jueves, 29 de enero de 2015



     Cuatro de seis.  Me acerco a la meta.  Pero, como corresponde, me distraigo en otra cosa…

     Ayer, dentro de mis planes originales, compré passepartout negro, para:  1) aplanar las láminas (el acetato, además de inestable no acepta dejar de combarse); 2) emparejar bordes (el camusque del fuego quedará muy interesante pero no es compatible con las líneas rectas); 3) unificar los trabajos, tanto en tamaño y forma como en contraste de color (pensando que en una feria se cuelga sobre paneles blancos); 4) facilitar su traslado preservando su integridad (si el acetato es inestable, guardo silencio sobre la “inestabilidad” del papel quemado). 

     Lamentablemente, ahora estoy más interesada en hacer dibujitos sobre los contornos de passepartout que en acabar las dos obras pendientes.  Sólo puedo concentrarme en la decisión de si trazo el mapa original -modelo común de las seis obras- en esos bordes o me libero a jugar con la continuidad caprichosa de cada diseño por sobre el cartón negro. 

    Mi mundo se ha limitado desde ayer  a unos marcos de cartón de tres centímetros de ancho y a una lapicera de tinta en gel plateado.



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