar la obra. Descartado que yo escriba una “explicación” de El Portal…, adhiero con convicción a que cada quién lea en
una obra lo que quiera, pueda o deba leer.
Las críticas previas que tengo a mi trabajo no pueden ser ya que el
límite de este texto son 100 palabras y todas exceden ese límite (a los que
hacen críticas les encanta introducir palabras innecesarias y
rimbombantes. Es parte esencial de ser crítico). Un amigo, no dedicado al arte pero aficionado
a él y que me ha comprado un par de obras, se había ofrecido a escribir una reseña para el catálogo de una muestra
que al final no fue. Veré si mantiene su
oferta y si se avienen a limitar sus consideraciones a escuetas y
precisas 100 palabras.
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