jueves, 28 de agosto de 2014

Sobre el artista, la crítica y el amigo Freud.

 
  “Partiendo de que la aptitud estética es inherente al hombre y sobrelleva en sí contenidos de experiencias comunes, Herbert Read plantea el problema del origen del arte como una actividad esencialmente desinteresada, librada al sólo impulso del individuo que crea.  En cuanto al valor artístico que posteriormente adquiere su obra, ello depende de esas cualidades específicas del arte que son la proporción, el ritmo, la armonía, y que por ser irreductibles le confieren, por último, un valor de realidad independiente y autónoma. (…)
  No debe pues  considerarse el arte un subproducto del desarrollo social, sino uno de los elementos originales que entran en la constitución de la sociedad. (…) 
  …El artista, librado a su propio mantenimiento puede llegar a convertir la función creadora de expresarse a sí mismo en un tipo de servidumbre económica, no menos irritante que la servidumbre política, en la necesidad de hacer de su arte una mercancía vendible.  La condición del artista en su verdadera función liberadora, está dada por su capacidad de inadaptación, disconformismo y rebeldía, lo cual acaba por convertirse en dilema, tanto más apremiante cuanto que desde el Renacimiento a nuestros días, la pertenencia de objetos de arte corresponden a quienes por razones de riqueza material están en condiciones de realizar sus adquisiciones y que, desgraciadamente, a pesar de alguna excepciones, son los menos capacitados para estimular la creación artística por carecer de esas facultades contemplativas necesarias para la valoración del arte como tal.  Ello lleva al artista, en el mayor de los casos, a buscar su comprensión en minorías selectas, dentro de las cuales pierde su sentido social y cae en refinamientos inconducentes e impopulares, o sustituye esta falta de perspectiva con algún tipo sucedáneo de superstición religiosa.  (…)
  …El artista viene a ser aquel que posee el poder de universalizar su vida mental, librándose de ese mundo de fantasía y de sueños del reprimido o el neurótico, hasta convertir su obra en objeto de positivo placer del que pueden participar los demás, dado el carácter independiente y autónomo que el arte tiene en cuanto a su valor estrictamente formal.  Freud estaba convencido, señala aquí Herbert Read, que “la técnica del poeta o del artista es en cierto modo un medio para derrumbar las barreras que separan a los yo individuales y unirlos en algún yo colectivo”.  Esta capacidad del artista, calificada de misteriosa por Freud, es explicada por Read como una cualidad integradora que participa, en la totalidad de la experiencia estética, de los tres niveles o grados de la conciencia propuestos por el psicoanálisis, el ego, el superego y el id, experiencia que similar a la que han practicado los místicos, permite al artista compenetrarse con la totalidad de su alma y descender desde el plano de la objetividad a los niveles más profundos de la mente.” 
Emilio Sosa López,  reseña sobre  “Arte y Sociedad”, de Herbert Read – Kraft Buenos Aires 1951, Revista Sur 219-220, enero febrero 1953, pág. 142/146.
 
  “La técnica del poeta o del artista es en cierto modo un medio para derrumbar las barreras que separan a los yo individuales y unirlos en algún yo colectivo”.   Si es así,  ¿cómo puede un artista que se niega a aceptar la mirada del otro (del crítico) saber que va por el camino correcto de volver su discurso privado en un mensaje universal?  ¿No es parte del asunto esa voz externa a modo de mojones que van señalando que por ahí sí va la cosa?
  Este texto me convalidó la necesidad de la apertura –o el coraje- del artista –serio- hacia la crítica y la valoración externa.  El otro siempre es imprescindible para la delimitación y la confirmación del yo.  Y ya que se lo traía a Freud en juego en los párrafos trascriptos, también me detuve un momento a considerar ese aspecto del análisis.
  Dejando sentada mi poca adhesión al psicoanálisis (¿lo dije ya?), me dedico a la opinión de Freud.  La teoría sobre el proceso creativo según Sigmund Freud aparece desperdigada y suelta en la totalidad de su obra: ”El poeta y la fantasía” (1908), “Los dos principios del suceder psíquico” (1911), “El interés del psicoanálisis para la estética” (1913), La interpretación de los sueños(1900), “El chiste y su relación con el inconsciente” (1905), por lo que uno traduce su postura por mera compilación de comentarios.  Pero, según él, el origen de la creatividad es de naturaleza erótica (¿cómo todo?  ¿o simplifico a Freud?),  energía que se sublima porque existe un obstáculo en la realidad que impide descargar la energía sexual directamente en el sexo (¿?). La frustración sexual conduciría al artista hacia la creación; la pulsión es derivada hacia un nuevo fin no sexual, moralmente valorado y socialmente aceptado.
  Desde la teoría energético-pulsional del psicoanálisis,  Eros -pulsión que conduce al sujeto de manera positiva hacia el objeto- es la energía más flexible y expansiva, por lo cual resulta lógico que sea la energía erótica, y no la agresiva -Thanatos, el instinto de destrucción o muerte- quien suministre materia prima psíquica para la creatividad en el arte.
  Casi concordaría con el padre del psicoanálisis si no fuera porque el mismísimo Freud, tras la visita de Dalí refiere por cara a  Stefan Zweig, (1938): “...me sentía inclinado a considerar a los surrealistas, que al parecer, me han elegido por su santo patrón, como chiflados incurables”.  ¿En qué quedamos?  ¿Dalí no era artista y todos los que nos dedicamos al arte somos una manada de frustrados sexuales que optamos por la aceptación social por sobre el natural disfrute físico?  Hay algo más ahí, Sigmund... algo más que, quizá, te perdiste por no levantar la mirada del escote...
 
Post data:  me apronto a subirme a un avión -paro mediante- por lo que probablemente por varios días no pueda materialmente hacer acto de presencia en este blog.  Por si alguien se extraña de mi ausencia sepa que no hay otra razón que un momentáneo y fugaz derrotero turístico.
 
 
 

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