Cuatrocientos
noventa y ocho.
Esta es la entrada cuatrocientos noventa y ocho, según me indica la
página de estadísticas de Blogger. Qué lo parió!, diría el Mendieta de Fontanarrosa. Casi quinientas…
Quién
hubiera dicho (definitivamente, no yo) que este asunto de escribir un blog iba
a mantenerme interesada durante tanto tiempo.
Comenzó como casi todo en mi vida: o por una apuesta o por llevar la
contraria. Ya estaba harta de que me
insistiera en poner sello de agua a mis obras cuando las subía a internet para
evitar su utilización sin resguardar mi autoría. Pero él tiene esa inconmovible tendencia a
reiterarse si con eso logra fastidiarme.
-Al
menos centralizalas en un blog personal, todas en un mismo sitio donde conste
tu propiedad intelectual sobre ellas. Si
en algún momento hay que intimar a alguien por su uso indebido, podemos probar tu titularidad sobre la imagen desde
una fecha cierta- me sugirió como contraoferta al odioso
sello de agua. Por supuesto que me
pareció un disparate todavía mayor. Protesté con la evidencia:
-Apenas
uso internet, fuera del mail no le presto demasiada atención. Me aburre.
Además, no tengo tiempo.
-Pero
llevás un diario personal. Es lo mismo.
Sí, claro.
Siempre llevé diarios, desde la escuela primaria. Él no debería saberlo, pero cuando uno se
conoce desde la adolescencia hay cosas que se
comentan sin conciencia de que años después se utilizarán en nuestra
contra. Mis diarios, escritos en cuadernos
Gloria cuadriculados, son mi terapia autogestionada y un vicio de exorcización de odios y
frustraciones que me han permitido conservar hasta la fecha lo más próximo a una
estabilidad emocional y una seudo salud mental a las que puedo aspirar dado mis
antecedentes.
Él
argumentó que no podía costarme mucho escribir
en un blog con el mismo criterio que lo hacía en mi diario, con la misma
periodicidad y agregando las imágenes de mis obras para resguardarla. Insistí en que no era lo mismo, que "íntimo" era incompatible con "internet", y debatimos
el punto hasta que llegamos a la fase apuesta: yo lo intentaría durante un mes
y si no lograba sostenerlo (o me lo bloqueaban o censuran, como ya me había
pasado hacía añares con MySpace, donde algunas fotografías
de mis cuadros apenas duraron dos meses hasta que la catalogaron pornografía y
las bajaron) él me dejaba en paz y lo del sello de agua no volvía a
mencionarse.
O él tenía fe
en mi propensión a escribir o confiaba en mi necesidad obsesiva de comunicar
–aunque sea íntimamente- mis ideas; lo cierto es que se salió con la suya. Empecé este blog y acá estoy, en la entrada
498.
Diré que, sin embargo, sigue molestándome con las
fotos. No aprueba (como si siquiera
tuviera derecho a opinar al respecto) que suba imágenes fragmentadas de mis
obras. Según él debería mantener
intactas las imágenes, sin manipularlas ni superponerlas de ningún modo. Como estáticas reproducciones de
catálogo.
Antes le respondía que la
primera vez que vi a la Gioconda fue
en una lata de dulce de batata y que esa es la principal imagen que conservaré en mi memoria, porque
cuando estuve en el Louvre no pude
ni acercarme obstaculizada por una ruidosa nube de orientales con enormes
cámaras fotográficas. Lo que importa es la obra, no dónde ni cómo la muestres.
Antes trataba de que entendiera que si mis obras son mías
(como lo son) con sus imágenes soy la única que puede hacer lo que me viene en
ganas (lo que hago). Antes. Ahora, directamente, ya no le hablo. De algún modo si entro en discusiones con él acabo
siempre enredándome y de un modo que no preveo termino haciéndole caso. Cuatrocientas noventa y ocho veces...
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