En algún momento,
publicitar lo que uno hacía como artista era
“anunciar” su muestra o exhibición, dar a conocer el evento “avisando” dónde y cuándo sería. Una imagen
representativa de la obra iba con el aviso o anuncio. Eso era “hacer
prensa” para un artista. Después todo
se volvió carne de diván, la publicidad
se emparentó con el psicoanálisis, y lejos de dar parte de nuestras
exposiciones empezamos a necesitar convertirnos en objeto consumible que revistiera
primera necesidad en la canasta básica de cualquier hijo de vecino.
Y surgió,
entre otras varias “urgencias”, la perentoriedad del branding. ¿Cómo que no hiciste tu personal
branding? ¡No podés ser tan
irresponsable! No se puede jugar en el
contexto actual del mercado sin un branding eficaz. ¡Perdés el tiempo!
Aquello
que se le decía a los artistas de “dar a conocer su firma”, lo que implicaba
determinar un estilo propio, una impronta personal, que hiciera reconocible el
trabajo y definiera nuestra personalidad en el mundo del arte, hoy es el branding, aunque más light. Ya no hay que desarrollar un estilo y trabajar años para recortarlo y distinguirlo del resto; ahora hay que buscar un nicho vacío y
desde un lugar sin competencia inventar que somos la mejor opción. O algo así.
Cuando hace poco alguien se me vino encima parloteando sobre este
asunto, después de que me pusiera a Paris
Hilton como ejemplo a imitar (¡Paris Hilton!) lo dejé de escuchar
aunque mantuve en mi cara la expresión de cortés atención. Soy muy bien educada.
El mundo
avanza (¿por qué no habría de girar?)
y ha dejado de ser el tiempo en que el artista buscaba su identidad en su
taller batallando incansables horas y horas ante el caballete de trabajo. Hoy se busca un relacionista público y un
publicista y nos “inventan” como
marca personal y san se acabó. No puedo
ser tan necia como para negarlo y a las prueba me remito: hará pocos años Milo Lockett no existía en el ámbito artístico; él mismo reconoce que hasta la crisis del 2002 se dedicó al comercio textil, cuando
quebró se “reinventó” pintor.
Hoy vas a
una tienda de accesorios low cost (TodoModa, Clandestine) y te encontrás bolsos
playeros con impresión de sus diseños, vinchas y hasta soquetitos en un
packaging de cartón negro con el logo “Rey Milo” y una coronita. Vi que Arcor sacó una caja de lata homenaje a fin de año con sus clásicas
golosinas decorada con dibujos de Lockett, quién además decoró bidones de agua
mineral ya no me acuerdo de que marca, botellitas mini de Coca-Cola en una de
sus campañas y hasta lo vi en el ex canal “de la mujer” (Utilísima, el
continuador del Buenas Tardes Mucho Gusto de los setenta) armando un arbolito
de navidad mientras una cocinera de moda hacia no sé qué plato. El muchacho
aparece, y aparece, y aparece.
También
abrió su propia galería (¡en Palermo Hollywood!), donde “apadrinó” la muestra de tres veinteañeras
pintoras de difusión mediática asegurada, las hijas de un conductor televisivo
ordinario y misógino pero sinónimo de éxito seguro (Tinelli), de un zapatero sabido plagiador pero posicionado en el
mundillo de la moda local (Sarkany)
y de una actriz de telenovela cuyo mayor logro fue hacer de muda (Araceli Gonzalez). A las tres chicas les falta muchísimo –y no
me refiero al talento- para poder marcar pista con su trabajo, pero tuvieron
una cobertura y una difusión que hizo que ellas -en el fabulario popular- ya sean artistas plásticas consagradas.
Al amigo Lockett también le aconsejaron –en aras de su personal branding- pulir el lado social,
por lo que lo vincularon a una organización de beneficencia (Red Solidaria) y con la debida donación de
pintura de una primera marca lo mandaron a pintar escuelitas rurales de su Chaco natal. Mucha cobertura
de prensa donde uno, si es honesto, se espantaba de ver que a cuatro muritos de
adobe lo llamen “escuela” y que la
acción “solidaria” sea pintar la
precariedad absoluta en lugar de erradicarla.
Pero el gobernador y demás funcionarios locales acompañaban el evento y
seguramente algún dinero pusieron también en el artista, porque, se sabe, en política
aparecer en cualquier lado beneficia. Y
vinculado al “exitoso artista solidario”
más aún.
Su página
oficial (http://www.milolockett.com.ar/) dice –sin pudor alguno-: “Milo
logró crear en poco tiempo, una identidad pictórica que lo convirtió en un
éxito de ventas sin precedentes.” Al menos son honestos con lo del “poco tiempo”. ¿Cuánto dinero hay detrás de esto? Lo ignoro.
No conozco personalmente a Lockett y no sé si él se cree lo de su mérito
artístico o aprovecha la volteada. Era
un empresario textil hasta el 2002, nadie cambia tanto. Simplemente sigue haciendo negocios, mientras
dure, en otra área. Después (porque
siempre hay “después”) reciclará a
hacia lo que surja. Business are business.
El rumor
(chismes en este ambiente hay a toneladas) es que el año pasado se arriesgaron
a llevar su obra a una feria internacional.
No vendió nada. Ni siquiera atrajo atención; lo suyo es demasiado básico y simplista. Se ve que el personal branding no atravesó la
frontera local. Pero acá vende medias y
vinchas. ¿Qué más querés?
Mi
interlocutor pro-branding me soltó
que Goya hacia diseños para tapices,
que Dalí hizo el logo de un chupetín
y Miguel Angel el vestuario de la
guardia vaticana. Ponerme a discutir ese punto habría sido darle alguna entidad. El caradurismo, como la estupidez, tiene que
tener un límite. Si no lo pueden
identificar uno debe marcárselo. Él me
auguró que yo sin branding no iba a
llegar a ningún lado. Mejor, le aseguré,
porque de hecho no estoy yendo a ninguna parte.
Donde estoy y con lo que hago estoy más que satisfecha.
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