No puedo resistirme. Transcribo unos fragmentos más de King Kong Théorie de Virginie Despentes (data y enlace en la entrada de ayer).
“Desde hace un tiempo, en Francia, no dejan
de retarnos, por lo de los 70. Que nos equivocamos de camino, y qué mierda
hicimos con la revolución sexual, y que nos creemos hombres o qué, y que con
nuestras boludeces, uno se pregunta dónde quedó la buena virilidad de antes, la
de papá y del abuelo, aquellos hombres que sabían morir en la guerra y manejar
un hogar con una sana autoridad. Y con la ley de su parte. Nos cagan a pedos
porque los hombres tienen miedo. Como si tuviéramos algo que ver. Es
verdaderamente asombroso, y bastante moderno, ver a un dominante ponerse a
chillar porque el dominado no pone bastante de su parte...(…)
Nací en el 69. Fui al colegio mixto. Supe desde
el curso preparatorio que la inteligencia escolar de los niños era la misma que
la de las niñas. (…)
…
las mujeres de mi alrededor ganan menos dinero que los hombres, ocupan puestos
subalternos, ven normal el ser subvaloradas cuando emprenden algo. Hay un
orgullo de empleada doméstica al tener que avanzar con dificultad, como si
fuera útil, agradable o sexy. Un goce servil al pensar que servimos de escalón.
No sabemos qué hacer con nuestro poder. Siempre vigiladas por los hombres que
se siguen metiendo en nuestros asuntos y señalando lo que es bueno o malo para
nosotras, pero sobre todo por las otras mujeres, vía la familia, las revistas femeninas,
y el discurso corriente. Una tiene que aminorar su poder, nunca valorado: «competente»
para una mujer todavía quiere decir «masculina». (…)
Este análisis brinda una herramienta de
lectura para la rompiente de «trolez» en la empresa pop actual. Ya sea que
paseemos por la ciudad, miremos MTV, un programa de variedades del primer canal
o que hojeemos una revista femenina, llama la atención la explosión del look
perra extremo adoptado por muchas chicas, que por otro lado les sienta muy
bien. En realidad, es una forma de disculparse, de tranquilizar a los hombres:
«mirá lo buena que estoy: a pesar de mi autonomía, mi cultura, mi inteligencia,
sigo aspirando sólo a gustarte» parecen clamar las pibitas en tanga. Tengo la
posibilidad de vivir otra cosa, pero decido vivir la alienación vía las
estrategias de seducción más eficaces.
Uno se puede asombrar, a primera vista, de
que las pendejas adopten con tal entusiasmo los atributos de la mujer-«objeto»,
que mutilen su cuerpo y lo exhiban espectacularmente, cuando al mismo tiempo
esta joven generación valora a «la mujer respetable», es decir lejos del sexo festivo.
La contradicción sólo es aparente. Las mujeres les dirigen a los hombres un
mensaje tranquilizador: «no nos tengan miedo».
Vale la pena llevar una vestimenta incómoda,
calzados que traban el caminar, hacerse romper la nariz o hinchar los pechos,
matarse de hambre. Nunca ninguna sociedad exigió tantas pruebas de sumisiones a
las imposiciones estéticas, tantas modificaciones corporales para feminizar un
cuerpo. Al mismo tiempo, nunca ninguna sociedad permitió tanta libre
circulación corporal e intelectual de las mujeres. El remarcar la feminidad parece
una excusa después de la pérdida de las prerrogativas masculinas, una manera de
tranquilizarse, tranquilizándolos. (…)
Los hombres denuncian con virulencia
injusticias sociales o raciales, pero se muestran indulgentes y comprensivos cuando
se trata de dominación machista. Muchos son los que quieren explicar que la
lucha feminista es secundaria, un deporte de ricos, sin pertinencia ni
emergencia.
Hay que ser cretino, o desagradablemente
deshonesto, para encontrar una opresión insoportable y la otra llena de poesía.
De la misma manera, a las mujeres les
convendría pensar mejor las ventajas del acceso de los hombres a una paternidad
activa, antes que aprovecharse del poder que se les otorga políticamente, vía
la exaltación del instinto maternal.
La mirada del padre sobre el hijo constituye una
revolución en potencia. Entre otras cosas, les pueden transmitir a las hijas
que tienen una existencia propia, más allá del mercado de la seducción, que son
capaces de fuerza física, de espíritu de empresa y de independencia, y
valorarlas por esta fuerza, sin temor a un castigo inherente.
Les pueden señalar a los hijos que la
tradición machista es una trampa, una severa restricción de las emociones, al
servicio del ejército y del Estado. Porque la virilidad tradicional es una
empresa tan mutiladora como la asignación de la feminidad.
¿Cuáles son, exactamente, las exigencias para
ser un hombre, un hombre de verdad? Represión de las emociones. Callar su sensibilidad.
Avergonzarse de su delicadeza, de su vulnerabilidad. Dejar la infancia brutal y
definitivamente: los hombres-niños no tienen buena prensa. Estar angustiado por
el tamaño de su pija. Saber hacer acabar a las mujeres sin que sepan o quieran
indicar el camino que hay que seguir. No mostrar su debilidad. Amordazar su
sensualidad. Vestirse con colores apagados, siempre tener el mismo calzado
ordinario, no jugar con su pelo, no llevar muchas joyas, ni ningún maquillaje.
Tener que dar el primer paso, siempre. No tener ninguna cultura sexual para
mejorar su orgasmo. No saber pedir ayuda. Tener que ser valiente, por más que
no se tenga ganas. Valorar la fuerza, sea cual sea su carácter. Dar muestras de
agresividad. Tener un acceso restringido a la paternidad. Ser exitoso socialmente,
para poder pagarse las mejores mujeres. Temer su homosexualidad porque un
hombre, un hombre de verdad, no debe ser penetrado. No jugar con muñecas en la
infancia, conformarse con autitos y armas de plástico súper feas. No cuidar
mucho su cuerpo. Ser sumiso a la brutalidad de los otros hombres, sin quejarse.
Saber defenderse, por más que uno sea dulce.
Estar separado de su feminidad,
simétricamente a las mujeres que renuncian a su virilidad, no en función de las
necesidades de una situación o de un carácter, sino en función de lo que exige
el cuerpo colectivo. Para que, siempre, las mujeres le den los hijos a la guerra,
y que los hombres acepten ir a la muerte para salvar los intereses de tres o
cuatro cretinos de vista corta.
Si no avanzamos hacia esta incógnita que es
la revolución de los géneros, sabemos exactamente hacia qué retrocedemos. Un
Estado todopoderoso que nos infantiliza, interviene en todas nuestras
decisiones, por nuestro propio bien, que -con el pretexto de protegernos mejor-
nos mantiene en la infancia, la ignorancia, el miedo a la sanción, a la
exclusión.(…)
Entender
las mecánicas de nuestra inferiorización, y cómo nos llevan a ser sus mejores
vigilantes, es entender las mecánicas de control de toda la población. El
capitalismo es una religión igualitaria, en el sentido de que nos somete a
todos…”
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