Quinientas
veces me senté a escribir en este blog los ires y venires de una vida más o
menos “normal”, sumamente
intrascendente, definitivamente la única que tengo. Como el Capitan Kirk dictándole a la bitácora al cierre de cada episodio del Star
trek que seguía religiosamente en mi infancia.
Quinientas veces
de un blog que no pretende nada, con el que no logro nada, que se contenta en
ser un diario de artista, o de alguien que pretende y aspira a
calificar alguna vez como artista. Un
resumen de lo que hago –bien o mal- con el único objetivo de pensar por escrito
y compilar ordenadamente los recuerdos del presente para en un futuro quizá sacar
alguna conclusión.
¿Por qué no
hacerlo en privado? ¿Y quién dice que
esto no es privado? ¿Quién puede estar
absolutamente seguro de que hay alguien más ahí, del otro lado de lo que sea
que es “la web”, el intangible “ciberespacio”? Acá sólo estamos mi computadora y yo, en este
ratito diario de sentarme a garabatear quién soy y que he hecho para constituir
un avance o un retroceso en este camino que tercamente me empeño en
construir. Caminante no hay camino, se hace
camino al andar… Escribo para recordarme
que estoy caminando aunque no llegue nunca a ninguna parte.
Pero si hay
alguien ahí, del otro lado de lo que sea que es esta fantasía colectiva, que con
nada mejor que hacer lee algún fragmento de esta crónica empecinada y de algún modo
le provoca una sonrisa, o una duda o -¡que ambición!- una idea afortunada, esta
tontería mía habrá tenido un destino feliz en el complejo e indescifrable entramado del universo. Una
auténtica razón de ser.
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