Por
qué dedicarse al arte. Decálogo
Mitológico.
Mito 9. “Porque si sos artista tenés una vida de glamour, llena de fiestas y eventos de
lujo y fastuosidad.”
Nadie que
conozca a una persona dedicada al arte puede aplicar a ella –con justicia- la palabra “glamour”. Los artistas por necesidad profesional
tendemos al desorden y a la mugre. He conocido
muchos talleres (si el mío no me bastara para dar la medida), y puedo elaborar una
larga lista de calificativos en la cual ni limpio
ni ordenado ni elegante ni siquiera prolijo van
a estar incluidos.
Los
artistas, en líneas generales, tampoco tendemos a vestirnos bien ya que no nos
resulta lógico gastar demasiado en ropa que no va a sobrevivir nuestra pasión. Solemos ensuciarla con pintura. Yo limpio el pincel en los muslos de mis
pantalones (es un logro, hubo un tiempo en que inconscientemente me llevaba el
pincel a la boca para afinarlo; con la acuarela no hay problema pero con el
óleo que diluyo en kerosene es otra historia…).
Y debe ser
por esta escasa relación con la haute couture que probablemente
cuando salimos de nuestro santuario –nuestro taller- para asistir a una
inauguración o muestra solemos vestirnos “pintorescamente”
(que ciertamente no es lo mismo que “glamoroso”). Carecemos de sentido de la moda. Vestimos lo que ha sobrevivido a las manchas
(y eso, cuando nos damos cuenta).
Junto con la
nula tendencia fashion nuestra
capacidad de sociabilización y nuestro círculo de amistades están un poco por
afuera de las “fiestas” de elite en
las que el imaginario popular suele incluirnos.
La Fábrica de Warhol
no se extendió a este siglo. Con el
deterioro general de la cultura, los artistas nos hemos vistos desplazados a lo
más bajo de la escala zoológica y por fuera del listado de los VIP.
Ha habido –sobre
todo en Buenos Aires, de lo que
puedo explayarme como atento testigo presencial- un desfasaje completo del
rango de importancia entre los participantes de la llamada “cultura popular”.
Antes se convertía en referente cultural al
que hacía algo: un escritor, un talentoso actor, un artista reconocido, un músico de vanguardia controversial. Ahora el centro de la escena la ocupan
muchachitas con siliconas excesivas y tangas de cola-less a la vista, cuyo
mayor mérito es haber atrapado a uno de los nuevos semidioses: ¡un jugador de
fútbol! Con todo respeto a los que se
pierden por el fútbol, pero hemos convertido en ídolos todo terreno a muchachos que no han completado la
secundaria y cuya definición de libro es esa cosa pesada que en la escuela le
exigían llevar en la mochila sin saber nunca para qué.
Nuestra infancia es educada en la convicción
de que el éxito absoluto y la meta de la vida perfecta ha de ser que lo fichen para Boca –si es varón- o lucirse en el
baile del caño en cierto programa de TV –si se es una niña o un varón sin
habilidades deportivas-. Hasta los
políticos que aspiran a gobernadores – y, horror de horrores, tal vez algún día a presidente- hacen
ostentación de estas mujercitas plásticas con pasado de striptease y book de
prostitución de lujo. Hasta se casan con ellas en ridículas ceremonias públicas para conseguir prensa masiva con la que subir en la encuestas de
intención.
El glamour y
las fiestas suntuosas han quedado reservadas para este tipo de celebridades. Ya
no para los artistas. Lamentablemente,
nuestros actuales referentes culturales
ignoran quién fue Lorenzo el Magnífico
y sus antológicas veladas:
“-Bienvenido
al palacio, Miguel Ángel- le dijo Contessina-.
Mi padre dice que debe ser desde ahora como otro miembro de la familia.
(…)
Miguel Ángel contempló a los comensales a
medida que fueron presentándose.
Mientras la orquesta tocaba Un
cavaliere de Spagna, hicieron su
aparición en pequeños grupos, como cortesanos que asistiesen a una recepción
real: Lucrezia, la hija de Lorenzo, con su esposo, Jacopo Salviati; los primos
segundos de Il Magnifico, Giovanni y Lorenzo de Medici, a quienes su primo
había criado y educado cuando quedaron huérfanos; el prior Bichiellini,
brillante rector de la Orden Agustina de la iglesia de Santo Spirito, donde se
hallaban las bibliotecas que pertenecieran a Boccaccio y Petrarca; Giuliano de
Sangallo, que había diseñado la exquisita villa de Poggio, en Caiano; el duque
de Milán, en viaje a Roma con su séquito; el embajador del sultán de Turquía;
dos cardenales de España; familias reinantes de Bolonia, Ferrara y Arezzo;
miembros de la Signoria de Florencia; un emisario del Dux de Venecia;
profesores de la Universidad de Bolonia; prósperos comerciantes de la ciudad y
sus esposas; hombres de negocios llegados de Atenas, Pekín, Alejandría, Londres
y otras importantes ciudades. Todos
ellos acudían a presentar sus saludos al dueño de casa.
Contessina lo mantenía informado sobre la
identidad de todos ellos, conforme llegaban.
Aquél era Demetrius Chalcondyles, presidente de la Academia Pública de
Griego, fundada por Lorenzo, y coeditor de la primera edición impresa de Homero;
Vespasiano da Bisticci, famoso biógrafo y coleccionista de manuscritos raros,
que abastecía a las bibliotecas del extinto papa Nicolás V. Alessandro Sforza, el conde Worcester y los
Medici; los eruditos ingleses Thomas Linacre y William Grocyn, que estudiaban
con Poliziano y Chalcondyles en la Academia Platón, de Lorenzo; Johann
Reuchlin, el humanista alemán y discípulo de Pico della Mirandola; el monje
Fray Mariano, para quien Lorenzo había construido un monasterio diseñado por
Giuliano da Sangallo, un emisario que acababa de llegar con la noticia del
fallecimiento de Matías de Hungría, admirador del filósofo-príncipe Lorenzo de
Medici.”
Irving Stone, La Agonía y el Éxtasis Emecé Editores S.A para Diario
El
País, Madrid 2005 Pág. 92/93.
El artista
va a contrapelo de la tendencia actual de todo
es show, todo es ahora, rápido e intrascendente, cuanto más superficial mejor: se digiere sin
tener que masticar. Todo es el instante,
el escándalo y la emoción, la inmediatez del mensaje simple e intrascendente, para
enseguida a pasar a otra cosa, otro instante, otra estúpida novedad de efímera inutilidad.
“Si
tú lo deseas, divina ignorante,
Seré
analfabeto, que acaso es mejor,
Mientras
te acaricio con mi mano errante
Y
mi libertina sapiencia de amor.
Si
tú lo deseas, divina ignorante.
Seamos
inmorales si es nuestro deseo,
Igual
que dos monos en pleno erotismo;
La
vergüenza puede marcharse a paseo;
Si
nos juzgan cínicos o no, me es lo mismo.
Seamos
inmorales si es nuestro deseo.
Pero
nunca hablemos de literatura.
¡Al
diablo lectores y al cuerno editores!
Gocemos
el triunfo de la carne impura
Echando
al olvido pacatos pudores.
Y
no hablemos nunca de literatura.
Paul
Verlaine, Canciones para ella - XVIII (fragmento), Editorial
Mundo Latino, Madrid 1922 pág. 55/56
El arte
exige pensar, por eso no encajamos en la realidad pasatista e idiotizante
actual. Ciertamente, no estamos a la
cabeza de ninguna lista de invitados. Ya
no formamos parte esencial de nada.
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