Acabados
finalmente los festejos (de hecho,
acabados los brindis, que son los que realmente destruyen a alguien de mi edad
y de mi propensión a prodigar por doquier buenos augurios), uno puede volver
a concentrarse en lo importante y urgente: las dichosas seis obritas para la Affordable
Art Fair de New York del próximo marzo.
Seis obras
de 30 X 30 centímetros a las que he condenado a cumplir demasiados
requisitos: ser divertidas de hacer (esencial), ser
fácilmente reconocibles como mías -ya
que no firmo más mi trabajo- y que el que las vea sienta un poco del placer con
el que fueron concebidas.
Traducido: mucho cambalache,
mucho papel –quemado-, mucho dibujo, mucho mapa, mucho filar el límite de que
algo bueno se convierta en un mamarracho y haya que tirarlo a la basura. O sea: muy insoportablemente farnelliano.
Seis
pequeñas obras, donde cada una sea una pero que pueda leerse de a dos, cuatro o
seis. Todas distintas (¡jamás
repetirse!; y si es, argumentar para que no se note...) pero que tengan una
unidad para ser válidas y lógicas juntas
o en solitario. Y que provoquen a ser miradas, que reclamen la atención con
autoridad despótica. (Ya de escribirlo me cansé por lo complicado
que suena. Supongo que voy a dibujar lo que me venga en ganas y después lo
recorto en cuadraditos de treinta por treinta y san se acabó).
¿Qué es la Affordable Art Fair New York?
Una feria de arte que
se promociona por ser “accesible” al
público general, estableciendo como pauta que sólo se venderán obras originales
de artistas vivos y a precios inferiores de U$S 10.000.- Los organizadores se focalizan en un “consumidor”
de arte no especializado, que no busca tanto la conceptualidad del arte
(escuela, estilo, visión innovadora o rupturista) sino algo que le guste (que
sea lindo), aunque él no sepa nada de ismos
ni de vanguardias y mucho menos de técnicas pictóricas y que, en
definitiva, combine con sus muebles. Es
una feria que cumple con la etimología de la palabra feria: se busca vender y a
mayor espectro de público destinado (el no connoisseur)
mayor posibilidad de venta.
¿Está
bien para el artista este tipo de propuestas?
Opino que está bien si el artista
entiende que está yendo a una feria y que una feria es solamente una puesta en venta
de su trabajo. No va a exhibir, ni a
imponer una teoría ni a captar adherentes a su manifiesto o dogma.
En una
feria uno no desarrolla un discurso con el espectador interesado en un dialogo
artístico; el que mira la obra en una feria para comprar un objeto decorativo
(que le guste, sí; que reconoce valioso, sí; que habrá de acompañarlo quizá por
el resto de su vida, también;) no se interesa mucho por comunicarse con el
hacedor de la obra ni con el Intangible Espíritu de las Artes. Es más bien un monólogo: me gusta para mí y
punto. No sabe si es buena o mala inversión,
si algún día sacará esa obra a subasta para pagar la educación de sus
nietos. Le gusta, combina con sus
almohadones, puedo verlo cada día asentado sobre la pantalla cuando enciende el
televisor sin que le genere la menor molestia.
Fin de la cuestión.
El
artista que entienda que una feria de arte accesible no es Sotherby´s ni el Premio Turner,
no debería tener problema en
participar en este tipo de eventos si decide hacerlo. Expondrá en recintos ad hoc para un público
especializado o postulará su obra a concursos de corte académico cuando quiera
hablar entre pares.
Yo en lo
personal soy un poco romántica (es una
forma de decir, ya sé que tengo el romanticismo de un cactus) y creo que
siempre existe -aun en este tipo de eventos- la posibilidad de que la obra sea
vista por alguien que alcance a entender el sentido de todo este juego.
Un espectador ideal (como el lector ideal del que habla Umberto Eco), que comparta conmigo el
código íntimo con el que fue concebida la obra.
Que entienda el chiste. Y aunque esa persona no compre la obra y aun
sin que la considere la que más le atrajo en toda la feria, se produjo ese
choque de planetas que es el que todo el trabajo y la pasión que pone el
artista en hacer algo tan inútil como es su obra haya tenido un instante de razón
de ser que la justifique y salve para siempre.
Quizá no
me importe tanto vender (que sabemos no
me importa, sino contrataría un publicista) como que la imagen de una de
mis obras quede en la memoria de ese espectador ideal. De alcanzar esa especie de inmortalidad que es el recuerdo.
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