lunes, 11 de agosto de 2014

 

  Supongo que hay un momento en el que uno tiene (debe) plantearse cuál es el límite hasta el que va a soportar el maltrato, no sólo el físico sino también el intelectual y, sobre todo, el emocional.

  Es un tema de educación, evidentemente.  Nos han adoctrinado con el “bienaventurados los que sufren, porque de ellos será el reino de los cielos…”  Así que hay que sufrir porque eso es meritorio.  Sufrir y aguantar.  Postergarse.  Automutilarse.  Cuanto más permitimos que nos maltraten mejor será nuestro lugar… ¿dónde?  ¿en el cementerio?

  También doy por hecho que esta tradición de pasarla mal porque eso es lo que está bien (¡cómo repetimos absurdos!) es aún más profunda e inconsciente en las mujeres.  Las ”madres”,  santas reinas absolutas de la abnegación y el sacrificio.  Y todo ¿para qué?  No sé.  A veces creo que sin ningún resultado positivo para nadie.  Porque un montón de personas frustradas, con sus psiquis hecha girones, nidos de traumas múltiples  y culpas ridículas, no genera una población  “feliz” (¡obvio!), satisfecha, realizada, mucho menos productiva y seguramente no muy confiable.  Fabricamos bombas de tiempo en este mundo para que –supuestamente- seamos sumamente dichosos en alguna otra parte que vaya a saber uno dónde queda si es que tiene localización propia y si nuestro cerebro (o "alma") auto-inmolado  a fuerza de "nobleza" va a quedar con capacidad alguna para el disfrute.
 
  Entonces, ¿por qué seguimos priorizando los mandatos sociales por sobre nuestra salud psíquica y nuestro más básico sentido común?  Porque hay que convivir entre un montón de psicóticos.   Es un punto, sí, pero me parece que sería mejor retirarse a la cima de la montaña y adherir al eremitismo.  Si “vivir en sociedad” implica someterse voluntariamente a vivir a la defensiva, gacha la cabeza y mordiéndose los nudillos, soportando los golpes y las humillaciones constantes, negando la propia identidad para “encajar” con el entono, bueno, definitivamente, la sociabilización está sobrevalorada.           

  Hace poco circulaba por las redes un texto atribuido a Meryl Streep.  No sé si realmente lo dijo ella (no di con la fuente concreta, sólo la cita de los dichos en distintos lugares).  Pero evidente, todos llegamos a ese punto donde decidimos que ya- no-va- más.

"Ya no tengo paciencia para algunas cosas, no porque me haya vuelto arrogante, sino simplemente porque llegué a un punto de mi vida en que no me apetece perder más tiempo con aquello que me desagrada o hiere.  No tengo paciencia para el cinismo, críticas en exceso y exigencias de cualquier naturaleza.
  Perdí la voluntad de agradar a quien no agrado, de amar a quien no me ama y de sonreír para quien no quiere sonreírme.  Ya no dedico un minuto a quién miente o quiere manipular. Decidí no convivir más con la pretensión, hipocresía, deshonestidad y elogios baratos.

  No consigo tolerar la erudición selectiva y la altivez académica. No me ajusto más con la barriada o el chusmerío.  No soporto conflictos y comparaciones. Creo en un mundo de opuestos y por eso evito personas de carácter rígido e inflexible.

  En la amistad me desagrada la falta de lealtad y la traición.  No me llevo nada bien con quien no sabe elogiar o incentivar.  Las exageraciones me aburren y tengo dificultad en aceptar a quien no gusta de los animales.


  Y encima de todo ya no tengo paciencia ninguna para quien no merece mi paciencia".  Meryl Streep


                

 


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