miércoles, 27 de agosto de 2014

Sobre la originalidad, la autenticidad, la insatisfacción y los críticos.


  He estado observando (sobre los pocos casos que me han caído cerca, es una opinión tentativa y de puro análisis; no estoy afirmando contundentemente nada), que algunos artistas ya “consagrados”, esos que cuentan con galería, agente de prensa y relacionista público que le hacen de corte permanente y que suelen –dicen- vender a altas cotizaciones sus obras, no aceptan debatir respecto de su obra.  Sólo aceptan la crítica complaciente (presumiblemente paga), que no cuestiona ni desliza señalamiento de fallo alguno, análisis crítico que se insertará prolijamente dentro del esquema de mensaje publicitario trazado previamente por su equipo de mass media.

  Podría argüirse en favor de esa postura que el artista está “defendiendo” su identidad; que aceptar o permitir críticas significaría permitir que se desestructure la autenticidad de su obra, entendiendo “autenticidad” como “soy la única verdad de lo que soy”.  Hago lo que hago y estoy convencido de que es lo que debo hacer, así que todo el que opine en contra es el enemigo.  Dar paso a la crítica y a la controversia desmoronaría las bases (¿frágiles?) del yo artístico del autor y de la razón de su obra.

  Si la autenticidad (esto que hago es lo que soy) absorbe la originalidad de la obra (dando por hecho que cada uno es único y distinto de otro), el cerrarse sobre la infalibilidad de lo que se hace por el mero hecho de haberlo hecho uno mismo implicaría que cualquier cosa que se haga bajo la proclama de “es arte” sería sacro e incuestionable y nadie podría valorarlo porque su propia esencia de autenticidad lo haría libre y superior de toda opinión.  Dicho así, evidentemente, es una ESTUPIDEZ.  Y, la postura de estos artistas “consagrados” que no debaten,  más estúpida aun.


  La originalidad no es lo mismo que la autenticidad.  Original puede ser tanto el enfoque como el discurso, tanto el medio como la forma.  Original es buscar constantemente encontrar el hueco por donde introducir el mensaje.  Original es estar hoy acá y mañana allá.  Original es patear el tablero una vez que armaste todas las piezas.

  La autenticidad tiene que ver con otra cosa.  Puede no serse original (no salirse de lo previsible, adherir a las formas tradicionales) pero ser absolutamente auténtico.  La autenticidad del artista es la coherencia interna de todo su desarrollo artístico, aun cuando de hecho se contradiga.  Pero vivir y crear son acciones dinámicas, duda, búsqueda y transitoria convicción; movimiento constante.  La autenticidad se valora en el conjunto y con el tiempo.  La autenticidad no es ni casual ni repentina;  no es cuestión de coyunturas, exige la perspectiva de la distancia y de los años.  En lo personal, creo que sólo cuando se es auténtico se puede aspirar a empezar a ser un artista.

  Y ahí, siempre en el entendimiento que la labor del artista es búsqueda constante, la insatisfacción es la clave para sostener ese eterno ir por más.  Si la obra tuviera la contundencia de la seguridad, la conciencia de infalible e incuestionable resultado que sostiene la arrogancia de no aceptar críticas, no habría búsqueda ni proceso creativo ni siquiera necesidad de decir porque ya estaría dicho con la primera obra (y las demás serian meras repeticiones innecesarias).


 Siguiendo esta línea de razonamiento, la crítica (profesional o aficionada, la crítica como la mirada del otro que cuestiona en cualquier dirección y con cualquier intensión) es tanto normal como necesaria.  El artista dialoga a través de su obra, y todo dialogo implica más de uno.  No hay certezas sino dudas, no hay más convicción que la búsqueda y sólo la insatisfacción puede sostener la continuidad en la pelea por decir lo que no se sabe cómo.

  El arte implica la necesidad de comunicar y sin el otro, sin escucharlo para confirmar si el mensaje le llegó o no, es imposible que el círculo se cierre.  Por eso, y sin querer ofender a nadie, cualquier artista (en realidad, cualquier persona) que se niegue a la crítica o al debate no hace más que demostrar su necia estupidez. 

  No me gustan los críticos, pero son parte del juego que yo elegí jugar.  Y como dicen que uno se reconoce no por sus amigos sino por la medida de los enemigos que ha sabido conseguir, en lo personal prefiero que me destrocen los críticos que más saben y que más ferozmente ejercen su despiedad.   Esos de los que, si uno sabe escuchar, puede avanzar lo suficiente como para tenderles la zancadilla de que no puedan criticarnos más.

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