Si no fuera porque
creo en que todo tiene más de una interpretación, realmente hubiera reaccionado
muy mal cuando recibí ayer en mi correo la propuesta de un curso de “métodos
de creación artística y concepción de proyectos”. Sin la intervención de mi fe
inquebrantable de que no hay una sola versión de nada, hubiera dado por hecho
que el remitente de dicha invitación me estaba cargando. Que se reía abiertamente de mí.
Pero podía
ser al revés, que conocedor de mi conflicto actual con el acetato (con el que
entablé una guerra sin cuartel en la que voy perdiendo de modo lamentable) me hiciera llegar las noticias de este
cursillo de auto-ayuda para artistas en su honesta convicción de que podía
serme de utilidad o salvataje.
Al leer la
consigna: “desarrollar métodos que refuercen los procesos creativos y la
sistematización y conceptualización de ideas” no pude no decirme: ¡otro “art
trainer”!. Cuando reparé en los
objetivos de “construcción de referencias y
justificaciones” y “catalogación
y organización de ideas” volví a mi reacción inicial de sospechar que
alguien se estaba riendo a carcajadas a mi costa.
¿Los gurúes
de moda (los “trainer” o “coaching” o potenciadores o asistentes
motivacionales o el reverendo nombre new
age que se pongan) presuponen que los artistas somos idiotas? ¿Qué el arte es cuestión de técnicas de
mercadeo y de pensamiento lateral? ¿Qué cualquier sonriente entrepreneur de manual (con dientes blanqueados y bronceado de cama solar) puede venir a organizar y sistematizar la inspiración, a catalogar la pasión creadora y a documentar listados de justificaciones
para justificar lo que supongan ellos deba justificarse? ¿Cómo justifica el artista la falta de
talento? ¿Cómo la falta de originalidad o autenticidad
de su obra?
Me repito
que quién me envió el mail quizá lo hizo con toda la buena voluntad del mundo,
suponiendo que podría serme útil que alguien me dijera como debo organizar mis
ideas fallidas y como argumentar mis fracasos (¿un buen argumento lo transforma en éxito?).
Me repito que la intensión no era enfurecerme y que mi enojo es
innecesario. Que se le falta el respeto
al artista cuando el artista lo permite, que frente a la estupidez sólo
corresponde responder con indiferencia condescendiente.
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