Sobre
la originalidad, la autenticidad, la insatisfacción y los críticos.
He estado observando (sobre los pocos casos que me han
caído cerca, es una opinión tentativa y de puro análisis; no estoy afirmando
contundentemente nada), que algunos artistas ya “consagrados”, esos que cuentan con galería, agente de prensa y
relacionista público que le hacen de corte permanente y que suelen –dicen-
vender a altas cotizaciones sus obras, no aceptan debatir respecto de su
obra. Sólo aceptan la crítica
complaciente (presumiblemente paga), que no cuestiona ni desliza señalamiento
de fallo alguno, análisis crítico que se insertará prolijamente dentro del
esquema de mensaje publicitario trazado previamente por su equipo de mass media.
Podría
argüirse en favor de esa postura que el artista está “defendiendo” su identidad; que aceptar o permitir críticas
significaría permitir que se desestructure la autenticidad de su obra,
entendiendo “autenticidad” como “soy la única verdad de lo que soy”. Hago lo que hago y estoy convencido de que es
lo que debo hacer, así que todo el que opine en contra es el enemigo. Dar paso a la crítica y a la controversia
desmoronaría las bases (¿frágiles?) del yo artístico del autor y de la razón de
su obra.
Si la
autenticidad (esto que hago es lo que soy) absorbe la originalidad de la obra
(dando por hecho que cada uno es único y distinto de otro), el cerrarse sobre
la infalibilidad de lo que se hace por el mero hecho de haberlo hecho uno mismo
implicaría que cualquier cosa que se haga bajo la proclama de “es arte” sería
sacro e incuestionable y nadie podría valorarlo porque su propia esencia de
autenticidad lo haría libre y superior de toda opinión. Dicho así, evidentemente, es una ESTUPIDEZ. Y, la postura de estos artistas “consagrados”
que no debaten, más estúpida aun.
La originalidad
no es lo mismo que la autenticidad.
Original puede ser tanto el enfoque como el discurso, tanto el medio
como la forma. Original es buscar
constantemente encontrar el hueco por donde introducir el mensaje. Original es estar hoy acá y mañana allá. Original es patear el tablero una vez que
armaste todas las piezas.
La
autenticidad tiene que ver con otra cosa.
Puede no serse original (no salirse de lo previsible, adherir a las
formas tradicionales) pero ser absolutamente auténtico. La autenticidad del artista es la coherencia
interna de todo su desarrollo artístico, aun cuando de hecho se contradiga. Pero vivir y crear son acciones dinámicas, duda,
búsqueda y transitoria convicción; movimiento constante. La autenticidad se valora en el conjunto y
con el tiempo. La autenticidad no es ni
casual ni repentina; no es cuestión de
coyunturas, exige la perspectiva de la distancia y de los años. En lo personal, creo que sólo cuando se es
auténtico se puede aspirar a empezar a ser un artista.
Y ahí, siempre
en el entendimiento que la labor del artista es búsqueda constante, la
insatisfacción es la clave para sostener ese eterno ir por más. Si la obra tuviera la contundencia de la
seguridad, la conciencia de infalible e incuestionable resultado que sostiene
la arrogancia de no aceptar críticas, no habría búsqueda ni proceso creativo ni
siquiera necesidad de decir porque ya estaría dicho con la primera obra (y las demás
serian meras repeticiones innecesarias).
Siguiendo
esta línea de razonamiento, la crítica (profesional o aficionada, la crítica
como la mirada del otro que cuestiona en cualquier dirección y con cualquier intensión)
es tanto normal como necesaria. El
artista dialoga a través de su obra, y todo dialogo implica más de uno. No hay certezas sino dudas, no hay más convicción
que la búsqueda y sólo la insatisfacción puede sostener la continuidad en la
pelea por decir lo que no se sabe cómo.
El arte
implica la necesidad de comunicar y sin el otro, sin escucharlo para confirmar
si el mensaje le llegó o no, es imposible que el círculo se cierre. Por eso, y sin querer ofender a nadie,
cualquier artista (en realidad, cualquier persona) que se niegue a la crítica o
al debate no hace más que demostrar su necia estupidez.
No me gustan
los críticos, pero son parte del juego que yo elegí jugar. Y como dicen que uno se reconoce no por sus amigos sino por la
medida de los enemigos que ha sabido conseguir, en lo personal prefiero que me destrocen los críticos
que más saben y que más ferozmente ejercen su despiedad. Esos de los que, si uno sabe escuchar, puede avanzar lo suficiente como para tenderles la zancadilla de que no puedan criticarnos más.
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