“Partiendo de que la aptitud estética es
inherente al hombre y sobrelleva en sí contenidos de experiencias comunes,
Herbert Read plantea el problema del origen del arte como una actividad
esencialmente desinteresada, librada al sólo impulso del individuo que
crea. En cuanto al valor artístico que
posteriormente adquiere su obra, ello depende de esas cualidades específicas
del arte que son la proporción, el ritmo, la armonía, y que por ser
irreductibles le confieren, por último, un valor de realidad independiente y
autónoma. (…)
No
debe pues considerarse el arte un
subproducto del desarrollo social, sino uno de los elementos originales que
entran en la constitución de la sociedad. (…)
…El
artista, librado a su propio mantenimiento puede llegar a convertir la función
creadora de expresarse a sí mismo en un tipo de servidumbre económica, no menos
irritante que la servidumbre política, en la necesidad de hacer de su arte una
mercancía vendible. La condición del
artista en su verdadera función liberadora, está dada por su capacidad de
inadaptación, disconformismo y rebeldía, lo cual acaba por convertirse en dilema,
tanto más apremiante cuanto que desde el Renacimiento a nuestros días, la
pertenencia de objetos de arte corresponden a quienes por razones de riqueza material
están en condiciones de realizar sus adquisiciones y que, desgraciadamente, a
pesar de alguna excepciones, son los menos capacitados para estimular la
creación artística por carecer de esas facultades contemplativas necesarias
para la valoración del arte como tal. Ello
lleva al artista, en el mayor de los casos, a buscar su comprensión en minorías
selectas, dentro de las cuales pierde su sentido social y cae en refinamientos
inconducentes e impopulares, o sustituye esta falta de perspectiva con algún
tipo sucedáneo de superstición religiosa.
(…)
…El
artista viene a ser aquel que posee el poder de universalizar su vida mental,
librándose de ese mundo de fantasía y de sueños del reprimido o el neurótico,
hasta convertir su obra en objeto de positivo placer del que pueden participar
los demás, dado el carácter independiente y autónomo que el arte tiene en
cuanto a su valor estrictamente formal.
Freud estaba convencido, señala aquí Herbert Read, que “la técnica del poeta o del artista
es en cierto modo un medio para derrumbar las barreras que separan a los yo
individuales y unirlos en algún yo colectivo”. Esta capacidad del artista, calificada
de misteriosa por Freud, es explicada por Read como una cualidad integradora
que participa, en la totalidad de la experiencia estética, de los tres niveles
o grados de la conciencia propuestos por el psicoanálisis, el ego, el superego y el id, experiencia que
similar a la que han practicado los místicos, permite al artista compenetrarse
con la totalidad de su alma y descender desde el plano de la objetividad a los
niveles más profundos de la mente.”
Emilio Sosa López, reseña
sobre “Arte y Sociedad”, de Herbert Read
– Kraft Buenos Aires 1951, Revista Sur 219-220, enero febrero 1953, pág.
142/146.
“La
técnica del poeta o del artista es en cierto modo un medio para derrumbar las
barreras que separan a los yo individuales y unirlos en algún yo colectivo”. Si es así, ¿cómo
puede un artista que se niega a aceptar la mirada del otro (del crítico) saber
que va por el camino correcto de volver su discurso privado en un mensaje
universal? ¿No es parte del asunto esa
voz externa a modo de mojones que van señalando que por ahí sí va la cosa?
Este texto
me convalidó la necesidad de la apertura –o
el coraje- del artista –serio-
hacia la crítica y la valoración externa.
El otro siempre es imprescindible para la delimitación y la confirmación del yo. Y ya que se lo traía a Freud
en juego en los párrafos trascriptos, también me detuve un momento a considerar
ese aspecto del análisis.
Dejando
sentada mi poca adhesión al psicoanálisis (¿lo dije ya?), me dedico a la opinión de Freud. La teoría sobre el
proceso creativo según Sigmund Freud
aparece desperdigada y suelta en la totalidad de su obra: ”El poeta y la fantasía” (1908),
“Los
dos principios del suceder psíquico” (1911), “El interés del psicoanálisis para
la estética” (1913), “La interpretación de los sueños” (1900),
“El
chiste y su relación con el inconsciente” (1905), por lo que uno
traduce su postura por mera compilación de comentarios. Pero, según él, el origen de la creatividad es
de naturaleza erótica (¿cómo todo? ¿o
simplifico a Freud?), energía que se sublima porque existe un
obstáculo en la realidad que impide descargar la energía sexual directamente en
el sexo (¿?). La frustración sexual conduciría al artista hacia la creación; la
pulsión es derivada hacia un nuevo fin no sexual, moralmente valorado y
socialmente aceptado.
Desde la
teoría energético-pulsional del psicoanálisis,
Eros -pulsión que conduce al sujeto de manera positiva hacia el
objeto- es la energía más flexible y expansiva, por lo cual resulta lógico que
sea la energía erótica, y no la agresiva -Thanatos, el instinto de destrucción
o muerte- quien suministre materia prima psíquica para la creatividad en el
arte.
Casi
concordaría con el padre del psicoanálisis si no fuera porque el mismísimo Freud, tras la visita de Dalí refiere por cara a Stefan
Zweig, (1938): “...me sentía inclinado a considerar a los surrealistas, que al
parecer, me han elegido por su santo patrón, como chiflados incurables”. ¿En qué quedamos? ¿Dalí
no era artista y todos los que nos dedicamos al arte somos una manada de
frustrados sexuales que optamos por la aceptación social por sobre el natural
disfrute físico? Hay algo más ahí, Sigmund... algo más que, quizá, te perdiste por no levantar la mirada del escote...
Post data: me apronto a subirme a un avión -paro mediante- por lo que probablemente por varios días no pueda materialmente hacer acto de presencia en este blog. Por si alguien se extraña de mi ausencia sepa que no hay otra razón que un momentáneo y fugaz derrotero turístico.
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