jueves, 6 de noviembre de 2014


Por qué dedicarse al arte.  Decálogo Mitológico.

Mito 7.  “Porque los artistas consiguen mecenas o galeristas que los mantengan de por vida, sin tener nunca que trabajar.  Una vida fácil”.

 
   Mito absoluto.  No sólo no existen “mecenas” disponibles sino que los que hay (llámense como se llamen hoy: art-dealer, curador, promotor cultural, galerista, etcéteras varios) viven de los artistas, no los mantienen.

   Conste que no lo digo como un desmérito o como queja, simplemente señalo una realidad.  El artista que quiere exponer tiene que pagar para hacerlo.  Si quiere que su obra viaje a una muestra internacional, paga valores altos que cubren el pasaje del galerista o dealer;  si el artista quiere participar en algunos concursos, paga arancel por cada obra que postula.  Nadie mantiene al artista, el artista mantiene a la mayoría de los participantes de este mercado.

   Se pagan los materiales.

   Se pagan vidrios y enmarcados, pies y soportes diversos.
   Se pagan los cursos, talleres o seminarios. 

   Se paga cuando se pretende la valoración de un crítico o entendido.
   Se paga muchísimo si se quiere que la crítica se publique en un medio especializado.    

   Se paga la folletería o catálogos que se distribuyen en las exhibiciones.
   Se paga honorarios al historiador o curador que uno pretende coordine la muestra o firme el catálogo.

    Se paga para participar en ferias y bienales. 
    Se paga cuando se quiere el acceso a una muestra en galerías. 

   Se paga la bebida y la comida del vernissage.  Se paga el mozo y el alquiler de la vajilla si uno quiere copas de vidrio (todas iguales).
   Se paga la gestión de prensa. 

   Se paga cualquier aviso de difusión del evento. 
   Se paga ab-so-lu-ta-men-te todo.

 
   En los últimos tiempos, con el furor del marketing para artistas, el arts consulting, se pretende que el artista pague hasta para armar su curriculum a fin de enviarlo a una postulación de beca o residencia.  ¿Exagero?  Yo recibo muchos mails de este tipo:


“Consultoría para artistas y gestores culturales.
 Actualmente al artista y al gestor cultural se les exige tener excelentes conocimientos del uso de herramientas y procedimientos que usualmente no están relacionados de una manera directa con la labor creativa: cómo solicitar una subvención o una beca, redactar un statement, diseñar y elaborar contenidos adecuados para su página web, redactar un proyecto y un portfolio apropiado a dicha propuesta, manejar eficazmente su perfil en las redes sociales, estar al tanto de las oportunidades que continuamente se publican, elaborar presupuestos y conocer la normativa respecto a subvenciones, etc. 

Acelerador de artistas ofrece asesoría personalizada a artistas y gestores que deseen optimizar resultados y reducir así el tiempo que dedican a estas actividades.”


http://www.aceleradordeartistas.es/


 
  Cuando los gurúes que ahora invaden el ámbito del arte hablan de la necesidad de “branding”, que en mi época era hacer conocer la obra y ahora es posicionamiento del artista como marca, las pautas a aplicar – la estrategia- pueden resumirse como gastar mucho, pero mucho-mucho  dinero en prensa y publicidad.  Dinero que obviamente tiene que poner ¿quién?  ¡el artista!.  

  No se trata ya de mandar alguna obra a un concurso (salvo los premios nacionales, la mayoría organizados por entidades privadas aquí en Baires cobran arancel por cada obra presentada, suma no restituible si no se pasa la preselección) sino de manejar las influencias necesarias y lograr la presión social para que en ese concurso reciba algún premio y aparezca el mérito reproducido en prensa gráfica, medios audiovisuales y en las redes sociales.

   Las campañas de prensa y la intervención de los relacionistas públicos es esencial en esta tarea (o eso me explican).  La campaña de prensa (cara, se paga al agente y se paga los espacios en algunos medios) implica hacer llegar a referentes comunicacionales la existencia del artista y su participación en tal o cual evento o, en su caso, su muestra individual.  Muchas veces para lograr acceso al medio en sí hay que previo contratar publicidad que cuanto más importante el medio es más onerosa por segundo o centímetro impreso.  Luego tratar de llegar a los referentes (periodistas, animadores) enviándoles el dossier de prensa (caro también, elaborado para la ocasión, con fotografías de alta calidad tomadas por fotógrafos profesionales -que ha de pagar el artista- aplicadas sobre papel de alto gramaje satinado) con alguna “atención” particular hacia el destinatario como para motivarlo a darle prioridad al comentario dentro de su hoja de ruta.

