jueves, 13 de noviembre de 2014


Cuatrocientos noventa y ocho.  Esta es la entrada cuatrocientos noventa y ocho, según me indica la página de estadísticas de Blogger.  Qué lo parió!, diría el Mendieta de Fontanarrosa.  Casi quinientas…

   Quién hubiera dicho (definitivamente, no yo) que este asunto de escribir un blog iba a mantenerme interesada durante tanto tiempo.  Comenzó como casi todo en mi vida: o por una apuesta o por llevar la contraria.  Ya estaba harta de que me insistiera en poner sello de agua a mis obras cuando las subía a internet para evitar su utilización sin resguardar mi autoría.  Pero él tiene esa inconmovible tendencia a reiterarse si con eso logra fastidiarme.
-Al menos centralizalas en un blog personal, todas en un mismo sitio donde conste tu propiedad intelectual sobre ellas.  Si en algún momento hay que intimar a alguien por su uso indebido, podemos  probar tu titularidad sobre la imagen desde una fecha cierta- me sugirió como contraoferta al odioso sello de agua.  Por supuesto que me pareció un disparate todavía mayor. Protesté con la evidencia:
-Apenas uso internet, fuera del mail no le presto demasiada atención.  Me aburre.  Además, no tengo tiempo.

-Pero llevás un diario personal.  Es lo mismo.
   Sí, claro.  Siempre llevé diarios, desde la escuela primaria.  Él no debería saberlo, pero cuando uno se conoce desde la adolescencia hay cosas que se  comentan sin conciencia de que años después se utilizarán en nuestra contra.  Mis diarios, escritos en cuadernos Gloria cuadriculados, son mi  terapia autogestionada y  un vicio de exorcización de odios y frustraciones que me han permitido conservar hasta la fecha lo más próximo a una estabilidad emocional y una seudo salud mental a las que puedo aspirar dado mis antecedentes. 
 
 
   Él argumentó que no podía costarme mucho escribir  en un blog con el mismo criterio que lo hacía en mi diario, con la misma periodicidad y agregando las imágenes de mis obras para resguardarla.  Insistí en que no era lo mismo, que "íntimo" era incompatible con "internet",  y debatimos el punto hasta que llegamos a la fase apuesta: yo lo intentaría durante un mes y si no lograba sostenerlo (o me lo bloqueaban o censuran, como ya me había pasado hacía añares con MySpace, donde algunas fotografías de mis cuadros apenas duraron dos meses hasta que la catalogaron pornografía y las bajaron) él me dejaba en paz y lo del sello de agua no volvía a mencionarse. 

   O él tenía  fe en mi propensión a escribir o confiaba en mi necesidad obsesiva de comunicar –aunque sea íntimamente- mis ideas; lo cierto es que se salió con la suya.  Empecé este blog y acá estoy, en la entrada 498.
 
   Diré que, sin embargo, sigue molestándome con las fotos.  No aprueba (como si siquiera tuviera derecho a opinar al respecto) que suba imágenes fragmentadas de mis obras.  Según él debería mantener intactas las imágenes, sin manipularlas ni superponerlas de ningún modo.  Como estáticas reproducciones de catálogo. 
    Antes le respondía que la primera vez que vi a la Gioconda fue en una lata de dulce de batata y que esa es la principal  imagen que conservaré en mi memoria, porque cuando estuve en el Louvre no pude ni acercarme obstaculizada por una ruidosa nube de orientales con enormes cámaras fotográficas. Lo que importa es la obra, no dónde ni cómo la muestres.
   Antes trataba de que entendiera que si mis obras son mías (como lo son) con sus imágenes soy la única que puede hacer lo que me viene en ganas (lo que hago).  Antes.  Ahora, directamente, ya no le hablo.  De algún modo si entro en discusiones con él acabo siempre enredándome y de un modo que no preveo termino haciéndole caso.  Cuatrocientas noventa y ocho veces...
 
 
 

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