martes, 13 de enero de 2015


      Aunque  se supone que por estas épocas uno se aleja de su casa y se acerca al mar para despejarse de la cotidianidad, es muy difícil desenchufar a voluntad el cerebro.  Ciertamente, más distendido y tratando de recordar cual es el placer de embadurnarse en arena y masticarla en comunidad con la más mínima galletita, uno aplica la capacidad racional sólo a aquello que nos sigue importando aun en vacaciones.

     Parando unos días en el epicentro de la publicidad de alta gama (ya que tradicionalmente todas las grandes marcas organizan sus lanzamientos fashion en estas tierras desde fines de diciembre hasta mediados de enero), me dedico a la observación y al análisis.  Ello con el único fin de quizá sacar alguna conclusión de como los  sabios e infalibles cráneos de las agencias publicitarias convencen a las personas normales de necesitar cosas totalmente prescindibles.

     Pero deambulando por la ciudad (demasiado linda por si como para que de primeras se repare en algo más que su costa, su impecable parquización y la suntuosa y bien mantenida edificación) no es mucho lo que puede descubrirse.  Si uno se basa en lo que se publica en las revistas del corazón, Punta del Este debería estar tiempo completo de fiesta, con modelos flaquísimas luciendo ropa de diseñador  paseándose de aquí para allá y señores mayores y muy bronceados, copa de champaña en mano, lanzando al aire proyectos empresariales multimillonarios de certero éxito.  Pero no, la linda ciudad parece ignorar toda esa parafernalia que las revistas cuentan.  ¿Mito urbano?

     Es probable que esos eventos sean puertas para adentro, pero entonces ¿qué efecto publicitario pueden tener?  Lo que no se ve se ignora.  ¿O sólo se trata de mera publicidad gráfica montada como un anuncio que en vez de actores pone dos o tres caras conocidas?  ¿Cuánto se paga por eso?  ¿Es todo montaje?  ¿Puro cartón pintado? ¿Vivimos engañados?


     Las galerías aquí (que hay varias) se agrupan en el sector de La Barra, zona mucho más agreste que el centro de la ciudad y que es, sin margen de duda, un sector para hacer playa.  Sigo sospechando (esto ya lo escribí y me gané varios enemigos) que el que entra en malla y con ojotas a una galería de La Barra está buscando sombra y no arte. 

    Mi dudoso amigo dedicado vergonzosamente a la publicidad suele desasnarme con su mejor tono de maestro de escuela: “Se hace publicidad en las zonas de veraneo porque la gente tiene más tiempo para mirar y enterarse.  Es más receptiva.  Se aburre fuera de su actividad normal y se interesa por cualquier cosa que la distraiga.  Y dado que Punta del Este es un lugar donde acude público ABC1, se le publicitan bienes suntuarios.  Como el arte.  No van a comprar ahora, pero ya tienen la idea, y los nombres, rondándole en la cabeza...”.  Lo que a mí me suena como agarrar a la gente con la guardia baja para hipnotizarla a traición. Sigue sin serme para nada simpático el argumento.


     Y también dudo de la eficacia real de estas tácticas (salvo para las agencias de publicidad, que cobran fortunas para traer a sus clientes a difundirse en estas zonas).  Pero sigo mirando, tratando de entender criterios y parámetros.  Aunque genere una sonrisa sarcástica, no creo que dar a conocer la obra de una artista (¿publicitarla?) sea algo que requiera ningún conocimiento especial.  Si ellos pueden, yo puedo plagiarles las estrategias para aplicarlas algún día en mi propio beneficio.  Y a un costo decididamente menor.  Y sin tratar al eventual espectador como un  total estúpido  por el mero hecho de estar de vacaciones.





No hay comentarios:

Publicar un comentario