miércoles, 7 de enero de 2015

Los autodidactas y las teorías conspirativas.


      Los autodidactas somos conspiradores.  O víctimas de la conspiración.  Según quién cuente la historia y de qué lado esté uno.  Como en toda guerra, el héroe de un bando es el traidor del otro.

     “Esta actividad frenética y polifacética desbordó las capacidades, de por sí muy destacables, de Rafael quien, sin embargo y movido por una ambición artística ilimitada y un carácter inquieto, no se dejó amilanar por la trascendencia de todos esos proyectos que, eso sí, le obligaron a organizar un grupo de ayudantes estables sobre el que ejerció un liderazgo alentador y desprendido que, a su vez, le ganó la admiración, el respeto y el afecto de los que trabajaron con él.  Dicho taller seguía unos métodos ya establecidos en la Italia del Quattrocento, pero que Rafael llevaría a un grado de eficacia suprema debida, también, a su talante.  Podría esto generar cierta extrañeza entre nosotros, deudores de una cierta idea romántica del genio, pero entonces no ocurría como pudiéramos pensar.  De hecho, Rafael fue progresivamente delegando la ejecución de los proyectos, lo que le acarreó algunas críticas ya en la época, sobre todo de sus competidores, Miguel Ángel y Sebatiano del Piombo,  pero no la ideación de los mismos, de la que  él fue siempre el principal responsable.  De esa manera, las singularidades de los miembros del taller se diluían en la obra colectiva consumada siempre bajo los auspicios del maestro, lo que confería a los proyectos una uniformidad identificable.”  

José Riello, El último Rafael   Revista Descubrir el Arte Nro. 160 Junio 2012 página 35.


     De allá para acá, una de las teorías conspirativas más populares dice que los alumnos de un reconocido pintor de abstracción geométrica seguían a éste fuera de la academia y concurrían a su taller, copiando el estilo y la forma de su maestro, en la convicción de que si lo que él hacía lo había consagrado, lo suyo (idéntico por dónde se lo mire)  les depararía irremediablemente la gloria.  Así, se vió participar en certámenes repeticiones de tal o cual maestro, obras de similar factura y a veces difíciles de atribuir correctamente la autoría,  con la aceptación asegurada, máxime si se optaba por concursos donde el jurado estaba integrado por el maestro en cuestión o por sus colegas profesores académicos.

  Se habla de integrar “escuelas” para justificar esas semejanzas disimulando la especulación de hacer lo mismo que ya fue oficialmente aprobado como reaseguro de éxito.  El elegir participar en concursos donde se tiene “afinidad” con el jurado es un viejo recurso y pertenecer al taller de “Menganito” es una especie de póliza extra de aceptación.  Ha habido más de una muestra titulada literalmente “Taller de…”, donde el maestro no cuelga nada pero que cualquiera de las obras de sus discípulos puede  serle atribuida.

   Otra de las teorías conspirativas en circulación es la de las “factorías”, donde la obra que sale con una profusión desmesurada  hace dudar de que el autor duerma al menos una hora al mes, es en realidad hecha por estudiantes o recientes egresados de las escuelas de arte, jóvenes talentos que pueden mimetizarse con sus patrones a tal extremo de fidelidad que hacen imposible descubrir el fraude.  Esta teoría es rebatida por el argumento de que todos lo han hecho, desde Dalí a Warhol descontando a medio Renacimiento.  Mucho egresado de las academias y pocos cupos para artistas.  Pura ley de mercado.


     Las teorías conspirativas se alimentas del chisme, obviamente.  Te cuentan, copa en mano en cualquier vernissage, que las grandes obras de Mengano son hechas en su integridad por los alumnos que cursan con él la materia en tal institución, que ese es el único  modo de aprobarla.  Que Sultanito se elige de entre sus alumnas más meritorias a medias docena para llevárselas “gratis” a su taller, asegurándoles su participación en tales salones nacionales y hasta algún premio.  Que cierta artista que dormía con el director del más importante museo del país hizo una pequeña fortuna ganando premios con sus repetitivas obras gracias al sabio lobby de su compañero de juegos.  De cierta galerista privada emparejada con el director de un centro cultural capitalino de reconocido prestigio y sustento de fondos públicos, que ofrece a sus artistas pagar una muestra en su galería y llevarse de yapa una gratis en Recoleta.  Chismes que cualquiera que circule por las Gallery Night palermitanas se cansa de escuchar.

    Los autodidactas conspiramos en contra de los académicos recalcando todos sus chanchullos (a los que nada obsta que  participe un autodidacta, pero consiguiendo la vinculación y los contactos fuera de los claustros a los que no tiene acceso) y disfrazándonos con la dudosa dignidad de que, por estar al margen, no poder involucrarnos con el amiguismo y el tráfico alevoso de influencias.  ¿Las uvas están verdes?  Probablemente.

     El autodidacta atribuye todos sus fracasos al “no pertenecer”, al estar de por fuera del círculo de conocimiento que da el moverse en el mismo ámbito que los artistas consagrados  y los críticos con espacio reconocido que acaban con cargos docentes en instituciones tanto privadas como públicas.  Ámbito donde también concurren, para charlas y demás sociabilidades, los directores de salas nacionales, curadores y galeristas en general.  Conocer gente ayuda, quién lo puede negar.  Una buena agenda, dicen, es la clave de todo negocio exitoso.  El autodidacta, en su ostracismo voluntario, no tiene número que marcar y acaba solo con su alma frente a un sistema donde los demás juegan con la ventaja de conocer los bueyes con los que aran.  Es más sencillo atribuir el fracaso a la conspiración que a la falta de criterio de no habernos relacionado debidamente.



   Los autodidactas de mi generación, que pasamos nuestra primera juventud en compañía de Fox Mulder y Dana Scully, podemos justificar nuestra afición a las teorías conspirativas en el  hecho de tener a Paranoia como uno de los dioses menores de nuestro panteón familiar.  Todo es un complot de trama desentrañable cuya única víctima somos nosotros, aunque sea imposible explicar (y entender) que mérito nos asiste para  justificar tamaño esfuerzo.


No hay comentarios:

Publicar un comentario