Ser artista en Buenos Aires (ser artista sin
galería, ni art-dealer, ni representante bajo la denominación que esté de moda,
ni nada de nada más que una obstinada buena voluntad de ser artista).
Capítulo
I: Organizar un prolijo cronograma de
exhibiciones de la obra.
I.c) Criterio para optar por una
galería (o sucedáneo) que nos represente.
Sería mucho
más descansado para el artista que esto de mover la obra lo hiciera nuestro
representante, ya sea galerista, o artdealer o promotor cultural o como se
quiera llamar. Muy cómodo.
Lo único que no me termina de convencer es que, probablemente, este hipotético representante no le ponga al asunto la misma atención
que le pongo yo. ¿Prejuicio? Probablemente. ¿Sentido común? Por ahí
andará la cosa. ¿Mera economía
práctica? Seguramente. El galerista vive de ser galerista y nosotros
hemos comprobado después de más de treinta años abocada a esto que no genero
ningún ingreso con mis cosas, así que ¿de qué viviremos el galerista y yo?.
Por el
contrario, siendo escrupulosamente honestos, no sólo no “generamos” ingresos
con el arte sino que “gastamos en exceso”
en perseverar en esta obstinación. Pintar es caro. Entonces, ¿sería justo que el galerista pierda su tiempo -tiempo que es dinero- con
nosotros? Parecería que no, aunque de
cualquier manera el galerista no lo va a
hacer gratis: nos va a cobrar por ello.
Pero también es claro que no le vamos a pagar en tal proporción que no
necesite hacer otra cosa y que lo nuestro sea su suculenta y exclusiva manutención
todo terreno. No. Obviamente el galerista tendrá a varios
artistas a los que moverá de aquí para allá y le dedicará a todos el mismo
interés e ímpetu en forma prorrateada.
Pero,
además, el galerista no tiene por qué creer ciegamente en nuestra gloria
futura. Podrá “sospecharla” o dejarse conmover por nuestra insana fe, pero como
comerciante que es (recordemos: el
galerista es un tendero) se basará en las evidencias: si se vende es
bueno si no se vende no. Yo llevo muchos
años viviendo conmigo misma, podré caerle simpática pero no voy a convertirme
en la niñita de sus ojos ni en el repentino objeto del deseo de compra compulsiva
de la humanidad.
Ahí es
cuando uno se dice (bastante resignado):
para pagarle a alguien que va a hacer menos de lo que hago yo -y con mucha
menos convicción-, sigo remándola sola.
Mal, a los tropezones, hundiéndome de a poquito de tanto hacer agua por
las juntas, pero sabiendo que cada
moneda que gasto en mi carrera va a
mi carrera. Deprimente, agotador y
desesperante. Muy triste si se
quiere. Pero las cosas son así. ¿Por qué
habría alguien de creer en mí y poner toda su vida al servicio de que mi obra crezca,
se difunda y se consagre hacia la posteridad?
Supongo que yo tampoco lo haría por nadie, digamos por un flautista
talentoso que dice estar a la altura de un Mozart. Seré pragmática, pero es así.
Me
engaño pensando que cuando esté muerta (pensamiento ya de por si tan deprimente
como todo lo anterior) que quién se haya quedado con mis cosas ponga un empeño
similar al mío para deshacerse subiendo los precios de los bártulos que le haya
legado. O no: heredaré a alguien sensato
que sepa que ya terminó la (patética) función y que mejor es prenderle fuego a
la escenografía. Borrar todo rastro de
esta sinrazón.
Pero volviendo al punto, ¿con que
criterio debería uno elegir una galería para delegarle la acción de
posicionarnos en el mercado del arte? Supongo que se debería priorizar en
el proceso de selección:
uno) que no nos cobre nada a nosotros -imposible, no hay de
esas-;
dos) que crea en el valor de lo que hacemos con la misma íntima
convicción que tenemos nosotros -tampoco hay, hasta donde sé el delirio no
se contagia por contacto-;
tres) que se dedique en exclusiva al desarrollo de nuestra obra
con la misma ciega y plena pasión que lo hacemos nosotros -no hay ni habrá:
el galerista tiene que vivir del arte, cosa que nosotros nunca hemos aprendimos
a hacer-.
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