Ayer me llegó a través
del portal de arte español XTRart (http://www.xtrart.es/2015/01/14/vera-icon-contesta-iii-entrega/)
una nueva entrega del “consultorio”
de la crítica de arte británica Vera
Icon. Dos de las cuestiones parecían
participar de mis últimas discusiones y las sentí dirigidas hacia mí. Las pego acá:
Hola Vera, Estas navidades me invitaron a un ‘mercadillo de artista’ que al
parecer vende bastante, a precios populares. Tuve que decir que no, porque mi
obra tiene precios bastante altos, y no me parecía una buena estrategia que
pensaran que estoy desesperado por vender. Pero el hecho es que sí estoy
desesperado, y me dio mucha rabia no ir y no vender nada. Otros artistas
salieron muy contentos. ¿Qué habrías hecho tú en mi caso?
Darling, Parece mentira que a
estas alturas los descerebrados de la Moda lo tengan más claro que los listos
del Arte. Cualquier artista que se precie tiene obra de ‘alta costura’ y de
‘pret-a-porter’, para disponer de un mercado lo más amplio posible. E incluso
merchandising. Esto es muy necesario, sobre todo, cuando no tienes contactos en
las altas esferas, y los que te compran son tu familia y amigos como parece ser
el caso.
Querida Vera, Estuve hace poco en una charla
sobre arte donde se comparaba el mercado del arte con un tablero de ajedrez, y
se hablaba de los agentes que estaban dentro y de los que están fuera, y de las
estrategias para ‘formar parte del tablero’, o algo así. Ya había oído la
metáfora en algún sitio, incluso poniendo nombre a las piezas, como en este
vídeo: http://youtu.be/3_iTpyUVy7M No
estoy seguro de entender estas analogías, ¿qué opinas?
Darling, Es un poco cruel hablar sólo de un tablero. Yo veo el mercado
del arte más como un casino: unos juegan en la ruleta VIP, y otros jugamos en
las tragaperras. Cuando me toca el jackpot me voy a la mesa de backgammon a perderlo todo. Y siempre conservo mi
peinado intacto cuando vuelvo a la tragaperras.
Es
evidente que la problemática tanto de los artistas emergentes como la de los más
o menos posicionados es igual en casi todas partes del mundo. En Baires
eso de hacer obra pequeña y no muy elaborada para vender al dos por uno en
eventos de regalería festiva también se da. Recuerdo cuando me sugirieron con buena onda (sé que no había mala intensión porque era en
realidad buena gente, pero como todo galerista de medio pelo un mero tendero
que sólo quería vender) que hiciera algo “así nomás”, que no fuera “tan
como lo que yo hago”, chico y barato total lo que iba a tratar de
venderse era la firma. En esa
oportunidad dije que iba a tratar de hacerlo (insisto, era un buen tipo) mientras disimulaba mi espanto por la mera
sugerencia de firmar algo que no fuera medianamente bueno y mío. Se ve que ya estaba eso del branding circulando aunque no supiéramos
que así se llamaba. Se trataba de que el
nombre fuera una marca y la difusión valía aunque se lo asociara a porquerías
de ocasión.
Lo del
mercado del arte como tablero de ajedrez es una argumento que por aquí también se
escucha mucho, sosteniendo que la “estrategia” es la clave de todo
éxito. De vuelta es un speach habitual en boca de RRPP y
publicistas, que asimilan al arte a cualquier negocio de compra-venta, donde la
obra es un objeto de nulo valor en sí y que su precio lo fija el entorno, los
amigos y el exacerbado pintoresquismo del autor. Circo y merchandansing.
En lo
personal y tras unos cuantos años de estar dedicada a esto, veo el mercado del
arte de Buenos Aires y adyacencias como una serie de círculos concéntricos. En el centro, en un círculo pequeño y
resplandeciente, están las efímeras estrellitas inventadas por los hacedores de
gloria de papier maché; las que
aparecen en las fotos de las revistas Caras, Gente y hasta
eventualmente en la Hola. Las que se
vinculan a la farándula vernácula y a nuestro seudo jet-set de cabotaje. Hacen dinero rápido (aunque su mayor
porcentaje se lo quedan sus hacedores), participan en dos o tres eventos de
trascendencia internacional –donde logran mínima o nula repercusión- y se
eclipsan. Y aparecen nuevas estrellitas
efímeras…
A este
círculo lo rodea uno más estrecho pero de mayor permanencia y estabilidad,
donde están los Grandes Maestros que han llegado a serlo a fuerza de años de
labor y honesto talento. Tienen el
reconocimiento de sus pares y, en muchos casos, la debida proyección
internacional. Son los que van a quedar en los libros de historia y en los
museos. Hacen dinero pero dentro de lo lógico: viven del arte sin ser
millonarios ni viajar en aviones privados.
Son los artistas. Ese círculo
es la meta de todo el que se dedica en serio al arte.
El
circulo que sigue, más amplio y de nuevo de población fluctuante, son los
artistas dependientes del poder y del erario público. Son los que viven de subsidios y de becas,
los que se acomodan donde calienta el sol.
Muchos ganan premios nacionales, cátedras bien pagas, publicaciones de
libros y hasta pensiones graciables.
Algunos han tenido mérito técnico en su momento pero luego decidieron
dejar de correr riesgos y optaron por un patrón que los mantenga. Estos son los artistas nacionales cruza con gato
que saben cómo caer siempre parados.
Después
viene un amplísimo circulo de los artistas emergentes y empeñosos, los que se
dedican a su propia costa y riesgo al arte.
De este grupo salen para los otros tres más céntricos según sus
apetencias y contactos. Algunos ponen
dinero y son brevemente una estrellita fugaz, otros se acomodan con el poderoso
político de turno y hace su quintita a posteridad. Otros tratan de ser leales a sus convicciones
y aspiran alguna vez, dentro de muchos años de perseverancia, acercarse al
círculo de los verdaderos artistas.
Y el último
circulo es el de los estudiantes, aprendices y aficionados. La materia prima. De ahí sale todo, es la sangre nueva, el
refuerzo de la fe, la posibilidad de lo que será el futuro. De ahí salen para el centro (el luminoso o el
auténtico). Algunos llegan, otros se cansan
al tiempo y salen del juego. Pero
siempre entran nuevos jugadores.
Estos círculos
concéntricos son normalmente mi concepción del universo, aunque también suelen
recordarme al Infierno del Dante,
cuyo camino, sabemos, está empedrado de buenas intenciones.
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