martes, 25 de noviembre de 2014

   Ser artista en Buenos Aires (ser artista sin galería, ni art-dealer, ni representante bajo la denominación que esté de moda, ni nada de nada más que una obstinada buena voluntad de ser artista).

Capítulo I:  Organizar un prolijo cronograma de exhibiciones de la obra.
                I.e) Concursos y premios.


    Cuando uno empieza en esto, ya porque no hay muchas puertas abiertas ya por que la prudencia obliga a testearse  entre pares, la primera salida de nuestro trabajo a la vista ajena es a través de los salones y concursos.

    En los comienzos, uno pretende sólo que nos cuelguen, que nuestra obra sea expuesta para cotejar la reacción del otro ante ella.  Después, lógica progresión, uno empieza a añorar algún reconocimiento que nos confirme que vamos por buen camino.  El sentido común diría que uno va fogueándose en la competencia y que arribar a un mérito merecido significa que se fue mejorando e imponiendo su razón.

   En mi experiencia personal, durante muchísimos años no logré superar las preselecciones y no conseguía colgar nada en ninguna parte, por lo que esta lógica de las cosas no me era aplicable.  Pero terca (o necia) como soy, seguí dándome de cabezazos en la pared de modo francamente perseverante y mientras no conseguía avance personal si logré un amplio trabajo de campo observando cómo se mueven las cosas en ese sector del mercado del arte. 


    Si bien hay muchísimos artistas en BAires, a la larga uno ve que siempre se trata de la misma gente la que aparece  en los catálogos en la lista de seleccionados, y más los que la encabezan: los premiados coinciden con prolija regularidad.

   Está bien; es razonable.  Son los mejores, ganan siempre.  Pero uno mira la obra y le entran dudas.  Al correr de los años, se van recogiendo datos y elaborando patrones.  A ciertos jurados, ciertos galardonados.  Los salones nacionales, con premios en efectivos y extras gubernamentales (pensiones y beneficios resarcitorios a largo plazo) mantienen una estructura previsible, y si uno está más o menos informado puede acertar el próximo primer premio con más exactitud que al ganador del Pellegrini.  Se traza un circuito reconocible entre cargos en las academias de arte –la Prilidiano Pueyrredon y la De la Cárcova- y hoy en las cátedras del IUNA (Instituto Universitario  Nacional de Arte); en los cargos públicos en las Direcciones y Secretarias de Cultura en ámbitos municipales y provinciales, en becas y subsidios nacionales, y premios nacionales. 

    A quién puede sorprender que se trate, ni más ni menos, que de un posicionamiento estratégico más sostenido por las relaciones personales que por los méritos técnicos o el vuelo creativo.  El artista huraño, que vive dentro de su taller sin relacionarse con nadie es muy probable que consiga que su obra perdure dentro del taller.  El “artista” extrovertido, que sociabiliza en vernissages y rosquea en claustros académicos y oficinas gubernamentales, probablemente consiga no sólo mostrar públicamente su obra sino que hasta llegue a vivir del arte (de sueldos docentes, pensiones graciables y premios nacionales).  Es otro modo de adherir a este negocio del arte.


     En mis comienzos, cuando el rumor de que los múltiples (e incomprensibles a mi criterio) premios que recibía Ana Eckell eran debidos más que a su repetitiva originalidad a su vinculación personal con Jorge Glusberg, otrora referente del CAyC y luego director del Museo de  Bellas Artes (cuando se robaron los Toulouse Lautrec), yo prefería creer que eso era mera envidia de las malas lenguas.  Cuando alguien que me tenía afecto me propuso tomar clases con Gorriarena para asegurarme no solo participación sino reconocimiento en los concursos donde el maestro fuera jurado…  tuve que suspirar resignándome a la evidencia.  Aclaro que no tomé clases con Gorriarena, más porque no me gusta su obra que por exceso ético. 

    Hoy, acá nomas, en la Secretaria de Artes Visuales el pasado enero, a mi cuestionamiento acerca del procedimiento a seguir para presentar propuesta con la que acceder a la sala de exposiciones de ese edificio (Espacio Caloi), la respuesta de la funcionaria que me atendió fue: “Preguntale a La Cámpora”.  O.K.  Todo muy claro.  Y eso que la página oficial del Ministerio de Cultura de la Nación (http://www.cultura.gob.ar/agenda/inaugura-una-muestra-homenaje-a-leonardo-favio-en-el-espacio-caloi/) vende ese espacio expositivo como “El Espacio Caloi, inaugurado en homenaje al reconocido humorista gráfico, se propone como un ámbito inclusivo para la promoción de experiencias y bienes simbólicos producidos por colectivos culturales y artistas, con un enfoque federal. El objetivo de la propuesta es crear un lugar de encuentro y reflexión, que rescate la capacidad del arte y del pensamiento como modo de visibilizar temas sensibles a la sociedad, reconociendo y apreciando el multiculturalismo que constituye la Argentina.”  No debo calificar ni de reflexiva, ni de sensible a la sociedad, ni de multicultural; y, seguramente, a criterio de los camporistas, ni siquiera debo calificar de “argentina”…


    Los concursos y los premios (a baja escala o los consagratorios) son una variable más del complejo laberinto por el que deambulan erráticos los artistas.  Un universo con reglas propias –buenas o malas, éticas o perversas-  con una personal incidencia dentro de la realidad o las aspiraciones de cada uno. 

   En mi caso, después de tanto rechazo a mi obra cuando por primera vez la premiaron lejos de alegrarme me sumí en una profunda desconfianza.  De hecho, en tres oportunidades, una misma obra que fue rechazada en un lugar después fue premiada en otra.  ¿Cuál era la verdad?  

   Me sentí incapaz (y lo sigo siendo) de dar más valor al premio que al rechazo.  Dentro de mi propia convicción, ni uno ni otro modificaron nada.  Obviamente, uno se entristece y llora con uno y se alegra y festeja con el otro, pero más allá de esa razonable mutación de estado de ánimo, uno dedica la vida al arte por  razones más sólidas que la circunstancial aprobación  externa.


  Igual, sigue  postulándose en diversos concursos porque es así, porque hacerlo es parte de este juego.  No por el resultado, sino por –simplemente- seguir jugando.



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