sábado, 8 de noviembre de 2014

Por qué dedicarse al arte.  Decálogo Mitológico.
Mito 9.   “Porque si sos artista tenés una vida de glamour,  llena de fiestas y eventos de lujo y fastuosidad.”



  Nadie que conozca a una persona dedicada al arte puede aplicar a ella –con justicia-  la palabra “glamour”.  Los artistas por necesidad profesional tendemos al desorden y a la mugre.  He conocido muchos talleres (si el mío no me bastara para dar la medida), y puedo elaborar una larga lista de calificativos en la cual ni limpio ni ordenado ni elegante ni siquiera prolijo van a estar incluidos.


  Los artistas, en líneas generales, tampoco tendemos a vestirnos bien ya que no nos resulta lógico gastar demasiado en ropa que no va a sobrevivir nuestra pasión.  Solemos ensuciarla con pintura.  Yo limpio el pincel en los muslos de mis pantalones (es un logro, hubo un tiempo en que inconscientemente me llevaba el pincel a la boca para afinarlo; con la acuarela no hay problema pero con el óleo que diluyo en kerosene es otra historia…).

   Y debe ser por esta escasa relación con la haute couture que probablemente cuando salimos de nuestro santuario –nuestro taller- para asistir a una inauguración o muestra solemos vestirnos “pintorescamente” (que ciertamente no es lo mismo que “glamoroso”).  Carecemos de sentido de la moda.  Vestimos lo que ha sobrevivido a las manchas (y eso, cuando nos damos cuenta).


  Junto con la nula tendencia fashion nuestra capacidad de sociabilización y nuestro círculo de amistades están un poco por afuera de las “fiestas” de elite en las que el imaginario popular suele incluirnos.  La Fábrica de Warhol no se extendió a este siglo.  Con el deterioro general de la cultura, los artistas nos hemos vistos desplazados a lo más bajo de la escala zoológica y por fuera del listado de los VIP.

   Ha habido –sobre todo en Buenos Aires, de lo que puedo explayarme como atento testigo presencial- un desfasaje completo del rango de importancia entre los participantes de la llamada “cultura popular”. 

   Antes se convertía en referente cultural al que hacía algo: un escritor, un talentoso actor, un artista reconocido,  un músico de vanguardia controversial.  Ahora el centro de la escena la ocupan muchachitas con siliconas excesivas y tangas de cola-less a la vista, cuyo mayor mérito es haber atrapado a uno de los nuevos semidioses: ¡un jugador de fútbol!  Con todo respeto a los que se pierden por el fútbol, pero hemos convertido en ídolos todo terreno  a muchachos que no han completado la secundaria y cuya definición de libro es esa cosa pesada que en la escuela le exigían llevar en la mochila sin saber nunca para qué.

   Nuestra infancia es educada en la convicción de que el éxito absoluto y la meta de la vida perfecta  ha de ser que lo fichen para Boca –si es varón- o lucirse en el baile del caño en cierto programa de TV –si se es una niña o un varón sin habilidades deportivas-.  Hasta los políticos que aspiran a gobernadores – y, horror de horrores,  tal vez algún día a presidente- hacen ostentación de estas mujercitas plásticas con pasado de striptease y book de prostitución de lujo.  Hasta se casan con ellas en ridículas ceremonias públicas  para conseguir prensa masiva con la que subir en la encuestas de intención.  


  El glamour y las fiestas suntuosas han quedado reservadas para este tipo de celebridades. Ya no para los artistas.  Lamentablemente, nuestros actuales referentes culturales ignoran quién fue Lorenzo el Magnífico y sus antológicas veladas:

“-Bienvenido al palacio, Miguel Ángel- le dijo Contessina-.  Mi padre dice que debe ser desde ahora como otro miembro de la familia. (…)

  Miguel Ángel contempló a los comensales a medida que fueron presentándose.  Mientras la orquesta tocaba Un cavaliere de Spagna, hicieron su aparición en pequeños grupos, como cortesanos que asistiesen a una recepción real: Lucrezia, la hija de Lorenzo, con su esposo, Jacopo Salviati; los primos segundos de Il Magnifico, Giovanni y Lorenzo de Medici, a quienes su primo había criado y educado cuando quedaron huérfanos; el prior Bichiellini, brillante rector de la Orden Agustina de la iglesia de Santo Spirito, donde se hallaban las bibliotecas que pertenecieran a Boccaccio y Petrarca; Giuliano de Sangallo, que había diseñado la exquisita villa de Poggio, en Caiano; el duque de Milán, en viaje a Roma con su séquito; el embajador del sultán de Turquía; dos cardenales de España; familias reinantes de Bolonia, Ferrara y Arezzo; miembros de la Signoria de Florencia; un emisario del Dux de Venecia; profesores de la Universidad de Bolonia; prósperos comerciantes de la ciudad y sus esposas; hombres de negocios llegados de Atenas, Pekín, Alejandría, Londres y otras importantes ciudades.  Todos ellos acudían a presentar sus saludos al dueño de casa.

   Contessina lo mantenía informado sobre la identidad de todos ellos, conforme llegaban.  Aquél era Demetrius Chalcondyles, presidente de la Academia Pública de Griego, fundada por Lorenzo, y coeditor de la primera edición impresa de Homero; Vespasiano da Bisticci, famoso biógrafo y coleccionista de manuscritos raros, que abastecía a las bibliotecas del extinto papa Nicolás V.  Alessandro Sforza, el conde Worcester y los Medici; los eruditos ingleses Thomas Linacre y William Grocyn, que estudiaban con Poliziano y Chalcondyles en la Academia Platón, de Lorenzo; Johann Reuchlin, el humanista alemán y discípulo de Pico della Mirandola; el monje Fray Mariano, para quien Lorenzo había construido un monasterio diseñado por Giuliano da Sangallo, un emisario que acababa de llegar con la noticia del fallecimiento de Matías de Hungría, admirador del filósofo-príncipe Lorenzo de Medici.” 

 Irving Stone, La Agonía y el Éxtasis Emecé Editores S.A  para  Diario El País, Madrid 2005 Pág. 92/93.


  El artista va a contrapelo de la tendencia actual de todo es show, todo es ahora, rápido e intrascendente,  cuanto más superficial mejor: se digiere sin tener que masticar.  Todo es el instante, el escándalo y la emoción, la inmediatez del mensaje simple e intrascendente, para enseguida a pasar a otra cosa, otro instante, otra estúpida novedad  de efímera inutilidad.

“Si tú lo deseas, divina ignorante,
Seré analfabeto, que acaso es mejor,
Mientras te acaricio con mi mano errante
Y mi libertina sapiencia de amor.

Si tú lo deseas, divina ignorante.

Seamos inmorales si es nuestro deseo,
Igual que dos monos en pleno erotismo;
La vergüenza puede marcharse a paseo;
Si nos juzgan cínicos o no, me es lo mismo.

Seamos inmorales si es nuestro deseo.

Pero nunca hablemos de literatura.
¡Al diablo lectores y al cuerno editores!
Gocemos el triunfo de la carne impura
Echando al olvido pacatos pudores.

Y no hablemos nunca de literatura.

Paul Verlaine, Canciones para ella - XVIII  (fragmento), Editorial Mundo Latino, Madrid 1922   pág. 55/56


  El arte exige pensar, por eso no encajamos en la realidad pasatista e idiotizante actual.  Ciertamente, no estamos a la cabeza de ninguna lista de invitados.  Ya no formamos parte esencial de nada.





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