Por
qué dedicarse al arte. Decálogo
Mitológico.
Mito 3. “Porque
los artistas viven viajando, recorren el mundo gracias a sus exposiciones”.
Esto ya no es
un malentendido sino una broma de mal gusto.
La falsedad de la premisa es tan ostensible que cuesta creer que
realmente alguien con dos dedos de frente piense que eso pueda ser verdad.
Un artista
(pintor, escultor, grabador) se mueve con mucho lastre. Se tiende al sedentarismo porque trasladar el
equipo no sólo es difícil sino más caro todavía que lo caro que ya es dedicarse
a las artes plásticas.
Trasladar
cuadros es una tarea compleja tanto en lo material (son objetos que se dañan
con facilidad: las telas se rasgan, lo vidrios se quiebran, los marcos se descuajeringan) como en lo documental. Al
menos acá –en la Argentina- sacar
obra al exterior en forma transitoria para una muestra es, no diré imposible,
pero si tan intrincado que cualquier
proceso kafkiano resulta pueril en comparación.
Cuando en
diciembre/enero pasados realicé todas las gestiones debidas ante el Ministerio
de Cultura, Secretaria de Artes Visuales, a fin de obtener el permiso para que
mis siete obras integrantes de The Silk Road pudieran viajar a España, tardé poco más de un mes –fiestas
mediantes- para obtener la autorización. Se supone que la finalidad de este
trámite es no expoliar el patrimonio nacional, que las obras que se sacan al
exterior no sean consideradas de valor para el Ministerio. Debe presentarse fotos de cada obra y los
antecedentes del autor y la constancia de a dónde viajan, para qué y cuando
vuelven.
Con la
autorización en mano traté de remitirlas
vía Correo Oficial a Córdoba, pero
los cortes de luz que mantuvieron cerrado el organismo durante 4 días hizo que
tarde me enterara que aun teniendo el permiso de Visuales necesitaba una
autorización expresa de Aduanas.
Juro que
intenté cumplimentar el expediente aduanero, pero cuando un jovencísimo
empleado todo arrogancia y obstinación me afirmó con contundencia que para
Aduanas todo es mercadería y
que las obras de arte que salen para una muestra temporaria igual van a
ser tratadas como vulgares mercaderías con los costos y requisitos pertinentes,
me desalenté un poco.
Pero, aun tratando
de cumplir todos los recaudos, al advertirme con maliciosa satisfacción que en
caso de que me autorizaran (“en caso”) iba a tener que contratar
un despachante de aduanas para poder hacer el envío… siendo que los honorarios del despachante son
iguales ya remitas un conteiner de productos de alta gama ya siete laminitas de papel para una exhibición
cultural… No tuve más remedio que la
renuncia a la legalidad.
Y párrafo
aparte merece la cuestión de los seguros, ya que algunas empresas dedicadas al
traslado de bienes culturales (cuando se obtuvieron todas las autorizaciones
previas) exigen además cobertura de seguro.
Aunque uno explique que son obras de arte sin valor de mercado por ser
uno un artista emergente del todo intrascendente, debe cubrirse una prima
mínima que de cualquier forma resulta (sumado a los honorarios del despachante
de aduanas más el elevado costo de envío) una auténtica fortuna que difícilmente
se pueda costear para la ida… y que también
habrá después que pagarse para el regreso.
Muchos
artistas que apuestan por posicionarse en un mercado distinto del de su lugar
de origen optan por trasladarse físicamente y generar su obra en el lugar donde
van a mostrarla, ya que es más sencillo crear desde el principio en el sitio
que se está que intentar trasladarla de un país a otro. El Mercosur,
la patria
grande, la integración latinoamericana son todos slogans de campaña y ningún
gobernante en la realidad real facilita las cosas para que los agentes
culturales se muevan allende las fronteras divulgando el quehacer artístico y sumándolo
en un movimiento regional.
Todo es muy difícil,
dentro y fuera del país en el que a uno le ha tocado desarrollar su visión artística. Todo se hace a fuerza de obstinación y
perseverancia. Nada es fácil y nadie
trata de simplificarlo. Mantenerse en el
juego es caro y desalentador; nadie invierte más que uno mismo y muchas veces
hay que postergar proyectos sencillamente porque hay que optar entre comer o
pagar el enmarcado.
Por eso resulta
tan odioso (e injusto) el prejuicio de que los artistas somos “vagos”,
propensos a la desidia, que nos dedicamos a esto porque es fácil y
gratificante, y que vamos y venimos por ahí sin obligaciones ni apuros, que nos
dedicamos a darnos la buena vida sin mayor preocupación ni esfuerzo mientras el
resto “trabaja” de verdad.
El arte es
un amante exigente, que nos condiciona a un presente áspero e ingrato bajo la
promesa de un reconocimiento que sólo vendrá en ese futuro que nos tendrá
ausente. Es un ponerlo todo hoy con la
fe de que algún día alguien habrá de ser testigo de que teníamos razón y de que
valía la pena el esfuerzo. Pero el hoy
es duro, solitario y –evidentemente- con muy mala prensa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario