domingo, 2 de noviembre de 2014

Por qué dedicarse al arte.  Decálogo Mitológico.

Mito 3.  “Porque los artistas viven viajando, recorren el mundo gracias a sus exposiciones”.
   Esto ya no es un malentendido sino una broma de mal gusto.  La falsedad de la premisa es tan ostensible que cuesta creer que realmente alguien con dos dedos de frente piense que eso pueda ser verdad.

   Un artista (pintor, escultor, grabador) se mueve con mucho lastre.  Se tiende al sedentarismo porque trasladar el equipo no sólo es difícil sino más caro todavía que lo caro que ya es dedicarse a las artes plásticas.

   Trasladar cuadros es una tarea compleja tanto en lo material (son objetos que se dañan con facilidad: las telas se rasgan, lo vidrios se quiebran, los marcos se descuajeringan) como en lo documental.  Al menos acá –en la Argentina- sacar obra al exterior en forma transitoria para una muestra es, no diré imposible, pero si tan intrincado que  cualquier proceso kafkiano resulta pueril en comparación.


   Cuando en diciembre/enero pasados realicé todas las gestiones debidas ante el Ministerio de Cultura, Secretaria de Artes Visuales, a fin de obtener el permiso para que mis siete obras integrantes de The Silk Road pudieran viajar a España, tardé poco más de un mes –fiestas mediantes- para obtener la autorización. Se supone que la finalidad de este trámite es no expoliar el patrimonio nacional, que las obras que se sacan al exterior no sean consideradas de valor para el Ministerio.  Debe presentarse fotos de cada obra y los antecedentes del autor y la constancia de a dónde viajan, para qué y cuando vuelven.

   Con la autorización  en mano traté de remitirlas vía Correo Oficial a Córdoba, pero los cortes de luz que mantuvieron cerrado el organismo durante 4 días hizo que tarde me enterara que aun teniendo el permiso de Visuales necesitaba una autorización expresa de Aduanas. 

   Juro que intenté cumplimentar el expediente aduanero, pero cuando un jovencísimo empleado todo arrogancia y obstinación me afirmó con contundencia que para Aduanas todo es mercadería y que las obras de arte que salen  para una muestra temporaria igual van a ser tratadas como vulgares mercaderías con los costos y requisitos pertinentes, me desalenté un poco.  

  Pero, aun tratando de cumplir todos los recaudos, al advertirme con maliciosa satisfacción que en caso de que me autorizaran (“en caso”) iba a tener que contratar un despachante de aduanas para poder hacer el envío…  siendo que los honorarios del despachante son iguales ya remitas un conteiner de productos de alta gama ya  siete laminitas de papel para una exhibición cultural…  No tuve más remedio que la renuncia a la legalidad.




   Y párrafo aparte merece la cuestión de los seguros, ya que algunas empresas dedicadas al traslado de bienes culturales (cuando se obtuvieron todas las autorizaciones previas) exigen además cobertura de seguro.  Aunque uno explique que son obras de arte sin valor de mercado por ser uno un artista emergente del todo intrascendente, debe cubrirse una prima mínima que de cualquier forma resulta (sumado a los honorarios del despachante de aduanas más el elevado costo de envío) una auténtica fortuna que difícilmente se pueda costear para la ida…  y que también habrá después que pagarse para el regreso.
 
   Muchos artistas que apuestan por posicionarse en un mercado distinto del de su lugar de origen optan por trasladarse físicamente y generar su obra en el lugar donde van a mostrarla, ya que es más sencillo crear desde el principio en el sitio que se está que intentar trasladarla de un país a otro.  El Mercosur, la patria grande, la integración latinoamericana son todos slogans de campaña y ningún gobernante en la realidad real facilita las cosas para que los agentes culturales se muevan allende las fronteras divulgando el quehacer artístico y sumándolo en un movimiento regional. 


  Todo es muy difícil, dentro y fuera del país en el que a uno le ha tocado desarrollar su visión artística.  Todo se hace a fuerza de obstinación y perseverancia.  Nada es fácil y nadie trata de simplificarlo.  Mantenerse en el juego es caro y desalentador; nadie invierte más que uno mismo y muchas veces hay que postergar proyectos sencillamente porque hay que optar entre comer o pagar el enmarcado. 

   Por eso resulta tan odioso (e injusto) el prejuicio de que los artistas somos “vagos”, propensos a la desidia, que nos dedicamos a esto porque es fácil y gratificante, y que vamos y venimos por ahí sin obligaciones ni apuros, que nos dedicamos a darnos la buena vida sin mayor preocupación ni esfuerzo mientras el resto “trabaja” de verdad.   

  El arte es un amante exigente, que nos condiciona a un presente áspero e ingrato bajo la promesa de un reconocimiento que sólo vendrá en ese futuro que nos tendrá ausente.  Es un ponerlo todo hoy con la fe de que algún día alguien habrá de ser testigo de que teníamos razón y de que valía la pena el esfuerzo.  Pero el hoy es duro, solitario y –evidentemente- con  muy mala prensa.


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