Alegato en defensa del kitsch (de la Playboy y de
Bradbury)
Transcribo un
fragmento más de Eco, que no sé si exactamente defiende al kitsch como
simplificación del arte para consumo, pero sí abre la puerta a la posibilidad
de que los extremos (o los excesos) se constituyan en disparador de
posibilidades. Tal vez yo soy demasiado
optimista, pero cualquier argumentación que mezcle a la Playboy con Ray Bradbury, Picasso y la hipocresía
cultural merece ser compartida.
“El Kitsch prevé una contaminación menos
resuelta, una más aparente voluntad de prestigio. (…) Ray Bradbury, (…) escribe una novela para Playboy. Playboy, como sabemos, es una revista que suele
publicar fotografías de muchachas desnudas, con notable malicia y
habilidad. En esto Playboy no es Kitsch: no finge un desnudo de arte –escuálida
coartada de la pornografía-, sino que emplea todos los medios técnicos y
artísticos que encuentra a su disposición en el mercado para producir desnudos
excitantes, aunque no vulgares, acompañándoles de cartoons chispeantes y agradables. Desgraciadamente,
Playboy busca promociones en el plano
cultural, pretende ser una especie de New Yorker para libertinos y juerguistas; y recurre a la colaboración de
narradores de fama, que no desdeñan el improbable connubio con el resto de la
revista, proporcionar una coartada culta al comprador en lucha con su propia
conciencia, el narrador produce con frecuencia un mensaje-coartada. Produce Kitsch por medio de una operación que
es Kitsch en sus raíces… También Badbury narra el encuentro entre dos
personas, pero ¿cómo podría, queriendo ´hacer arte´, recurrir al lugar común de
un encuentro entre dos amantes? ¿No
podrá entrar más rápida y directamente en el mundo de los valores, si narra el
amor de un hombre por una obra de arte? Y en Una estación con tiempo sereno
nos habla Bradbury de un hombre que,
arrastrando a su esposa, enternecida y turbada, se decide a pasar las
vacaciones en la costa francesa (imagínese, ¡desde América!), en los
alrededores de Vallauris. La finalidad
es sentirse próximo a su propio ídolo: Picasso.
El cálculo resulta perfecto: tenemos arte, modernidad y prestigio. Picasso no es elegido por casualidad: todo el
mundo le conoce, su obra se ha convertido ya en fetiche, mensajes leídos según
un esquema ya prescrito.
Y cierta tarde, nuestro personaje, al
anochecer, paseando reveur
por la playa desierta, distingue a lo
lejos un hombrecillo anciano, que dibuja en la arena con un bastón extraños
signos y figuras. Inútil decir que se
trata de Picasso, Nuestro hombre se da
cuenta de ello, después de habérsele acercado por la espalda y haber visto los
dibujos trazados en la arena. Observa
conteniendo el aliento, temeroso de romper el encanto. Después Picasso se aleja y desaparece. El enamorado desearía poseer la obra, pero la
marea está subiendo: dentro de poco el agua de mar cubrirá la arena, y el
encanto habrá desaparecido. (…) Veamos… que observa el protagonista…: ´Porque
sobre la lisa playa había imágenes de leones griegos y cabras mediterráneas y
de muchachas con carnes de arena parecida a polvo de oro y sátiros tocando
cuernos esculpidos a mano y niños danzantes, lanzando flores a lo largo de toda
la playa… A lo largo de la playa en una línea ininterrumpida, la mano, el
estilo lígneo de aquel hombre… bosquejaba, unía, enlazaba, aquí y allá,
alrededor, dentro, fuera, a través, delineaba, subrayaba, concluía… Todo daba
vueltas y se mecía en el propio viento y en la propia gravedad…´
…Se prescribe al lector qué es lo que debe
individualizarse y disfrutar –y cómo disfrutarlo- en la obra de Picasso; mejor,
de la obra de Picasso se le proporciona una quintaesencia, un resumé, una imagen condensada. Debe
notarse que de Picasso se ha elegido el momento más fácil y decorativo (gravita
también sobre el pintor, espléndidamente retratado en esta fase de su
producción, una sospecha de Kitsch…) y que se acepta del artista la imagen más
convencional y romántica. (…) Por un
lado, Bradbury interpreta el arte picassiano con un típico empleo de código
empobrecido (reducido al puro gusto del arabesco, y a un vulgar repertorio de
relaciones convencionales entre figuras estereotipadas y sentimientos asimismo
prefijados), y por otro, su fragmento constituye una típica comprobación de
estilemas tomados de toda tradición decadente (…) unido todo por la intención
explícita de cumular efectos. Y, no
obstante, el mensaje pretende ser intencionado en cuanto a tal: es formulado de
modo que el lector se entusiasme con un autor que ´escribe tan bien´.
(…) La narración no sólo es consumible, sino
bella, y pone a su disposición la belleza.
Entre esta belleza y la de las muchachas de la página central de Playboy
no existe mucha diferencia; salvo que, siendo ambas gastronómicas, la segunda
ostenta una hipocresía más maliciosa, la representación fotográfica exige una
referencia real, de la cual existe forzosamente incluso un número de
teléfono. El verdadero Kitsch, en cuanto
Mentira, está en el fragmento de arte de Ray Bradbury.
(…) Con todo, bastaría un solo individuo que,
excitado por la lectura de Bradbury, se acercara por primera vez a Picasso, y
ante las obras de éste, reproducidas en cualquier libro, encontrase el camino
para una aventura personal, en la que el estímulo de Bradbury se hubiera
consumado, para dejar paso a una vigorosa uy original toma de posesión de un
modo de formar, de un modo pictórico…
Bastaría esto para hacer sospechosas todas las definiciones teóricas
acerca del buen y del mal gusto.
Pero son estas, elucubraciones del tipo de
´los caminos del Señor son infinitos´: la enfermedad puede acercar a Dios, pero
para un médico, por muy creyente que sea, el primer deber es diagnosticar y
curar las enfermedades.”
Umberto
Eco, Apocalípticos e integrados Random House Mondadori S.A., Uruguay 2012,
pág. 156/159
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