Por
qué dedicarse al arte. Decálogo
Mitológico.
Mito 4. “Porque si sos artista no está mal visto que
seas borracho o drogón”
Así las
cosas, en el ideario popular los artistas somos bohemios (lo que se traduce
como irresponsables delirantes básicamente inútiles), promiscuos perversos y
superficiales, propensos a evadirnos por ahí, errando de un sitio a otro, no
haciendo nada concreto y negándonos a afincar la vida en un solo lugar. Si a esto le sumamos que seríamos vox populi propensos a las adicciones, ya de estupefacientes,
ya de alcohol, ya de todo junto y al mismo tiempo, nos convertimos en el
dechado de virtudes que todo suegra/suegro quiere recibir en casa. Si nos presenta el hijo dorado de la familia
somos esa puta reventada y si es la niñita de los ojos de papá, ese sucio vago
semi delincuente que no tiene donde caerse muerto. Maravilloso.
A lo largo
de mi vida he sido pasto propicio de esos prejuicios. Me han mirado con desconfianza (muchos lo siguen
haciendo), a la espera de que muestre la
hilacha, pise el palito, me quite
la careta, y otra sarta de clichés por el estilo. No importa que por años uno haya sido una
persona tranquila, bastante solitaria, que trata de trabajar responsablemente
para proveerse su sustento y el de su entorno mientras que en paralelo lucha
por mantener su vocación artística, desarrollarla y difundirla a fuerza de
pulmón y sin ningún tipo de apoyo externo.
Poco importa que no hayan evidencias ni de juergas continuas, ni abusos
varios de lo que sea, ni deudas perpetuas que generen un séquito de acreedores
amenazantes.
No, no importa la realidad,
importa el mito: los artistas son raros, no se puede confiar en ellos. En cualquier momento salta la perdiz. Hay que desconfiar siempre de ellos y
vigilarlos con cuidado. Y, en lo
posible, evitarlos a toda costa.
Y ya
que estamos, resulta fácil justificar la desconfianza que genera en ser un ente
oscuro y extraño de malas costumbres y vicios elocuentes al que hay que evitar
para que no nos corrompa. Podemos
apreciar su trabajo, hasta admirar su quehacer en cierto punto, pero siempre
manteniendo la distancia. No sea que
resulte contagioso.
Dado que
por lo general el artista es naturalmente un solitario, esa distancia impuesta
en forma recíproca más que una molestia es un alivio. Y esa distancia es la que permite que se nos
atribuya responsabilidad sobre todos los males del mundo, atribución que por lo
general no nos molestamos en rebatir.
¿Para qué?
Que no nos sobra el tiempo, que
vivimos trabajando en el mundo real –para subsistir- y en nuestro mundo ideal –para
vivir-. Que llevar una doble vida no deja margen para tonterías.
Y que quizá
seamos de todos los seres del planeta los que no necesitamos sustancias químicas
para alucinar, ya que vivimos en un inconmovible estado de alucinación crónica. Personalmente puedo ver –sin esfuerzo ni
dificultad- espaldas voluptuosas horadadas por arcadas y puertas y costas de mapas
antiguos subiendo como enredaderas por largas piernas de personas desnuda a mi
alrededor en cualquier momento y en cualquier lugar.
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