Por
qué dedicarse al arte. Decálogo
Mitológico.
Mito 7. “Porque
los artistas consiguen mecenas o galeristas que los mantengan de por vida, sin
tener nunca que trabajar. Una vida fácil”.
Conste que no lo digo como un
desmérito o como queja, simplemente señalo una realidad. El artista que quiere exponer tiene que pagar
para hacerlo. Si quiere que su obra
viaje a una muestra internacional, paga valores altos que cubren el pasaje del
galerista o dealer; si el artista quiere
participar en algunos concursos, paga arancel por cada obra que postula. Nadie mantiene al artista, el artista
mantiene a la mayoría de los participantes de este mercado.
Se pagan los materiales.
Se pagan vidrios y enmarcados,
pies y soportes diversos.
Se pagan los cursos, talleres
o seminarios.
Se paga cuando se pretende la
valoración de un crítico o entendido.
Se paga muchísimo si se quiere
que la crítica se publique en un medio especializado.
Se paga la folletería o
catálogos que se distribuyen en las exhibiciones.
Se paga honorarios al historiador o curador que uno pretende coordine la
muestra o firme el catálogo.
Se paga para participar en
ferias y bienales.
Se paga cuando se quiere el
acceso a una muestra en galerías.
Se paga la bebida y la comida del
vernissage. Se paga el mozo y el
alquiler de la vajilla si uno quiere copas de vidrio (todas iguales).
Se paga la gestión de
prensa.
Se paga cualquier aviso de
difusión del evento.
Se paga ab-so-lu-ta-men-te
todo.“Consultoría para artistas y gestores culturales.
Actualmente
al artista y al gestor cultural se les exige tener excelentes conocimientos del
uso de herramientas y procedimientos que usualmente no están relacionados de
una manera directa con la labor creativa: cómo solicitar una subvención o una
beca, redactar un statement, diseñar y elaborar contenidos adecuados para su
página web, redactar un proyecto y un portfolio apropiado a dicha propuesta,
manejar eficazmente su perfil en las redes sociales, estar al tanto de las
oportunidades que continuamente se publican, elaborar presupuestos y conocer la
normativa respecto a subvenciones, etc.
Acelerador
de artistas ofrece asesoría personalizada a artistas y gestores que deseen
optimizar resultados y reducir así el tiempo que dedican a estas actividades.”
http://www.aceleradordeartistas.es/
Cuando los
gurúes que ahora invaden el ámbito del arte hablan de la necesidad de “branding”,
que en mi época era hacer conocer la obra y ahora es posicionamiento del artista como marca, las pautas a aplicar – la estrategia- pueden resumirse como gastar
mucho, pero mucho-mucho dinero en prensa
y publicidad. Dinero que obviamente
tiene que poner ¿quién? ¡el
artista!.
No se trata
ya de mandar alguna obra a un concurso (salvo los premios nacionales, la
mayoría organizados por entidades privadas aquí en Baires cobran arancel por
cada obra presentada, suma no restituible si no se pasa la preselección) sino
de manejar las influencias necesarias y lograr la presión social para que en
ese concurso reciba algún premio y aparezca el mérito reproducido en prensa
gráfica, medios audiovisuales y en las redes sociales.
Las
campañas de prensa y la intervención de los relacionistas públicos es esencial
en esta tarea (o eso me explican). La
campaña de prensa (cara, se paga al agente y se paga los espacios en algunos
medios) implica hacer llegar a referentes comunicacionales la existencia del
artista y su participación en tal o cual evento o, en su caso, su muestra
individual. Muchas veces para lograr
acceso al medio en sí hay que previo contratar publicidad que cuanto más importante
el medio es más onerosa por segundo o centímetro impreso. Luego tratar de llegar a los referentes
(periodistas, animadores) enviándoles el dossier de prensa (caro también,
elaborado para la ocasión, con fotografías de alta calidad tomadas por fotógrafos
profesionales -que ha de pagar el artista- aplicadas sobre papel de alto gramaje
satinado) con alguna “atención” particular hacia el destinatario como para motivarlo
a darle prioridad al comentario dentro de su hoja de ruta.
