viernes, 1 de agosto de 2014

























  Me llegó hace un par de días un mail de Huerquen, comunicación en colectivo (http://www.huerquen.com.ar/), remitiéndome el enlace con  la Teoría de King Kong de Virginie Despentes, un ensayo sobre género y roles, con derecho de copyleft. 


  Si bien recién esta tarde tuve tiempo de bajarlo para leerlo tranquila (impreso en papel, soy espantosamente conservadora), me fue fácil identificarme, escandalizarme y reírme con ganas a los primeros párrafos, los que transcribo a continuación como una invitación a quién le interese abordar esta cuestión sin prejuicios y bajo la voz de una mujer.  Al pie está el enlace al archivo PDF de Huerquen donde puede accederse al texto completo.




VIRGINIE DESPENTES,  TEORÍA KING KONG
Traducido del francés por Marlène Bondil
Relectura por Pablo Cesario
Título original: King Kong Théorie.
 Editions Grasset et Fasquelle, París, 2006.
1era edición Buenos Aires (Capital Federal), septiembre 2012
Editorial El Asunto 1era edición: 100 ejemplares
Se autoriza a copiar, distribuir y comunicar públicamente esta traducción, citando la fuente y reconociendo los créditos de la misma, siempre que se realice bajo una licencia idéntica de libre disponibilidad y sin fines de lucro. Copyleft
Para más información: teoriakingkong@hotmail.com

  “Escribo desde las feas, para las feas, las viejas, las camioneras, las frígidas, las mal cogidas, las incogibles, las histéricas, las chifladas, todas las excluidas de la gran feria de las que están buenas. Y empiezo por ahí para que las cosas sean claras: no me disculpo de nada, no me vengo a quejar. No cambiaría mi lugar por ningún otro, porque ser Virginie Despentes me parece que es un negocio mucho más interesante de llevar que cualquier otro.

  Me parece maravilloso que también haya mujeres a las que les gusta seducir, que sepan seducir, otras que busquen casarse, algunas que huelan a sexo y otras a la merienda de los niños a la salida de la escuela. Me parece maravilloso que algunas sean muy dulces, otras se sientan plenas con su feminidad, que haya mujeres jóvenes, hermosísimas, otras coquetas y radiantes. Sinceramente, estoy muy contenta por todas las que están conformes con las cosas tales como son. Lo digo sin ironía alguna. Simplemente resulta que no soy una de ellas.

  Por supuesto, no escribiría lo que escribo si fuera hermosa, tan hermosa como para cambiar la actitud de los hombres con los que me cruzo. Hablo como proletaria de la feminidad… (…)

…me da rabia que como mina que poco les interesa a los hombres, siempre traten de hacerme entender que ni debería estar acá. Siempre existimos. Aunque los hombres, que sólo imaginan a mujeres con las que quisieran tener sexo, no hayan hablado de nosotras en sus novelas. Siempre existimos, nunca hablamos. Incluso hoy, cuando las mujeres publican muchas novelas, son muy escasas las figuras femeninas con físicos ingratos o mediocres, no aptas para querer a los hombres o hacerse querer por ellos. Al contrario, las heroínas contemporáneas quieren a los hombres, los conocen con facilidad, tienen sexo con ellos a los dos capítulos, acaban en cuatro líneas y a todas les gusta el sexo.  La figura de la perdedora de la feminidad me es más que simpática, me es esencial. Exactamente como la figura del perdedor social, económico o político. Prefiero a los que no pueden, por la buena y sencilla razón que yo no puedo mucho tampoco…

  Cuando uno no tiene lo necesario para creérsela, es generalmente más creativo. Soy una mina más King Kong que Kate Moss.

  Soy de esas mujeres con las que no se casa, con las que no se tiene hijos, hablo desde mi lugar de mujer que es siempre demasiado todo lo que es, demasiado agresiva, demasiado ruidosa, demasiado gorda, demasiado brutal, demasiado ruda, siempre demasiado viril, según dicen. Sin embargo, son mis cualidades viriles las que hacen que no sea un bicho raro más entre otros. Todo lo que me gusta de mi vida, todo lo que me salvó, se lo debo a mi virilidad. Por lo tanto escribo aquí como mujer no apta para atraer la atención masculina, para satisfacer el deseo masculino, y para conformarme con un lugar en la sombra.

  De ahí escribo, como mujer no atractiva, pero ambiciosa, atraída por el dinero que gano por mis medios, atraída por el poder, el de hacer y de rehusar, atraída más bien por la ciudad que por el hogar, siempre deseosa de vivir las experiencias e incapaz de conformarme con su relato. Me importa tres carajos ponérsela dura a hombres que no me hacen soñar…

 (…) Estoy contenta conmigo, así, más deseante que deseable. De modo que escribo desde ahí, desde aquellas, las no vendidas, las piradas, las rapadas, las que no se saben vestir, las que tienen miedo de oler mal, las que tienen el comedor podrido, las que no saben cómo manejarse, a las que los hombres no les regalan nada, las que cogerían con cualquiera con tal de que acepte cogérselas, las más putas, las trolitas, las mujeres que siempre tienen la concha seca, las que tienen panzas gordas, las que quisieran ser hombres, las que creen que son hombres, las que sueñan con ser actrices porno, a las que les chupan un huevo los hombres pero les interesan sus amigas, las que tienen un culo gigante, las que tienen pelos tupidos y bien negros y que no se van a depilar, las mujeres brutales, ruidosas, las que rompen todo al pasar, a las que no les gustan las perfumerías, las que se ponen rouge demasiado rojo, las que están demasiado mal hechas para vestirse como calentonas pero que se mueren de las ganas, las que quieren ir con ropa de hombre y barba por la calle, las que quieren mostrar todo, las que son pudorosas por complejo, las que no saben decir no, a las que encierran para someterlas, las que dan miedo, las que dan lástima, las que no dan ganas, las que tienen la piel fláccida, la cara llena de arrugas, las que sueñan con hacerse un lifting, una liposucción, con que les rompan la nariz para hacerse otra pero que no tienen dinero para hacerlo, las que ya están demasiado feas, las que sólo cuentan con ellas mismas para protegerse, las que no saben dar seguridad, a las que les importan tres carajos sus hijos, a las que les gusta tomar hasta revolcarse por el suelo de los bares, las que no saben portarse; lo mismo que, y ya que estoy, para los hombres que no tienen ganas de ser protectores, a los que les gustaría pero no saben cómo, los que no saben pelear, los que lloran de buena gana, los que no son ambiciosos, ni competitivos, ni bien dotados, ni agresivos, los que son miedosos, tímidos, vulnerables, los que preferirían cuidar la casa antes que ir a trabajar, los que son delicados, pelados, demasiado pobres para gustar, a los que tienen ganas de que se la pongan, los que no quieren que cuenten con ellos, los que tienen miedo cuando están solos de noche.

  Porque el ideal de la mujer blanca, atractiva pero no puta, bien casada pero no relegada, que trabaja pero sin ser muy exitosa, para no humillar a su hombre, flaca pero no neurótica con la comida, que sigue indefinidamente joven sin que la desfiguren los cirujanos estéticos, que se siente plena con ser mamá pero no es acaparada por los pañales y los deberes de la escuela, buena ama de casa pero no sirvienta tradicional, culta pero menos que un hombre, esta mujer blanca feliz que nos ponen siempre frente a los ojos, que deberíamos esmerarnos para parecernos a ella, más allá de que parece aburrirse mucho por poca cosa, de todas formas nunca me la crucé, en ningún lugar. Creo que no existe.”





  




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