Aunque se supone que por estas épocas uno se aleja
de su casa y se acerca al mar para despejarse de la cotidianidad, es muy
difícil desenchufar a voluntad el cerebro.
Ciertamente, más distendido y tratando de recordar cual es el placer de
embadurnarse en arena y masticarla en comunidad con la más mínima galletita,
uno aplica la capacidad racional sólo a aquello que nos sigue importando aun en
vacaciones.
Parando
unos días en el epicentro de la publicidad de alta gama (ya que
tradicionalmente todas las grandes marcas organizan sus lanzamientos fashion en estas tierras desde fines de
diciembre hasta mediados de enero), me dedico a la observación y al
análisis. Ello con el único fin de quizá
sacar alguna conclusión de como los
sabios e infalibles cráneos de las agencias publicitarias convencen a
las personas normales de necesitar cosas totalmente prescindibles.
Pero
deambulando por la ciudad (demasiado linda por si como para que de primeras se
repare en algo más que su costa, su impecable parquización y la suntuosa y bien
mantenida edificación) no es mucho lo que puede descubrirse. Si uno se basa en lo que se publica en las revistas del corazón, Punta del Este debería estar tiempo
completo de fiesta, con modelos flaquísimas luciendo ropa de diseñador paseándose de aquí para allá y
señores mayores y muy bronceados, copa de champaña en mano, lanzando al aire
proyectos empresariales multimillonarios de certero éxito. Pero no, la linda ciudad parece ignorar toda
esa parafernalia que las revistas cuentan.
¿Mito urbano?
Es
probable que esos eventos sean puertas para adentro, pero entonces ¿qué efecto
publicitario pueden tener? Lo que no se
ve se ignora. ¿O sólo se trata de mera
publicidad gráfica montada como un anuncio que en vez de actores pone dos o
tres caras conocidas? ¿Cuánto se paga
por eso? ¿Es todo montaje? ¿Puro cartón pintado? ¿Vivimos engañados?
Las
galerías aquí (que hay varias) se agrupan en el sector de La Barra, zona mucho más agreste que el centro de la ciudad y que
es, sin margen de duda, un sector para hacer playa. Sigo sospechando (esto ya lo escribí y me
gané varios enemigos) que el que entra en malla y con ojotas a una galería de La Barra está buscando sombra y no
arte.
Mi dudoso
amigo dedicado vergonzosamente a la publicidad suele desasnarme con su mejor
tono de maestro de escuela: “Se hace publicidad en las zonas de veraneo
porque la gente tiene más tiempo para mirar y enterarse. Es más receptiva. Se aburre fuera de su actividad normal y se
interesa por cualquier cosa que la distraiga.
Y dado que Punta del Este es un lugar donde acude público ABC1, se le
publicitan bienes suntuarios. Como el
arte. No van a comprar ahora, pero ya
tienen la idea, y los nombres, rondándole en la cabeza...”. Lo que a mí me suena como agarrar a la gente
con la guardia baja para hipnotizarla a traición. Sigue sin serme para nada simpático el
argumento.
Y también
dudo de la eficacia real de estas tácticas (salvo para las agencias de
publicidad, que cobran fortunas para traer a sus clientes a difundirse en estas
zonas). Pero sigo mirando, tratando de
entender criterios y parámetros. Aunque
genere una sonrisa sarcástica, no creo que dar a conocer la obra de una artista
(¿publicitarla?) sea algo que requiera ningún conocimiento especial. Si ellos pueden, yo puedo plagiarles las
estrategias para aplicarlas algún día en mi propio beneficio. Y a un costo decididamente menor. Y sin tratar al eventual espectador como un total estúpido por el mero hecho de estar de
vacaciones.
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