sábado, 22 de noviembre de 2014


   Intermezzo etílico


  “Las claves básicas de un vino, su cepaje principal e incluso si está recién hecho o lleva años guardado en la botella, pueden ser detectados sin tamaña ciencia ni demasiado esfuerzo por quien prueba vinos con alguna frecuencia.

  En la copa, a un tinto joven se lo ve de un rojo vivo homogéneo mientras que en los bordes de otro bien antiguo se advierten tonos marrones más pálidos; los Pinot Noir tienen un color claret bien reconocible; los carmesíes de un Merlot son más livianos que los lacre de un Malbec; un Tannat es siempre oscuro, casi negro.

  En la boca, es normal que un vino joven presente asperezas, astringencias, en tanto que en los añejados predominan los sabores suaves y aterciopelados; en el paladar de un Cavernet Sauvignon hay aristas duras que el Merlot no tiene.  Al Merlot uno lo siente más frívolo y bien amable; al Syrah, sensitivo, sensual y más carnoso; al Malbec, corpulento, con tendencia a llenar bien la boca.

   Usted dirá que son matices difíciles de captar; y en efecto, es así nomás: no es fácil.  Pero sí posible.  Infelizmente, esos datos identificatorios eran más nítidos y perceptibles hace diez o quince años, cuando los wine markers sabían mucho menos que ahora sobre antocianos, polifenoles, taninos y métodos sofisticados de vinificación.  Hoy en cambio todos dominan el know-how de cómo hacer (y lo hacen) un Merlot austero y grave tipo Cabernet, y un Pinot Noir tan púrpura violáceo como cualquier Tannat.  Lo que todavía no consiguen es que un tinto joven tenga la elegancia y el terciopelo de otro antiguo, con quince años redondeándose en la estiba.

   La pregunta es ¿para qué sirve descubrir a simple vista y primer buche si un tinto es Cabernet, Syrah, Malbec, viejo o de cosecha nueva?  Sirve, sirve, es clave.  Porque un vino siempre se descorcha y se degusta para acompañar debidamente a un sabor o plato de comida, y entonces un Merlot al que elegimos por Merlot es razonable demandar que se comporte como tal y no como Cabernet, ponele.  Debe ser light, extrovertido y frivolito como siempre fueron y deben seguir siendo los Merlot; y no cejijunto, pienseroso y conclusivo como es temperancia y costumbre de los Cabernet.

   Así como el trabajo adecuado de la viña estimula en cada planta la intensidad y singularidad de sus racimos, el mayor anhelo de una vinificación virtuosa es atraer esos racimos hacia vinos que mantengan bien nítidos y muy claros sus perfiles varietales.  Establecen de este modo con el consumidor relaciones inequívocas, basadas en que éste es éste y se comporta así, y el otro es otro y se manifiesta acá.  No hay apetencias de complejidad o fashion de concentración o marketing exportador que justifique desdibujar estas diversidades.”  

Miguel Brascó  Pasarla bien – Claves básicas del vino  Editorial Sudamericana S.A. Buenos Aires 2006, pág. 27-28.


    Encontré ayer este librito en una mesa de saldos editoriales  en el local de El Libertador sobre calle Corrientes al desproporcionadamente bajo precio de diez pesos (menos de un dólar a cambio promedio).  Una joyita deliciosa, no sólo por la grata sabiduría de Brascó –que lamentablemente se nos murió a principio de este año pero que afortunadamente nos vivió 87 magníficos años y nos dejó legado escrito de su indiscutible saber vivir-  sino por ese estilo literario que no puede no poner de buen humor al lector.  Yo estoy desde ayer saboreando alegremente la magia del Merlot “light, extrovertido y frivolito” y del Cabernet “cejijunto, pienseroso y conclusivo”, comprendiendo mi preferencia por un Syrah “sensitivo, sensual y más carnoso”, atributos con los que me identifico.


   Y por esa lógica de las casualidades a la que adhiero con fe, encuentro en este texto el justificativo intelectual a mi reciente pérdida de tiempo (que no tengo) en confeccionar una mesita para apoyar la copa de vino que suelo disfrutar por las noches tumbada en el sofá intentando encontrar en la televisión algún sentido a su existencia (que no sea Los Simpson).




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