viernes, 28 de noviembre de 2014

   Ser artista en Buenos Aires (ser artista sin galería, ni art-dealer, ni representante bajo la denominación que esté de moda, ni nada de nada más que una obstinada buena voluntad de ser artista).

Capítulo II:  La Obra: su concepción, evolución y desarrollo.
                II. b) El simbolismo individual en la obra.  El código críptico personal del artista.


     A lo largo de los años el trabajo de un artista va adquiriendo personalidad propia, una característica única,  que la identifica y diferencia del resto.  O eso es a lo que cualquier artista aspira. La meta de lograr ese sello distintivo moviliza gran parte del desarrollo de la obra a lo largo de toda la vida.

   Probablemente, los artistas de formación académica son conscientes de esta búsqueda y racionalizan sobre ella: “usaré una paleta restringida a los azules de pigmentos fríos”, “fragmentaré el soporte para repetir dos veces la imagen y que toda mi elaboración sea siempre dual”, “usaré sólo basura en la composición de mis trabajos”, “guardaré animalitos muertos en formol, total el público es idiota y consume cualquier cosa”, u otra idea base que permita ir edificando un “yo” artístico señero que patentice la marca personal del artista.
 
   Los autodidactas solemos enterarnos de que esa identidad existe quizá, con suerte, unos veinte años después de estar dedicándonos a hacer dibujitos y enchastrar bastidores.  Ahí, nos sentamos a mirar y a analizar nuestras obras y a decantar coincidencias y permanencias.  A veces vemos que hay un hilo conductor y otras veces no, y es bastante probable que la cuestión no nos quite el sueño.  


    Las imágenes y los colores, la disposición y el juego estético propuesto por cada artista que de un modo u otro se reiteran o reinterpretan con continuidad en sus obras, constituyen un código simbólico -inconsciente- con el que el artista se expresa.  Diga lo que diga, algo trascendente o una vulgaridad.  Pero es un lenguaje y aunque resulte insustancial está trasmitiendo un mensaje.

    El autor de las pinturas rupestres de Altamira estaba contando la cotidianidad de su comunidad.  A sus contemporáneos tal mensaje les era absolutamente sencillo y hasta pueril.  Hoy, a la distancia, tenemos gracias a él y su código simbólico  la posibilidad de conocer documentadamente sobre los orígenes comunes de la humanidad.  La obra de los dibujantes del antiguo Egipto permitió reseñar costumbres que de otro modo ignoraríamos.  Picasso en el Guernica simbolizó el dolor y el espanto  palpable en el aire que él respiraba en tiempos de la guerra que le tocó atravesar.   

   Sospecho que es pura arrogancia de los artistas que, a falta de talento y de ganas de trabajar duro para suplirlo, se autodenominan “conceptuales” ese mito de que el “mensaje” que trasmite el artista es difícil de entender para el común de la gente.  Ese argumento casi de secta sólo busca la seguridad de pertenecer a un grupo de iniciados que los resguarde de la realidad de sus limitaciones, demasiado visibles de otra forma.

   En esta línea de razonamiento, el código simbólico del artista es absolutamente simple de analizar.  Teniendo en cuenta su origen (la cultura heredada, la formación educativa de su lugar de pertenencia, la influencia de su entorno socio-económico) la decodificación de significancias se mueve dentro de los parámetros del sentido común.  El consabido ser con su circunstancia.  Por eso, me han dicho, que lo que diferencia a un artista verdadero de quién no lo es, es su autenticidad, la posibilidad de comprender su obra sin necesidad de discurso sofisticado que lo explique.  Será fácil entender su mensaje.  Hablará en un idioma –simbólico- que es naturalmente el suyo; y una vez que se  lo conoce es lógico de entender.

  
   Quizá  el artista debería desentenderse intelectual y conscientemente de su “código”, dejar que se conforme sólo.  Limitarse a la honestidad de ser, y siendo en autenticidad su obra no podrá no conformarse  libre de imposturas.  Como cuando Dalí aseguraba que él no sabía lo que significaban sus pinturas pero que algo significaban, significaban.  Al tiempo y apreciada en conjunto, su obra habla con una contundencia que no requiere demasiado esfuerzo para entender.


  Cuando alguien  me pregunta que significa alguna de mis obras, suelo responder con honestidad  “Nada en particular”.  Después acostumbro a detenerme a señalar los pequeños detalles que más disfruté en hacer, lo que considero más logrado o lo que más me complicó la vida o creo mal acabado.  Sé que tras esas confidencias la persona mira la obra de otra manera y elabora un significado propio,  habiendo comprobado que la artista no es muy profunda y que  sólo estaba divirtiéndose en la creación por la creación misma (lo que es indiscutiblemente así).  ¿Estoy dando un mensaje con eso?  Espero que sí; mi esencia pura de ratón de biblioteca quiere creer que está diciendo a cualquiera que mira mi trabajo:  ¿qué ves?  ¿qué te recuerda?  ¿qué te está diciendo a vos, personalmente a vos, exclusivamente a vos, que en este juego de obra/espectador sos la parte más importante de la ecuación?  Yo estoy al margen, ya me divertí; ahora jueguen ustedes dos...




1 comentario:

  1. Te felicito: interesante visualmente y expresando honestidad de pensamiento en los comentarios.

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