jueves, 1 de enero de 2015


     Acabados finalmente los festejos (de hecho, acabados los brindis, que son los que realmente destruyen a alguien de mi edad y de mi propensión a prodigar por doquier buenos augurios), uno puede volver a concentrarse en lo importante y urgente: las dichosas seis obritas para la Affordable Art Fair  de New York del próximo marzo. 

   Seis obras de 30 X 30 centímetros a las que he condenado a cumplir demasiados requisitos:  ser divertidas de hacer (esencial), ser fácilmente reconocibles como mías  -ya que no firmo más mi trabajo- y que el que las vea sienta un poco del placer con el que fueron concebidas.  Traducido:  mucho cambalache, mucho papel –quemado-, mucho dibujo, mucho mapa, mucho filar el límite de que algo bueno se convierta en un mamarracho y haya que tirarlo a la basura.  O sea: muy insoportablemente  farnelliano

      Seis pequeñas obras, donde cada una sea una pero que pueda leerse de a dos, cuatro o seis.  Todas distintas (¡jamás repetirse!; y si es, argumentar para que no se note...) pero que tengan una unidad para ser  válidas y lógicas juntas o en solitario.  Y que provoquen a ser  miradas, que reclamen la atención con autoridad despótica.  (Ya de escribirlo me cansé por lo complicado que suena. Supongo que voy a dibujar lo que me venga en ganas y después lo recorto en cuadraditos de treinta por treinta y san se acabó).


     ¿Qué es la Affordable Art Fair New York?  Una feria de arte que se promociona por ser “accesible” al público general, estableciendo como pauta que sólo se venderán obras originales de artistas vivos y a precios inferiores de U$S 10.000.-  Los organizadores se focalizan en un “consumidor” de arte no especializado, que no busca tanto la conceptualidad del arte (escuela, estilo, visión innovadora o rupturista) sino algo que le guste (que sea lindo), aunque él no sepa nada de ismos ni de vanguardias y mucho menos de técnicas  pictóricas y que, en definitiva, combine con sus muebles.  Es una feria que cumple con la etimología de la palabra feria: se busca vender y a mayor espectro de público destinado (el no connoisseur) mayor posibilidad de venta.

     ¿Está bien para el artista este tipo de propuestas?  Opino que está bien  si el artista entiende que está yendo a una feria y que una feria es solamente una puesta en venta de su trabajo.  No va a exhibir, ni a imponer una teoría ni a captar adherentes a su manifiesto o dogma. 

    En una feria uno no desarrolla un discurso con el espectador interesado en un dialogo artístico; el que mira la obra en una feria para comprar un objeto decorativo (que le guste, sí; que reconoce valioso, sí; que habrá de acompañarlo quizá por el resto de su vida, también;) no se interesa mucho por comunicarse con el hacedor de la obra ni con el  Intangible Espíritu de las Artes.  Es más bien un monólogo: me gusta para mí y punto.  No sabe si es buena o mala inversión, si algún día sacará esa obra a subasta para pagar la educación de sus nietos.  Le gusta, combina con sus almohadones, puedo verlo cada día asentado sobre la pantalla cuando enciende el televisor sin que le genere la menor molestia.  Fin de la cuestión.


     El artista que entienda que una feria de arte accesible no es Sotherby´s ni el Premio Turner,  no debería tener problema en participar en este tipo de eventos si decide hacerlo.  Expondrá en recintos ad hoc para un público especializado o postulará su obra a concursos de corte académico cuando quiera hablar entre pares.

     Yo en lo personal soy un poco romántica (es una forma de decir, ya sé que tengo el romanticismo de un cactus) y creo que siempre existe -aun en este tipo de eventos- la posibilidad de que la obra sea vista por alguien que alcance a entender el sentido de todo este juego.  

     Un espectador ideal (como el lector ideal del que habla Umberto Eco), que comparta conmigo el código íntimo con el que fue concebida la obra.  Que entienda el chiste.  Y aunque esa persona no compre la obra y aun sin que la considere la que más le atrajo en toda la feria, se produjo ese choque de planetas que es el que todo el trabajo y la pasión que pone el artista en hacer algo tan inútil como es su obra haya tenido un instante de razón de ser que la justifique y salve para siempre. 

    Quizá no me importe tanto vender (que sabemos no me importa, sino contrataría un publicista) como que la imagen de una de mis obras quede en la memoria de ese espectador ideal.  De alcanzar esa especie de  inmortalidad que es el recuerdo.



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