viernes, 21 de noviembre de 2014

   Ser artista en Buenos Aires (ser artista sin galería, ni art-dealer, ni representante bajo la denominación que esté de moda, ni nada de nada más que una obstinada buena voluntad de ser artista).

Capítulo I:  Organizar un prolijo cronograma de exhibiciones de la obra.
          I.c) Criterio para optar por una galería (o sucedáneo) que nos represente.


  Sería mucho más descansado para el artista que esto de mover la obra lo hiciera nuestro representante, ya sea galerista, o artdealer o promotor cultural o como se quiera llamar.  Muy cómodo.

    Lo único que no me termina de convencer es que, probablemente, este hipotético representante no le ponga al asunto la misma atención que le pongo yo.  ¿Prejuicio?  Probablemente.  ¿Sentido común?  Por ahí andará la cosa.  ¿Mera economía práctica?  Seguramente.  El galerista vive de ser galerista y nosotros hemos comprobado después de más de treinta años abocada a esto que no genero ningún ingreso con mis cosas, así que ¿de qué viviremos el galerista y yo?.

   Por el contrario, siendo escrupulosamente honestos, no sólo no “generamos” ingresos con el arte  sino que “gastamos en exceso” en perseverar en esta obstinación. Pintar es caro.  Entonces, ¿sería justo que el galerista pierda su tiempo -tiempo que es dinero- con nosotros?  Parecería que no, aunque de cualquier manera el galerista no lo va a hacer gratis: nos va a cobrar por ello.  Pero también es claro que no le vamos a pagar en tal proporción que no necesite hacer otra cosa y que lo nuestro sea su suculenta y exclusiva manutención todo terreno.  No.  Obviamente el galerista tendrá a varios artistas a los que moverá de aquí para allá y le dedicará a todos el mismo interés e ímpetu en forma prorrateada. 

   Pero, además, el galerista no tiene por qué creer ciegamente en nuestra gloria futura.  Podrá “sospecharla” o dejarse conmover por nuestra insana fe, pero como comerciante que es (recordemos: el galerista es un tendero) se basará en las evidencias: si se vende es bueno si no se vende no.  Yo llevo muchos años viviendo conmigo misma, podré caerle simpática pero no voy a convertirme en la niñita de sus ojos ni en el repentino objeto del deseo de compra compulsiva de la humanidad.


    Ahí es cuando  uno se dice (bastante resignado): para pagarle a alguien que va a hacer menos de lo que hago yo -y con mucha menos convicción-, sigo remándola sola.  Mal, a los tropezones, hundiéndome de a poquito de tanto hacer agua por las juntas,  pero sabiendo que cada moneda que gasto en mi carrera va a mi carrera.  Deprimente, agotador y desesperante.  Muy triste si se quiere.  Pero las cosas son así. ¿Por qué habría alguien de creer en mí y poner toda su vida al servicio de que mi obra crezca, se difunda y se consagre hacia la posteridad?  Supongo que yo tampoco lo haría por nadie, digamos por un flautista talentoso que dice estar a la altura de un Mozart.  Seré pragmática,  pero es así.


    Me engaño pensando que cuando esté muerta (pensamiento ya de por si tan deprimente como todo lo anterior) que quién se haya quedado con mis cosas ponga un empeño similar al mío para deshacerse subiendo los precios de los bártulos que le haya legado.  O no: heredaré a alguien sensato que sepa que ya terminó la (patética) función y que mejor es prenderle fuego a la escenografía.  Borrar todo rastro de esta sinrazón.
   

       Pero volviendo al punto, ¿con que criterio debería uno elegir una galería para delegarle la acción de posicionarnos en el mercado del arte?  Supongo que se debería priorizar en el proceso de selección:


uno) que no nos cobre nada a nosotros -imposible, no hay de esas-; 

dos) que crea en el valor de lo que hacemos con la misma íntima convicción que tenemos nosotros -tampoco hay, hasta donde sé el delirio no se contagia por contacto-; 

tres) que se dedique en exclusiva al desarrollo de nuestra obra con la misma ciega y plena pasión que lo hacemos nosotros -no hay ni habrá: el galerista tiene que vivir del arte, cosa que nosotros nunca hemos aprendimos a hacer-.  
   


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