Por su
parte, el relacionista público (si es de los buenos, es decir, con contactos
prestigiosos, sus honorarios van en igual proporción ascendente) se encargará
de que el artista sea invitado a determinados eventos fashion o sociales donde suelen pulular fotógrafos y periodistas
del corazón. Ahí no se hablará de arte
pero será reproducido en alguna foto con alguien y en el epígrafe respetivo aparecerá
su nombre. Pertenecer al ambiente de los
“mediáticos” o “celébrities” y ser popularmente asociado con ellos es la
antesala de la gloria.
Pero como
no se puede descuidar ningún flanco, también hay que tratar de que las
publicaciones de arte cubran la actividad del artista. Entonces habrá que contratar a un
crítico para que redacte alguna gacetilla inintelegible que se publicará en una
revista de inexistente tirada (se compra el espacio por página y uno se ocupa
de que la revista se distribuya entre su grupo de interés) o si el crítico en
cuestión trabaja para un diario o revista de tirada masiva el elevado honorario
del crítico implicará que aparezca publicado en el medio en el que labora en algún
momento. Si uno pretende una fecha
cercana al evento en cuestión deberá pagar un plus. Si quiere elegir la fecha deberá contratar
también un caro aviso publicitario en el medio en cuestión que traerá como
“yapa” el cuidado de que la crítica se publique cuando más convenga.
Si se trata
de una muestra individual, el relacionista insistirá en que se contrate algunas
caras conocidas para que acudan al vernissage y el agente de prensa pagará a
los fotógrafos free lance que habitualmente proveen a las revistas de cotilleo para que el
artista y el mediático que cobró la presencia aparezcan sonrientes y glamorosos
frente a alguna de las obras expuestas.
Y si hubiera
aun más dinero puede comprarse espacio en alguna de las revistas que salen con
los diarios del domingo para que reseñe –con calculado tono de noticia- el evento.
Esta gestión
de “branding”, no hace falta aclarar,
cuesta una auténtica fortuna, fortuna que nadie pone salvo el artista que tenga ese
dinero por sí, ya sea de haberlo heredado, de haber vendido un riñón o haberse
robado un banco. Ninguna galería pone
ese dinero. No conozco ningún mecenas
desinteresado amante del arte que lo haya hecho tampoco.
Ser artista
es caro y si encima se quiere jugar este juego del marketing hay que contar con
una cantidad suficiente para poder mantener a todos los “consultores” que revolotean alrededor como auténticas moscas
carroñeras. Hay demasiada gente que
quiere vivir de los artistas. Y,
lamentablemente, hay mucha que lo logra.
Lo
considero una de las reglas de este juego, pero trato de seleccionar en qué
invierto.
Sí pago por
una sala o por un espacio si el evento me parece interesante (por ejemplo,
comprar una pared o un metraje específico en una feria de arte –como fue Mirá o en la Bienal de Buenos Aires-). Si pago por una página en catálogo de eventos
en los que participo, porque es una forma de que la obra se vea más allá de la
muestra. Sí pago por entrar a
algún concurso cuya competitividad me parece interesante para medir la
aceptación de mi trabajo. Sí pago por
ingresar mi obra en algún libro o publicación seria especializada porque creo
que eso permite darse a conocer entre pares.
No pago por crítica, no pago por publicidad, y jamás pagaría para traer actores o
modelitos a mis muestras ni por aparecer abrazada a nadie en una foto de
revista de peluquería.
El mito de
que vendrá ese “descubridor” a
invertir por uno, a generar el reconocimiento y a pagar todo lo necesario para
que nuestra carrera despegue y se nos reconozca nuestro –presunto- talento es
un cuento de hadas tan parecido a Cenicienta
que hasta me da vergüenza pensar que alguien crea que esto pueda tener viso
de verdad.
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