Ser artista en Buenos Aires (ser artista sin
galería, ni art-dealer, ni representante bajo la denominación que esté de moda,
ni nada de nada más que una obstinada buena voluntad de ser artista).
Capítulo
I: Organizar un prolijo cronograma de
exhibiciones de la obra.
I.a) Pago de derechos o aranceles para
actividades (culturales) en el exterior.
Más allá de
la compleja logística del envío de obras al exterior, el artista huérfano de
representación y/o sponsors se enfrenta también a la dificultosa cuestión de
girar dinero fuera de las fronteras para cubrir el pago de aranceles, derechos
y honorarios varios.
Antes (antes
de la “década ganada” al sentido
común) uno podía hacer transferencias bancarias, giros postales o pagos a través
de Western Union. Y también era
posible a la inversa: si uno vendía fuera del país, el pago se concretaba por
esos mismos carriles lógicos (legales, racionales, de uso normal y habitual en cualquier
nación civilizada del mundo).
Hoy ya no
es posible ejercer en la Argentina el más básico principio del intercambio
comercial: pagar por vía documentada. Quedan como último recurso las tarjetas de crédito vía PayPal, pero ¿qué hacemos los artistas que no tenemos tarjetas de crédito, que
no calificamos para su acceso y que sensatamente no aspiramos a ellas?
Argentina, desde que tengo
edad de trabajar, es cíclica y constante en sus crisis económicas. Cuando uno vive de trabajar por cuenta propia
(esto es, sin un sueldo mensual seguro y literalmente ganando cada centavo con
el sudor de la frente y de otra partes sudorosas de la personal anatomía) se
aprende a ejercer un estricto control de las finanzas personales como cuestión
de supervivencia. Se adquiere el hábito
de no gastar lo que no se tiene. Y en
esa concepción de vida las “tarjetas de crédito” no tienen cabida.
Como
artista que se autoabastece y se sostiene y alienta en excluyente soledad,
invierto en mi carrera sólo lo que se que puedo invertir: ese resto que separé intencionalmente para ese fin. Ni más, ni menos; sin “crédito” posible. Se rompe el chanchito y lo que no hay no lo
habrá después. Así es que he llegado a la edad que tengo sin
necesidad de tarjetas ni de deudas
bancarias por intereses y gastos de emisión de resúmenes y renovación de
plásticos. Consecuencia: hoy estoy
materialmente aislada del resto del mundo.
No tengo manera de afrontar pagos en el exterior requeridos por
cualquier tipo de actividad cultural.
Nuevamente la pregunta es: ¿qué
daño hace el artista a su país al pretender participar con su obra en una feria
internacional?
¿O pagar un espacio de
difusión en un magazine de arte y decoración de base europea? (www.madeco-magazine.fr Edouard Richemond MaDéco Magazine edouard@madeco-magazine.fr)
¿O hacer un curso arancelado de asistencia virtual
sobre Curaduría de Arte y Tecnología? (Node Center- Estudios de Arte Online Oranienstr
24, Berlín 10999, Alemania info@nodecenter.org www.nodecenter.es )
¿O comprar un libro de la Morgan Library que cataloga su actual muestra
temporaria sobre miniaturas medievales? (The Crusader Bible: A Gothic
Materpiece http://www.themorgan.org/exhibitions/current)
¿Soy un “cipayo” por estas pretensiones? Puedo imaginarme a un montón de militantes enfervorizados
y agresivos gritándome que sí.
Hasta
hace poco me hubiera detenido a discutírselo (enfervorizada,
agresiva y a los gritos también). Ahora
entendí que habitamos dos dimensiones distintas (ellos en la desconocida) y que
nunca vamos a entendernos.
¿Qué le queda a los artistas atrapados en BAires en
esta coyuntura? La eterna historia de
este puerto: la contracultura pirata.
Contrabandear la vida cuando no te dejan vivirla por derecha.
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