viernes, 22 de agosto de 2014



 La grata costumbre porteña de parar varias veces durante la mañana por un café, en cualquiera de los infinitos bares de Baires,  genera conversaciones improvisadas y fugaces que suelen resultar más interesantes que las conclusiones de un simposio  de ardua preparación.-

  Un par de días atrás, en un encuentro casual de un parate coincidente en la misma mesa junto a la ventana, alguien sentenció como razón de base para el descalabro actual de nuestra economía: “Es un exceso de imaginación y de masters.  Nos volvimos una probeta de laboratorio descartable.”

  Él sabe que yo reacciono por reflejo a la palabra “creatividad”.  Es mi negocio, no el suyo. Lo miré con lo que quise fuera una mirada despectiva ante su blasfemia pero que seguramente fue apenas de fastidio.

  Él, con falsa solícita inocencia, me preguntó si de vuelta me habían servido una “lágrima invertida”.  No soy una persona molesta, pero me gusta la lágrima como se supone que debe ser: leche espumosa con una gota de café espresso.  A veces me sirven exactamente lo contrario: un jarrito de espresso apenas sucio por una gotita de leche.  Es una de las pocas cosas que me subleban de modo irracional.

-La creatividad nunca es excesiva- le aclaro, echando edulcorante a mi bebida en un alegato contundente de que mi lágrima está perfecta (sino la hubiera devuelto violando mi obligatorio código de cortesía).
-¿Y qué me decís del kitsch?- me retruca rápido-.  Creatividad desbordada que se convierte en mamarracho.  Sin un plan, hasta lo más original peca de vulgar.  No se trata de ser distinto, inesperado o desconcertante.  Se trata de ser auténtico.  Y, por sobre todo, bueno.

  Obviamente no iba a darle la razón, aunque la tuviera, porque se supone que nuestras filosofías de vida son antagónicas.  Así funciona nuestra amistad, y en consecuencia el mundo.  Como el clavo de Dickens, cuya remoción desmorona imperios.  Él es el práctico y yo idealista.  El hace dinero y yo hago arte.  No puedo darle la razón en lo que estrictamente es mi campo de acción.  Discuto sólo por principios.

-Crear es por definición algo positivo, aunque puede que a destiempo resulte incomprensible.  Las vanguardias inician en rechazo, pero luego vuelven y se consolidan contundentemente.  Pensá en Piazzolla.  Quizá lo kitsch es sólo aquello que se sacó del horno mucho antes de la hora de la cena.  ¿Quién reviste la autoridad para determinar cuando la creatividad excede qué límite?  ¿El de la moda?  ¿El de lo aceptado por el mercado?  ¿El de lo políticamente correcto?
-Me extraña.  La estética es una disciplina tan autónoma como la física cuántica, según ustedes.  Que el equilibrio, que la armonía, que el valor semiótico del concepto… bla-bla-bla…  Si no se pudiera discernir, tu business del “arte” no tendría sustento.  Siempre hay un “quién” que establece límites, y si mirás para atrás en la historia, esos límites son más o menos constantes y bastante claros.  Es fácil saber cuándo algo es realmente bueno.  Decanta, destaca y perdura.  No hay retórica que pueda suplantar la calidad real.

  Me niego a darle la razón.  Me niego.  Rebusco en mi archivo mental una duda aceptable con que rebatir su irrefutable verdad.
-Si el arte es un lenguaje y una búsqueda de sentido, cada época y cada grupo social tiene un cúmulo de necesidades que va a determinar el marco de acción y sus límites. Los manierismos, el barroco, seguramente fue kitsch para su antecedente inmediato, pero era el paso previo necesario para la evolución.  El exceso es necesario como desencadenante de reflexión y selección.  Es parte esencial del proceso.

  Y ahí perdí.  Cuando me sonríe de ese modo sé que me ganó sin necesidad de molestarse en pelear.  Me da soga para que me ahorque sola por mero abuso de la lógica.  Mira el reloj y llama al mozo para pagar.
-Parte del proceso, exactamente; no el resultado final.  El proceso es el experimento, que puede salir para cualquier lado.  La pregunta es, cuándo se trata de la economía de un país, ¿es aceptable hacer experimentos?  ¿No deberían ya tener la tesis definitiva en vez de venir a probar sus hipótesis a costa de la gente? Somos ratas de laboratorio…

  Refunfuño y dejo la propina.  Si bien vuelvo a casa masticando disgusto, esa charla casual me dio la excusa perfecta para bucear en mi biblioteca y detenerme un buen rato sobre las consideraciones de Eco acerca de lo kitsch:


 “…el Kitsch se nos presenta como una forma de mentira artística, o, como dice Hermann Broch, ´un mal en el sistema de valores del arte… La maldad que supone una general falsificación de la vida.´ 
  Siendo el Kitsch un Ersatz, fácilmente comestible, del arte, es lógico que se proponga como cebo ideal para un público perezoso que desea participar de los valores de lo bello, y convencerse a sí mismo de que los disfruta, sin verse precisado a perderse en esfuerzos innecesarios.  Y Killy habla del Kitsch como un típico logro de origen pequeñoburgués, medio de fácil reafirmación cultural para un público que cree gozar de una representación original del mundo, cuando en realidad goza sólo de una imitación secundaria de la fuerza primaria de las imágenes.
  En este sentido, Killy se incorpora a toda una tradición crítica, que desde Alemania se ha ido extendiendo a los países anglosajones, tradición que, definido el Kitsch en esto términos, lo identifica como la forma más aparente de una cultura de masas y de una cultura media, y, por lo tanto, de una cultura de consumo.
  Por otra parte, el mismo Broch insinúa la sospecha de que, sin unas gotas de Kitsch, quizá no pudiera existir ningún tipo de arte.  Y Killy se pregunta si la falsa representación del mundo que nos ofrece el Kitsch es verdadera y únicamente una mentira, o si satisface una insoslayable exigencia de ilusiones alimentada por el hombre.  Y cuando define el Kitsch como hijo natural del arte, nos deja la sospecha de que, para la dialéctica de la vida artística y del destierro del arte de la sociedad, sea esencial la presencia de este hijo natural, que ´produce efectos´ en aquellos momentos en que sus consumidores desearían, de hecho, ´gozar de los efectos´, y no entregarse a la más difícil y reservada operación de fruición estética compleja y responsable.”

Umberto Eco,  Apocalípticos e integrados   Random House Mondadori S.A., Uruguay 2012, pág. 99/100


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