Ser artista en Buenos Aires (ser artista sin
galería, ni art-dealer, ni representante bajo la denominación que esté de moda,
ni nada de nada más que una obstinada buena voluntad de ser artista).
Capítulo
II: La Obra: su concepción, evolución y
desarrollo.
II. b) El simbolismo individual en la
obra. El código críptico personal del
artista.
A lo largo
de los años el trabajo de un artista va adquiriendo personalidad propia, una característica única, que la identifica y diferencia del
resto. O eso es a lo que cualquier
artista aspira. La meta de lograr ese sello distintivo moviliza gran parte del
desarrollo de la obra a lo largo de toda la vida.
Probablemente, los artistas de formación académica son conscientes de
esta búsqueda y racionalizan sobre ella: “usaré
una paleta restringida a los azules de pigmentos fríos”, “fragmentaré el soporte para repetir dos
veces la imagen y que toda mi elaboración sea siempre dual”, “usaré sólo basura en la composición de mis
trabajos”, “guardaré animalitos
muertos en formol, total el público es idiota y consume cualquier cosa”, u otra idea base que permita ir edificando un “yo” artístico señero que
patentice la marca personal del artista.
Los
autodidactas solemos enterarnos de que esa identidad existe quizá, con suerte,
unos veinte años después de estar dedicándonos a hacer dibujitos y enchastrar bastidores. Ahí, nos sentamos a mirar y a analizar
nuestras obras y a decantar coincidencias y permanencias. A veces vemos que hay un hilo conductor y otras veces no, y es bastante probable que la cuestión no nos quite el sueño.
Las
imágenes y los colores, la disposición y el juego estético propuesto por cada
artista que de un modo u otro se reiteran o reinterpretan con continuidad en
sus obras, constituyen un código simbólico -inconsciente- con el que el artista se expresa. Diga lo que diga, algo trascendente o una
vulgaridad. Pero es un lenguaje y aunque
resulte insustancial está trasmitiendo un mensaje.
El autor de
las pinturas rupestres de Altamira estaba contando la cotidianidad de su
comunidad. A sus contemporáneos tal mensaje les era absolutamente sencillo y hasta pueril. Hoy, a la distancia, tenemos gracias a él y
su código simbólico la posibilidad de conocer documentadamente sobre
los orígenes comunes de la humanidad. La
obra de los dibujantes del antiguo Egipto permitió reseñar costumbres que de
otro modo ignoraríamos. Picasso en el
Guernica simbolizó el dolor y el espanto palpable en el aire que él respiraba en
tiempos de la guerra que le tocó atravesar.
Sospecho que es pura arrogancia
de los artistas que, a falta de talento y de ganas de trabajar duro para
suplirlo, se autodenominan “conceptuales” ese mito de que el “mensaje” que
trasmite el artista es difícil de entender para el común de la gente. Ese argumento casi de secta sólo busca la
seguridad de pertenecer a un grupo de iniciados que los resguarde de la
realidad de sus limitaciones, demasiado visibles de otra forma.
En esta
línea de razonamiento, el código simbólico del artista es absolutamente simple de
analizar. Teniendo en cuenta su origen
(la cultura heredada, la formación educativa de su lugar de pertenencia, la
influencia de su entorno socio-económico) la decodificación de significancias
se mueve dentro de los parámetros del sentido común. El consabido ser con su circunstancia. Por eso, me han dicho, que lo que diferencia
a un artista verdadero de quién no lo es, es su autenticidad, la posibilidad de
comprender su obra sin necesidad de discurso sofisticado que lo explique. Será fácil entender su mensaje. Hablará en un idioma –simbólico- que es
naturalmente el suyo; y una vez que se lo conoce es lógico de entender.
Quizá el artista debería desentenderse intelectual y conscientemente de su “código”, dejar que se conforme
sólo. Limitarse a la honestidad de ser,
y siendo en autenticidad su obra no podrá no conformarse libre de imposturas. Como cuando Dalí aseguraba que él no sabía lo que significaban sus pinturas pero que
algo significaban, significaban. Al tiempo
y apreciada en conjunto, su obra habla con una contundencia que no requiere
demasiado esfuerzo para entender.
Cuando
alguien me pregunta que significa alguna de mis obras, suelo
responder con honestidad “Nada en particular”. Después acostumbro a detenerme a señalar los
pequeños detalles que más disfruté en hacer, lo que considero más logrado o lo
que más me complicó la vida o creo mal acabado. Sé que tras esas confidencias la persona mira la obra
de otra manera y elabora un significado propio,
habiendo comprobado que la artista no es muy profunda y que sólo estaba divirtiéndose en la creación por
la creación misma (lo que es
indiscutiblemente así). ¿Estoy dando
un mensaje con eso? Espero que sí; mi esencia
pura de ratón de biblioteca quiere creer que está diciendo a cualquiera que
mira mi trabajo: ¿qué ves? ¿qué te recuerda? ¿qué te está diciendo a vos, personalmente a
vos, exclusivamente a vos, que en este juego de obra/espectador sos la parte
más importante de la ecuación? Yo estoy al margen, ya me divertí; ahora jueguen ustedes dos...
Te felicito: interesante visualmente y expresando honestidad de pensamiento en los comentarios.
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