“De cuando en cuando, los críticos y los
hagiógrafos establecen que cierto escritor marca “un antes y un después” de la
literatura. Es un encomio que se repite
más de lo prudente –sobre todo en el último siglo y medio-, lo cual tiende a
devaluarlo. Sin embargo, en ocasiones se
hace casi inevitable, ya sea como alabanza de un autor o para señalar que, a
partir de él, muchos empiezan no sólo a escribir sino también a leer de otro
modo. Es algo que ocurre tanto con
autores populares (Poe, Lovecraft, Tolkien) como con los representativos de la
llamada “alta cultura”: Kafka. Joyce, Faulkner… y sin duda, Borges.
Justamente, el logro fundamental de Borges
fue convertir un modelo de escritor para poca gente en uno para un gran número
de lectores. No existen autores en la
lengua castellana, y muy pocos hay en todo el mundo, que hayan sido objeto de
tantos estudios, citas, glosas y paráfrasis.
Podría hablarse de una literatura a.B. (antes de Borges) que es
precisamente la que interesó y nutrió al propio escritor argentino, y una literatura
d.B. (después de Borges), que es la que nos interesa y que nutre ya a la mayoría
de nosotros.
Tenía yo quince años –es decir que ha pasado
medio siglo- cuando tropecé con mi primer cuento de Borges. Era nada menos que “El Aleph” y venia incluido
en Le
matin des magiciens (El retorno de los
brujos), un libro de especulaciones fantásticas con barniz científico que
fascinó mi adolescencia. Y tengo claro
que, a partir de “El Aleph”, ya no pude entender la literatura sin Borges; es
más, tal vez comencé a repensarla en su totalidad.
A partir de esa lectura, buscar obras de este
hechicero irónico se convirtió en una insaciable prioridad, casi una
obsesión. También, más lamentablemente,
lo fue pergeñar torpes pastiches borgianos, no solo en prosa sino –horresco referens!- en verso.
Lo cuento como mínimo ejemplo de algo que debió sucederles a muchos
jóvenes y menos jóvenes cuando descubrieron al autor de “El Aleph”.
Un poco hiperbólicamente, vale para todos
nosotros el resumen que hizo el crítico Emir Rodríguez Monegal glosando su
propio caso: ´Para
mí, entonces, acabó la literatura y empezó Borges.´”
Fernando
Savater, Lugares con Genio, Random
House Mondadori S.A., Buenos Aires, 2013 pág. 47/48.
“El Diácono… dijo que estaba ansioso de saber
por su boca, ellos que habían visitado el fabuloso Occidente, si de verdad
existían acullá todas las maravillas de
las que había leído en tantos y tantos libros que había tenido entre sus manos.
(…) Si era verdad que se llegaba a la
construcción por una escalera donde, en la base de un determinado escalón había
un agujero desde el que se veía pasar todo lo que sucede en el universo, todos los
monstruos de las profundidades marinas, el alba y la tarde, las muchedumbres
que viven en la Última Thule, una telaraña de hilos del color de la luna en el
centro de una negra pirámide, los copos de una sustancia blanca y fría que caen del cielo sobre África
Tórrida en el mes de agosto, todos los desiertos de este universo, cada letra
de cada hoja de cada libro, ponientes sobre el Sambatyón que parecían reflejar
el color de una rosa, el tabernáculo del mundo entre dos placas relucientes que
lo multiplican sin fin, extensiones de agua como lagos sin orillas, toros,
tempestades, todas las hormigas que hay en la tierra, una esfera que reproduce
el movimiento de las estrellas, el secreto latir del propio corazón y de las
propias vísceras, y el rostro de cada uno de nosotros cuando nos transfigure la
muerte…”
Umberto
Eco, Baudolino Sudamericana S.A. Buenos Aires 2008, pág.
471/472.
“Querido Borges:
Decidí matarlo un 30 de abril de 1959, meses
después de que su fama se acrecentara al publicar la tan mentada obra El
Aleph. Obra publicada gracias a mi
continua, apasionada, versátil y del todo insignificante actividad mental. Para los que no me conocen, les puedo decir –
como alguna vez usted mencionó- que soy rosado, considerable, canoso, de rasgos
finos. Tengo grandes y afiladas manos
hermosas como las de mi prima Beatriz, también ojos azules. Soy descendiente de italianos y recalco la
letra ´ese´ al final de una palabra con orgullo, porque, como usted dijo, Borges, la patria es una decisión: uno es
argentino porque ha decidido serlo.
