viernes, 8 de agosto de 2014


  Me enojo con dificultad, tiendo naturalmente a la buena voluntad (a la indiferencia, en realidad).  Tiene que insistirse obstinadamente sobre mis barreras de inmutable paciencia para lograr abrir paso a mi fastidio.  Lo malo, es que una vez abiertas las compuertas, tiendo al desaforo completo, a la furia en su más elemental expresión.
 
  He logrado a lo largo de los años concentrar mi energía (tanto física como intelectual) a un único objetivo: el arte.  Todo lo demás, la vida que gira a mi alrededor, se convirtió en un entorno menos definido y menos importante, donde todo lo que sucede sucede y si me afecta, lo es sólo dentro de ese entorno paralelo y externo y de manera superficial.  Mi núcleo, mi vida real, a lo que estoy abocada y me justifica la existencia, suele quedar exento de esta otra realidad.  Mientras que lo cotidiano no se meta con mi santuario artístico, todo va bien.  Puedo soportar cualquier cosa.


  El problema es cuando algo de la realidad externa quiere inmiscuirse en mi pequeña realidad  personal.  Cuando algo de afuera amenaza en forma directa mi actividad artística.  No hablo del devenir normal de la actividad: los rechazos, las críticas nefastas, la imposibilidad de mostrar mi obra, la censura directa.  Esas cosas molestan un poco pero no ponen en riesgo mi convicción ni mi vocación  por el arte.  Me refiero cuando alguien de afuera quiere patear las estructuras de mi santuario.  Cuando alguien de afuera quiere poner en duda el sentido y el valor de todo, al menospreciar y considerar “infantil” dedicar tanta pasión y tanto trabajo a algo tan  inútil.  Cuando me presionan para que acepte dar a ese mundo exterior mayor relevancia que al interior.

  Y entonces pasa, entonces todas las murallas caen y ahí acuden en malón la griega Eris con las Erinias en saga,  y de nada vale que de chiquita me criaran bajo la religión católica  repitiéndome hasta el cansancio el latiguillo de “Dios dijo: la venganza es mía”,  yo estoy oficialmente enojada.


  Contrariamente a lo que se supone popularmente, la ira es fría.  Cuando el enojo es verdadero uno no reacciona “en caliente” sino que parece helarse la sangre en las venas, el tiempo se detiene y el cerebro funciona con una luminosa lentitud.  La ira fomenta una creatividad  contradictoria: la creatividad destructiva, la que propende a la absoluta exterminación del enemigo.  Cuando aparece esa disyuntiva –el otro o yo- es que estamos realmente jodidos, ganados por completo por la tres Furias.  Ya no hay vuelta atrás.



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