  Por su parte, el relacionista público (si es de los buenos, es decir, con contactos prestigiosos, sus honorarios van en igual proporción ascendente) se encargará de que el artista sea invitado a determinados eventos fashion o sociales donde suelen pulular fotógrafos y periodistas del corazón.  Ahí no se hablará de arte pero será reproducido en alguna foto con alguien y en el epígrafe respetivo aparecerá su nombre.  Pertenecer al ambiente de los “mediáticos” o “celébrities” y ser popularmente asociado con ellos es la antesala de la gloria.

   Pero como no se puede descuidar ningún flanco, también hay que tratar de que las publicaciones de arte cubran la actividad del artista.  Entonces habrá que contratar a un crítico para que redacte alguna gacetilla inintelegible que se publicará en una revista de inexistente tirada (se compra el espacio por página y uno se ocupa de que la revista se distribuya entre su grupo de interés) o si el crítico en cuestión trabaja para un diario o revista de tirada masiva el elevado honorario del crítico implicará que aparezca publicado en el medio en el que labora en algún momento.  Si uno pretende una fecha cercana al evento en cuestión deberá pagar un plus.  Si quiere elegir la fecha deberá contratar también un caro aviso publicitario en el medio en cuestión que traerá como “yapa” el cuidado de que la crítica se publique cuando más convenga. 

   Si se trata de una muestra individual, el relacionista insistirá en que se contrate algunas caras conocidas para que acudan al vernissage y el agente de prensa pagará a los fotógrafos  free lance que habitualmente proveen a las revistas de cotilleo para que el artista y el mediático que cobró la presencia aparezcan sonrientes y glamorosos frente a alguna de las obras expuestas.   

  Y si hubiera aun más dinero puede comprarse espacio en alguna de las revistas que salen con los diarios del domingo para que reseñe –con calculado  tono de noticia- el evento.
 
  Esta gestión de “branding”, no hace falta aclarar, cuesta una auténtica fortuna, fortuna que nadie  pone salvo el artista que tenga ese dinero por sí, ya sea de haberlo heredado, de haber vendido un riñón o haberse robado un banco.  Ninguna galería pone ese dinero.  No conozco ningún mecenas desinteresado amante del arte que lo haya hecho tampoco. 

   Ser artista es caro y si encima se quiere jugar este juego del marketing hay que contar con una cantidad suficiente para poder mantener a todos los “consultores” que revolotean alrededor como auténticas moscas carroñeras.  Hay demasiada gente que quiere vivir de los artistas.  Y, lamentablemente, hay mucha que lo logra.

 
   Como todos (o como todo artista que sea honesto) he puesto plata en distintos momentos, a distintas personas y en distinta proporción, para poder mover mi obra.  Muy, pero muy pocas cosas logré hacer algo sin poner dinero. 

   Lo considero una de las reglas de este juego, pero trato de seleccionar en qué invierto. 

   Sí pago por una sala o por un espacio si el evento me parece interesante (por ejemplo, comprar una pared o un metraje específico en una feria de arte –como fue Mirá o en la Bienal de Buenos Aires-).  Si pago por una página en catálogo de eventos en los que participo, porque es una forma de que la obra se vea más allá de la muestra.  Sí pago por entrar a algún concurso cuya competitividad me parece interesante para medir la aceptación de mi trabajo.  Sí pago por ingresar mi obra en algún libro o publicación seria especializada porque creo que eso permite darse a conocer entre pares.

   No pago por crítica, no pago por publicidad, y jamás pagaría para traer actores o modelitos a mis muestras ni por aparecer abrazada a nadie en una foto de revista de peluquería.
 
 
   El mito de que vendrá ese “descubridor” a invertir por uno, a generar el reconocimiento y a pagar todo lo necesario para que nuestra carrera despegue y se nos reconozca nuestro –presunto- talento es un cuento de hadas tan parecido a Cenicienta que hasta me da vergüenza pensar que alguien crea que esto pueda tener viso de verdad. 


 

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