También he decidido ser poeta y desempeñarme como encargado subalterno
en la biblioteca Juan Crisóstomo Lafinur, labor que cumplo hace décadas con
sobrado entusiasmo. Es verdad que soy
ermitaño, a veces autoritario, querido Borges, pero también es verdad que soy
un impiadoso asesino. Por lo visto,
algunas de mis particularidades ha pasado usted por alto y es mi obligación
recalcárselas por escrito, pues las proezas más claras pierden su lustre si no
se las amoneda en palabras. En fin, para
que andar con rodeos, Borges, usted ya lo sabe: soy Carlos Argentino Daneri y
voy a matarlo. (…) Lamento decirle que
ya es la hora. Antes de irme debo
acomodar el retrato de Beatriz en torpes colores, ese que está sobre el piano
inútil, junto al jarrón sin flor, ¿lo recuerda?
Sí, estoy seguro de que sí.
Luego, una vez acomodado el retrato, colocaré la Browning 9 milímetros
en mi sobaquera, también el saco azulino, en contraste con la camisa lechal.
¿Aún se ríe de mis adjetivos, Borges?”
Francisco
Cappellotti, Matar a Borges Editorial
Planeta SA, Buenos Aires 2012, pág. 13/19.
“Walter
Cole vivía en Richmond Hill, el más antiguo de los siete barrios de Queens,
conocido como las Siete Hermanas. (…)
Llegué a casa de Walter poco después de las nueve. Me abrió la puerta él mismo y me hizo pasar a
lo que, en caso de tratarse de un hombre menos educado, podría haberse llamado
su ´cubil´, pero ´cubil´ era una palabra que no hacía justicia a la biblioteca
en miniatura que había reunido a lo largo de medio siglo de ávida lectura:
biografías de Keats y Saint-Exupery compartían estantería con obras sobre
medicina forense, delitos sexuales y psicología criminal. Fenimore Cooper estaba tapa con tapa en compañía
de Borges; Barthelme parecía un tanto inquieto en medio de unos cuantos títulos
de Hemingway.”
John
Connolly, Todo lo que muere Tusquets
Editores SA Buenos Aires 2011, pág. 43.
Revista La Aventura de la Historia, Nro. 160 febrero 2009, pág. 4.
Yo descubrí
a Borges entrando a la
adolescencia, a mis doce o trece años. Solía frecuentar un local
de venta de libros y revistas usados que había a una cuadra de mi escuela. Compraba ejemplares de D´Artagnan, El
Tony e Intervalo para copiar sus tapas. En una mesa encontré un viejo ejemplar de Historia
Universal de la Infamia; supongo que me sedujo el título o fue cosa
pura del destino. Fue mi inicio en Borges y el principio de mi
biblioteca. No fue el primer libro que adquirí por iniciativa propia (ese fue una Antología de Poesía que compré en una
librería de una galería de Lanús Este),
pero fue la ideología borgeana la que formateo el camino de elección de mis
lecturas y digitó definitivamente mis preferencias.
Feliz
cumpleaños, Maestro. Feliz día del
lector a todos nosotros.
“Ser inmortal es baladí; menos el hombre, todas las criaturas lo son, pues
ignoran la muerte; lo divino, lo terrible, lo incomprensible, es saberse
inmortal. (…) Adoctrinada por un
ejercicio de siglos, la república de hombres inmortales había logrado la
perfección de la tolerancia y casi del desdén. Sabía que en un plazo infinito
le ocurren a todo hombre todas las cosas. Por sus pasadas o futuras virtudes
todo hombre es acreedor a toda bondad, pero también a toda traición, por sus
infamias del pasado o del porvenir. Así como en los juegos de azar las cifras
pares y las cifras impares tienden al equilibrio, así también se anulan y se
corrigen el ingenio y la estolidez… Sé
de quienes obraban el mal para que en los siglos futuros resultara el bien, o
hubiera resultado en los ya pretéritos... Encarados así, todos nuestros actos
son justos, pero también son indiferentes. No hay méritos morales o
intelectuales. (…) Nadie es alguien, un solo hombre inmortal es todos los
hombres. Como Cornelio Agrippa, soy dios, soy héroe, soy filósofo, soy demonio
y soy mundo, lo cual es una fatigosa manera de decir que no soy.”
Jorge Luis Borges, El Inmortal.
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