Hablaba
yo de dispersarme... Es peor, es una acción
intencionada y artera. Sé lo que tengo que hacer
(programé el tiempo para poder cumplir con todo dentro de mi escaso margen);
miro mi horario de trabajo, lo entiendo, lo encuentro razonable y ¡me pongo a
hacer cualquier otra cosa! Es evidente
que no me gusta pintar por encargo u obligación, aun cuando la obra sea por
completo de mi gusto y muy placentera su elaboración. Pero el tener que hacerla antes de la fecha
límite inconscientemente subleva mi extraña ideología libertaria y cada vez que voy para
el taller a ocuparme de mis obritas 30X30 en papel chamuscado por el fuego veo
algo mejor que hacer, y eso hago.
He
llegado al absurdo de ponerme a “restaurar” una obra viejísima (y MUY mala, si
tengo que ser sincera) que estaba arrumbada detrás de unos cajones y que suelo
usar para tapar un ventanal cuando el sol refleja de modo insoportable. Acomodo la paleta y los pinceles para seguir
con los desnudos incompletos de mi serie neoyorkina y descubro que quiero
volver a hacer retratos (¡retratos!) y me demoro preguntándome por qué dejé de
hacerlos hace más de quince años.
Me engaño
diciéndome que apenas termine lo que tengo entre manos (y que tengo que tener
listo como mucho a mediados de febrero) voy a hacer cualquier otra cosa. Y aun sabiendo que cumpliría mi promesa no me
importa y quiero ponerme ahora a perder el tiempo garabateando ojos intensos y
sonrisas sugerentes. ¿Me estoy
boicoteando? No, simplemente soy
así. Un caso perdido.
He desperdiciado el día de hoy de manera gloriosa, ocupándome de tareas que no sólo me
son impropias sino que nunca atraen mi atención: acomodar mi inacomodable taller a la busca de
espacio extra que no existe, exterminar de a una las pulgas de mi gata y emprender
un absurdo debate por twitter, red a la que hace poco me acerqué y a la que no
dedico demasiado empeño en entender su dinámica. Me molesta mucho ser mi propia enemiga, por lo irrazonable que resulta. Si no quiero hacer
algo no
lo hago, no tengo por qué tenderme trampas para impedírmelo hacer. ¿Por qué tanta vuelta? ¿Será esa cuestión del timing? ¿Qué lo que estoy pintando requiere tiempo de
decante, un ir más lento, no obligarme a una continuidad temporal sino a
incursiones dispersas y certeras?
¿Realmente se pinta con la cabeza o es algo más físico, puramente
sensorial, algo que se reconoce por instinto y no por elaboración intelectual? ¿Será
que planear la ejecución de una obra es inútil ya que la obra se conforma por
sí sola y cuando ella quiere; que no soy yo la que no quiere pintarlas sino
ellas que no me aceptan tan seguido y tan insistente en su espacio? ¿Será que el calor agobiante del día de hoy
me terminó de trastornar?
“If you want to give a kiss,
just give a kiss
If you want to fall in love,
just fall in love
If you want to never know,
just never know
If you want to throw a fit,
just throw a fit
If you want to give a show,
just give a show
But do it now, timing is the
answer… to success
I suppose, I suppose”
Kevin
Johansen, Timing del álbum Sur o No Sur
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