Supongo que
hay un momento en el que uno tiene (debe)
plantearse cuál es el límite hasta el que va a soportar el maltrato, no sólo el
físico sino también el intelectual y, sobre todo, el emocional.
Es un tema
de educación, evidentemente. Nos han
adoctrinado con el “bienaventurados los que sufren, porque de ellos será el
reino de los cielos…” Así que hay que
sufrir porque eso es meritorio. Sufrir y
aguantar. Postergarse. Automutilarse. Cuanto más permitimos que nos maltraten mejor
será nuestro lugar… ¿dónde? ¿en el
cementerio?
También doy
por hecho que esta tradición de pasarla mal porque eso es lo que está
bien (¡cómo repetimos absurdos!) es aún más profunda e inconsciente en
las mujeres. Las ”madres”, santas reinas absolutas de la abnegación y el sacrificio. Y todo ¿para qué? No sé.
A veces creo que sin ningún resultado positivo para nadie. Porque un montón de personas frustradas, con
sus psiquis hecha girones, nidos de traumas múltiples y culpas ridículas, no genera una
población “feliz” (¡obvio!), satisfecha,
realizada, mucho menos productiva y seguramente no muy confiable. Fabricamos bombas de tiempo en este mundo
para que –supuestamente- seamos sumamente dichosos en alguna otra parte que
vaya a saber uno dónde queda si es que tiene localización propia y si nuestro
cerebro (o "alma") auto-inmolado a fuerza de "nobleza" va a quedar con capacidad alguna para el
disfrute.
Entonces,
¿por qué seguimos priorizando los mandatos sociales por sobre nuestra salud
psíquica y nuestro más básico sentido común? Porque hay que convivir entre
un montón de psicóticos. Es un punto,
sí, pero me parece que sería mejor retirarse a la cima de la montaña y adherir
al eremitismo. Si “vivir en sociedad”
implica someterse voluntariamente a vivir a la defensiva, gacha la cabeza y mordiéndose los nudillos, soportando los golpes
y las humillaciones constantes, negando la propia identidad para “encajar” con
el entono, bueno, definitivamente, la sociabilización
está sobrevalorada.
Hace poco circulaba por
las redes un texto atribuido a Meryl Streep. No sé si realmente lo dijo ella (no di
con la fuente concreta, sólo la cita de los dichos en distintos lugares). Pero evidente, todos llegamos a ese punto
donde decidimos que ya- no-va- más.
"Ya
no tengo paciencia para algunas cosas, no porque me haya vuelto arrogante, sino
simplemente porque llegué a un punto de mi vida en que no me apetece perder más
tiempo con aquello que me desagrada o hiere.
No tengo paciencia para el cinismo, críticas en exceso y exigencias de
cualquier naturaleza.
Perdí la voluntad de agradar a quien no
agrado, de amar a quien no me ama y de sonreír para quien no quiere sonreírme. Ya no dedico un minuto a quién miente o
quiere manipular. Decidí no convivir más con la pretensión, hipocresía,
deshonestidad y elogios baratos.No consigo tolerar la erudición selectiva y la altivez académica. No me ajusto más con la barriada o el chusmerío. No soporto conflictos y comparaciones. Creo en un mundo de opuestos y por eso evito personas de carácter rígido e inflexible.
En la amistad me desagrada la falta de lealtad y la traición. No me llevo nada bien con quien no sabe elogiar o incentivar. Las exageraciones me aburren y tengo dificultad en aceptar a quien no gusta de los animales.
Y encima de todo ya no tengo paciencia ninguna para quien no merece mi paciencia". Meryl Streep
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