martes, 6 de enero de 2015

La imprudencia de ser autodidacta (y decirlo).



     Uno de los problemas que tengo con los currículums tradicionales (la listita en papel) es que los encabezo, inmediatamente debajo de mi nombre, con el reconocimiento de mi (ausente) formación: “Gabriela Farnell.  Autodidacta.  Expuso en bla –bla- bla…”.  A lo largo de los años distintas personas, con distinto grado de paciencia ante mi terquedad, me aconsejaron omitir lo de autodidacta.  Que era preferible no referir formación alguna, que pareciera un olvido involuntario, dejando la duda en vez de reconocer la carencia absoluta de formación.  Yo en mi obstinada honestidad nunca oí esos consejos.

     Me decían (y ante la evidencia debe de ser cierto) que en muchos certámenes y convocatorias el jurado de selección mira los currículums antes que las obras y si de entrada pescan a un autodidacta lo descartan ipso facto.  Al iniciar mi resumen de trayectoria con esa nefasta palabra yo misma soy quién sepulto todas mis chances de que siquiera miren mi obra antes de rechazarla.

     Debo reconocer que algo de “formación” he tenido: entre mis nueve y doce años concurrí los sábados al taller de un viejo pintor de Lanús, y a los quince duré ¡dos semanas completas! en la Escuela de Bellas Artes de Lanús.  Entre mis dieciocho y veinte dos veces me presenté a reservar espacio en talleres de arte capitalinos.  Fui a la entrevista con los artistas (hombre y mujer, ella ya bastante conocida por entonces) y aunque ambos me resultaron personas agradables nunca volví.  Soy una autodidacta cómoda en su ignorancia.


     Hace poco me trencé en una discusión (obvia, reiterativa, absolutamente patética) con una persona de formación académica que, al cabo y con su titulito a cuestas, no dedica su vida al arte.  Yo sostuve que la educación formal no asegura nada, que da herramientas que también pueden adquirirse con la lectura, la visita a museos  y la práctica constante;  que la frustración del artista devenido en docente para sobrevivir suele mutilar el ánimo creativo del que se inicia. Que la academia suele aplastar las diferencias y generar discípulos dóciles y marcados para gloria de su mentor.  Esta persona, a más de señalar mi ignorancia sobre todo, me tildó de arrogante seriamente acomplejada. No negaré mi colección de psicosis pero diré que el tono y el modo me hizo enojar, y olvidando mi cortesía de anfitriona  acabé la cuestión con un golpe bajo:  lo desafié a enumerar los sitios donde había colgado su obra.  No pudo.  No hay obra en el sentido de desarrollo de comunicación visual.  Yo no citaré de memoria las escuelas artísticas con sus años respectivos (pero, llegado el caso, las puedo buscar en un libro),  ni tengo un papel que me gradúe de “artista”, pero he colgado en algún que otro lado…


     Es evidente que los autodidactas no somos bien vistos en el negocio del arte.  Al menos por los que oficialmente, con sello y registro,  son artistas.   Me cuesta entender la razón del encono, ya que si por autodidactas somos necesariamente  mediocres, chapuceros e intrascendentes ¿qué les preocupa?  No somos un riesgo para ellos, no estamos a la altura para disputarles ningún espacio ni ningún beneficio. 

    Sospecho que nos desconfían por temor a que hagamos algo –distinto, nuevo, ¡original!- que a ellos no les han enseñado.  Que generemos algo por afuera de la currícula oficial.   Que demostremos en los hechos que el arte puede ser imprevisible, gratamente personal, diferente a lo que estructuradamente  les han hecho aprender y repetir que es arte.


     Y sí soy arrogante -¡qué vergüenza!-, ya que una de las cosas que más me complace es cuando alguien egresado de una escuela de arte, alguien muy formado académicamente, observa mi trabajo y no puede evitar preguntarme cómo está hecho.  Mi técnica no es de escuelita, les cuesta identificar el juego de texturas y de materiales.  Ese mezclar lo que no debe mezclarse.  Ese hacer pura y exclusivamente lo que me viene en ganas aunque no me lo haya enseñado ni autorizado nadie. Supongo que debería disculparme por eso, cosa que un autodidacta jamás hará.




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