Por
qué dedicarse al arte. Decálogo
Mitológico.
Si se buscan
definiciones, podría decirse que un
mito urbano es una leyenda o relato folklórico moderno, propagado de boca en
boca en las grandes urbes, y que dada la cercanía y confianza hacia la fuente
de transmisión directa uno tiende a darle plena credibilidad sin detenerse a un
mayor análisis.
Con
relación al arte en sí y a la vida del artista en particular existen multitud
de mitos urbanos que, como corresponden, son tenidos por verdades
incontrovertibles y hechos sobradamente probados. Y ante la pregunta de ¿por qué dedicarse al arte? es más que probable que la primera
respuesta que surja sea –pre-si-sa-men-te- de rango
mitológico.
Mito 1. “Porque
me va la vida bohemia del artista”.
Según dice Wikipedia (lugar mítico si los hay y a
dónde vamos a parar todos irremediablemente): “El tópico
bohemio muestra a un individuo, preferentemente varón, con vocación de
artista, de aspecto despreocupado, apariencia llamativa pero desordenada, ajeno
a las directrices de comportamiento, etiqueta, estética y obsesión material de
la sociedad tradicional, aspectos estos que el bohemio suele considerar superficiales
y, desde una perspectiva romántica, barreras para su libertad. En el
mejor de los casos, el bohemio defiende su permanencia en el mundo de las
ideas, el conocimiento, la creación artística, el enriquecimiento intelectual,
el interés por otras realidades o manifestaciones culturales.”
Una especie
de “dandi” cuya descripción labró Baudelaire para siempre: “El
dandi no aspira al dinero como a algo esencial;
tendría bastante con un crédito infinito; de buen grado deja esa trivial
pasión a los hombres vulgares. El
dandismo no es, como muchas personas poco reflexivas quieren creer, un exceso
de aseo y de elegancia material. Estas
cosas no son para el perfecto dandi más que un símbolo de la superioridad
aristocrática de su espíritu. (…) Es,
antes que nada, la necesidad ardiente de crearse una originalidad… (…) Es el
placer de sorprender y la satisfacción de no sorprenderse nunca.”
Charles Baudelaire, El pintor de la vida moderna,
1869 – Umberto Eco Historia de la
Belleza Editorial Lumen S.A. Milán
2004, pág. 334.
Hay una
variante del bohemio post flower power cuyo estereotipo es más hippie, con
cabellos largos y descuidados (o rastas al estilo jamaiquino), ropa holgada
colorinche y exaltación del consumo de drogas “amables”. Ya no son
exclusivamente “varones” y en las mujeres se propende al kitsch y a la falta de
maquillaje. Pero todas las variantes de
bohemia mantienen, como rasgo fijo, la indiferencia al dinero y ese aire genérico
de despreocupación. Un hacer como los
lirios del campo que no trabajan ni hilan…
Me temo que
la bohemia y las artes plásticas son de una incompatibilidad absoluta.
Hasta me
atrevería a afirmar que el arte en general -en cualquiera de sus manifestaciones-
requiere disciplina y rigor, dos requisitos que no veo como compatibilizar con
el desinterés, la dejadez y el rechazo de las normas establecidas. La teoría
del color, la proporción y la perspectiva para el dibujante, la gramática y la ortografía
para el escritor, el solfeo para el músico; hay reglas estructurales para
edificar una obra artística, y aun para violarlas intencionalmente primero hay
que conocerlas y dominarlas. La cosa
dejada y de relax narcótico contemplativo no concuerda con la lucha constante
del verdadero artista por la creación perfecta.
Pero
además, y me parece el punto central, pintar
es caro. Bastidores, tablas y láminas, lápices, pinceles, óleos y
acrílicos, mas todos los accesorios que
se pueda suponer (diluyentes, aceleradores de secado, barnices y lacas,
pigmentos sueltos para texturizar y los etcétera infinitos) implican una importante
inversión previa a la creación. Y después
los vidrios y enmarcados, los soportes o atriles, los traslados a sitios para su exhibición (y
su retiro para la vuelta al hogar) implican muchísimos gastos, todos ellos por demás
onerosos. Pintar es MUY caro.
Tal vez un poeta (en una hipótesis de laboratorio) sólo necesite una
servilleta de papel y una birome y pueda luego divulgar su creación parado en
la silla declamando a todo el auditorio del bar donde se emborracha
habitualmente. Pero esa receta (que también me suena a mito urbano) no es
aplicable a las artes plásticas.
Así que,
por muy pintoresco que sea para el ideario popular, la vida bohemia no es una
realidad factible para el pintor, ya que este tiene que trabajar (mucho) de lo
que sea para conseguir el dinero (mucho también) con el que comprar los materiales para poder
luego crear su obra. Y la plástica es
muy exigente a nivel técnico, requiere
horas y horas de trabajo a destajo antes de lograr un objetivo: uno puede leer y
memorizar todo un tratado de cómo hacer una veladura con óleo pero lograrla en
la práctica puede llevar añares de fracasos continuos. El artista NO TIENE TIEMPO para la bohemia; cuando cesa su trabajo “civil” -con
el que logra su sustento- sigue el robo de horas al sueño para poder trabajar
en su obra. No queda margen para la despreocupada vida bohemia...
Habrá
excepciones; habrá algún que otro privilegiado que pueda darse a una existencia
relajada, contando con fortuna suficiente para pintar cuando se le da la gana y
usar el resto del tiempo para defender su
permanencia en el mundo de las ideas, pero yo no he conocido a
ninguno. Diré que, por experiencia personal,
sé que los que nos dedicamos al arte por estos lados lo hacemos “de penalti”, robando horas al trabajo,
al sueño y a la vida social, acaparando el espacio que otros usan para juntarse
con familia o amigos para aislarnos en nuestros caballetes o en los tableros a
trazar líneas y empastar colores de manera escurridiza, tratando de que la
realidad no nos atrape.
La vida bohemia
de los artistas es un mito urbano que reviste (para los artistas) carácter de
chiste de mal gusto. Una falsa
afirmación que nos obliga a exclamar con añoranza: ¡¡¡Ojalá!!!