sábado, 29 de noviembre de 2014


   Ser artista en Buenos Aires (ser artista sin galería, ni art-dealer, ni representante bajo la denominación que esté de moda, ni nada de nada más que una obstinada buena voluntad de ser artista).

Capítulo II:  La Obra: su concepción, evolución y desarrollo.
                II. c) El desarrollo aparentemente disruptivo de la obra.


     Para un artista, el desarrollo de su obra (como constante expresión creativa) es algo para toda la vida.  Y el “para toda la vida” es un concepto insoportablemente asfixiante.  Uno no quiere algo “para toda la vida”, salvo la vida misma, y hasta ahí.

   El agobio de perpetua pertenencia a algo hace que por mecanismo reflejo uno quiera huir de ese eterno destino.  Por eso se da en los artistas esa marcha y contramarcha, esa lucha de querer y no querer ser, las famosas “dudas existenciales”, esas “búsquedas personales”, esos presuntos “conflictos de identidad”.  Se trata de puro pánico ante un compromiso que realmente será hasta que la muerte lo acabe.  Si uno cae en las redes del arte es para siempre.  Sin escapatoria.  Nada de “serás lo que debas ser sino serás abogado”.  El arte no acepta compromisos parciales ni aleatorios al éxito con cláusula de rescisión por fracaso eventual.

   Y como en toda relación a perpetuidad, el aburrimiento es la más habitual de las constantes.  El artista se aburre de su obra, de su propia insistencia en ella y de su inevitable destino de obstinación en continuarla.  

    Uno machaca sobre algo hasta el dominio y la satisfacción, pero cuando se acerca a la meta ya está aburrido de darle y darle a lo mismo.  Entonces uno se dispersa, quiere una variación sólo por receso al hastío, y pretende buscar y experimentar alternativas, lo que sea para un fugaz cambio y un recupero de fuerzas antes de volver al redil y darle que darle a lo mismo.

    No se trata de “perpetua insatisfacción” sino de compromiso a avanzar buscando una superación, ya que no se puede el "para siempre" si no se evoluciona.  La meta es siempre indefinida y siempre está adelante, sin plazo ni apuro en alcanzarla, porque invariablemente estará más allá de donde lleguemos hasta que ya no podamos llegar a más y una vez muertos se pueda corroborar hasta donde nos dio el pellejo y cuál fue el real mérito y valía de nuestra obra.


    Al voluntariamente aceptar un compromiso de tal exigencia de lealtad, el artista sabe que sus desviaciones, sus correrías, sus dispersiones, sólo serán transitorios escapes para juntar fuerzas, unas vacaciones laicas, que se permite con la misma convicción de que su obra es y será la única razón de su existencia.  Lo que desde afuera se ve como bordar el abismo, experimentar el delirio, jugar con la salud mental en los excesos, es sólo un recreo inocente.  Un impass antes de volver al ruedo.

    Nada habrá de impedir el regreso, pero la escapada es imprescindible.  El tedio se parece a una zona de confort y el artista que permite que la comodidad gane espacio en su trabajo se desvía del camino, pierde la esencia de su labor.  Siempre hay que buscar.  Siempre hay que correr riesgos.  Siempre hay que batallar contra los límites para abrir espacio entre lo imposible y lo prohibido y alcanzar lo auténtico.



   Soy un ser disperso, errático, demasiado curioso e inconformista.  Un ser voluble que encuentra  escusas en su afición a la literatura y su pasión por los libros para escaparse de a ratos de un destino ineludible vinculado al arte.  

   Pude (puedo) dedicarme a cualquier otra cosa. Siempre tuve más opciones de las necesarias.  Es más, mi entorno aplaudiría con gusto mi apartamiento de las inutilidades del arte para la aplicación de mis neuronas en exclusiva a tareas más productivas y redituables.  A veces pierdo el tiempo y me distraigo en otras cosas, por generar dinero con el que pagar las cuentas o por complacer a alguien que circunstancialmente me interese complacer.  Pero vuelvo, siempre vuelvo.  Porque no hay otro amante al que le sea más fiel que al arte y a su promesa de quizá, alguna vez, acariciar aunque sea con las puntitas de los dedos algo de su magia y crear una obra que merezca  perdurar cuando se acabe mi tiempo en este juego.  

   El arte nos promete inmortalidad y en esa posibilidad  va nuestra postura “para toda la vida”.




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