sábado, 3 de enero de 2015

     Si no fuera porque creo en que todo tiene más de una interpretación, realmente hubiera reaccionado muy mal cuando recibí ayer en mi correo la propuesta de un curso de “métodos de creación artística y concepción de proyectos”.  Sin la intervención de mi fe inquebrantable de que no hay una sola versión de nada, hubiera dado por hecho que el remitente de dicha invitación me estaba cargando.  Que se reía abiertamente de mí.


     Pero podía ser al revés, que conocedor de mi conflicto actual con el acetato (con el que entablé una guerra sin cuartel en la que voy perdiendo de modo lamentable)  me hiciera llegar las noticias de este cursillo de auto-ayuda para artistas en su honesta convicción de que podía serme de utilidad o salvataje.

    Al leer la consigna: “desarrollar métodos que refuercen los procesos creativos y la sistematización y conceptualización de ideas” no pude no decirme:  ¡otro “art trainer”!.  Cuando reparé en los objetivos de  “construcción de referencias y justificaciones” y  “catalogación y organización de ideas” volví a mi reacción inicial de sospechar que alguien se estaba riendo a carcajadas a mi costa.


    ¿Los gurúes de moda (los “trainer” o “coaching” o potenciadores o asistentes motivacionales o el reverendo nombre new age que se pongan) presuponen que los artistas somos idiotas?  ¿Qué el arte es cuestión de técnicas de mercadeo y de pensamiento lateral?  ¿Qué cualquier sonriente entrepreneur de manual (con dientes blanqueados y bronceado de cama solar) puede venir a organizar y sistematizar la inspiración, a catalogar la pasión creadora y a documentar listados de justificaciones para justificar lo que supongan ellos deba justificarse?  ¿Cómo justifica el artista la falta de talento?  ¿Cómo la falta de originalidad o autenticidad de su obra? 


     Me repito que quién me envió el mail quizá lo hizo con toda la buena voluntad del mundo, suponiendo que podría serme útil que alguien me dijera como debo organizar mis ideas fallidas y como argumentar mis fracasos (¿un buen argumento lo transforma en éxito?).  Me repito que la intensión no era enfurecerme y que mi enojo es innecesario.  Que se le falta el respeto al artista cuando el artista lo permite, que frente a la estupidez sólo corresponde responder con indiferencia condescendiente. 





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