Ser artista en Buenos Aires (ser artista sin
galería, ni art-dealer, ni representante bajo la denominación que esté de moda,
ni nada de nada más que una obstinada buena voluntad de ser artista).
Capítulo
I: Organizar un prolijo cronograma de
exhibiciones de la obra.
Con tiempo,
se diría, uno puede organizar satisfactoriamente lo que sea. Todo es cuestión de orden y método, como
diría el amigo Poirot, de poner en
funcionamiento las pequeñas células grises.
Pero no es el caso; será en Bélgica
porque no lo es en BAires. Y no es que yo, en
líneas generales, tenga algo en contra de la “improvisación”, pero acá se da la improvisada convergencia de todos
los bifurcados senderos que no conducen a ninguna parte. Muy lindo como anécdota pero desquiciante
cuando uno quiere hacer algo en concreto y con un plazo perentorio en el
tiempo.
Un leading
case para remitirme a la evidencia: coordinar la participación de mi obra
en una feria en el exterior.
Logré
contactar con un dealer/marchand o el nombre que use a su gusto, para poder
intervenir en una feria el próximo año en Miami
-Art
Now Miami – Miami Beach
Convention Center en febrero 2015- o en New York -Artexpo NY en abril 2015 –
(por si a alguien sirve la data, el contacto es: jayson@artisandirectltd.com,
Jayson Samuel Business Development
Representative Artisan Direct, LTD.).
Pero confirmar el tiempo que va a llevar el
trámite para sacar obra (de mi autoría) del país es, al día de hoy, prácticamente
imposible. Al mes –largo- que lleva el
trámite en Artes Visuales ahora hay
que agregarle un nuevo trámite por ante la Dirección
Nacional de Aduanas. Este nuevo
permiso, sin garantía de obtenerlo, no confirma período cierto de
burocracia. El “todo es mercadería” –concepto
con el que los funcionarios aduaneros consideran cualquier petición de salida
del país aunque sean bienes culturales- hace que, encima, no se sepa que costos
va a implicar la autorización para mandar ¿dos? ¿tres? obras plásticas a una feria que durará a
lo sumo unos cuatro días. En comparación
costo/beneficio, es evidente que tanto lio para que nuestro trabajo se vea por
unas horas en tierras extrañas quita el entusiasmo.
Dada mi
experiencia reciente (el envío de mi Silk Road a España a principio de este año), considerando la fecha en que estamos, descarto completar la gestión para poder llegar al evento de febrero de
2015. Comenzando ahora quizá pueda estar
ahí, bastante justa, para lo de abril.
Tengo en cuenta los paros (y/o disturbios, y/o saqueos y/o cortes de luz)
ya habituales en los diciembres, la inexistencia del universo durante los
eneros porteños y el ritmo lento y cansino con que suele reanudarse la vida
civilizada en cada febrero.
Es evidente
que la perspectiva de tanto formulario por llenar, tanta fotocopia que obtener
y la paciente persecución de un cansino expediente administrativo no resulta
tentadora en lo absoluto. ¿Por qué no
buscar un galerista de por estos lados que se ocupe de tanto engorro? Por los costos, obviamente. Tratar de coordinar directamente –sin intermediarios
ante el intermediario- achica un poco
los gastos que tendré que afrontar para lograr que mi obra se vea en
otras tierras. Ese ahorro me genera más
trabajo personal y mucha malasangre, pero cuando el presupuesto del artista es
ajustado hay que apechugar y moverse en contra de lo que nos es propio y nos
gusta.
Me quejo y
sin embargo esto es más fácil para mí que para un artista que esté alejado de
la Capital Federal. Para un artista
radicado en el interior de Buenos Aires
o en otra provincia es aún más complejo
poder cumplir con los tramiterios kafkianos de nuestro sistema gubernamental de
“aliento
y difusión de las artes”. ¿Será que
a nadie le importa las dificultades de los artistas emergentes para “emerger”? Es. A nadie le importa.
Por
supuesto que estas cosas pueden hacerse de otro modo, sin permisos ni
legalidades, enviando la obra de modo marginal, sin seguros ni resguardos de ningún tipo, apostando
con fe a que el correo o la valija de un amigo llegará a buen destino sin extravíos
ni daños. Claro, el riesgo es del
artista (siempre todos los riesgos son del artista) y uno no sólo queda
como alguien chapucero e improvisado sino como representante de un país más
desprolijo y chapucero aún. Yo trato de
hacer las cosas bien. Trato. Hasta donde me dejan. Pero cuando la opción es no hacer nada por los obstáculos absurdos que impone sin
racionalidad el funcionario de turno la rebelión (tramposa) empieza a verse
como una forma de patriotismo.
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