Estamos rodeados de estúpidos. Invadidos por ellos. Son Legión.
Hay diversas
clases, eso sí; aunque los efectos suelen ser similares a la hora de tratar de
sobrevivir a su cercanía.
Están los estúpidos naturales, esos que son
estúpidos por falta de capacidad o instrucción, cuya simpleza peca de honesta,
los que fueron concebidos sin el pecado original de la inteligencia. Son queribles, nos recuerdan la ingenuidad inmaculada
de la primera infancia; pueden causar daño si el destino los hace ocupar un
cargo público, pero por instinto los protegemos ya que son lo que podríamos
haber sido de haberse alineado las estrellas en nuestra contra.
Están los estúpidos puros y duros, los que
carecen de margen para comprender la estupidez.
Son tercos e inconmovibles, hacen alarde de su rotunda estupidez y la
imponen a como dé lugar. Jamás conciben
posibilidad alguna de error. Son
estúpidos talibanes de la estupidez. Su
fe, dogma y divinidad suprema es la Estupidez Soberana y propagan el proceder
estúpido como una forma de vivir que solo muta cuando se convierte en una forma
(estúpida) de morir. Son los que correr
picadas a la madrugada con autos que preparan esmeradamente durante semanas,
invirtiendo en ello el dinero que no aplican a pagar la cuota alimentaria de
esos hijos que dejan por ahí en virtud de su inquebrantable convicción de combatir con ferocidad el control de la natalidad ya que su dios regala esos hijos que nadie va a mantener, ni cuidar ni educar ni librar
del destino de estupidez que les aguarda.
Están los estúpidos ladinos, los que sospechan
de su propia estupidez y tratan de erradicarla destruyendo a los que
no son estúpidos para que, no habiendo con quién comparar, derogar ipso facto la
idea de estupidez. Son estúpidos
abusivos, que apelan a la fuerza bruta para imponerse, ya que sus pulsiones primitivas
son proporcionales a su falta de intelectualidad. Son malos de maldad básica. Quieren voluntariamente destruir. Su lema es que no crezca el pasto tras su
paso; son los que incendian aldeas, matan niños, ancianos y mujeres por pánico a lo diferente. Son los estúpidos que propenden al poder, los
que estructuran verticalmente partidos, sectas y gobiernos. Suelen llegar a la cima arrasando todo a su
alrededor. Nunca miden consecuencia y su
capacidad de odio es ilimitada.
Y después están los peores: los estúpidos domésticos, esos que se
cuelan bajo el disfraz de la intrascendencia, de su inofensiva constancia y
permanencia, esos que parecen parte del decorado hasta que se activan como una
bomba de tiempo. El estúpido doméstico
está ahí bajo el falso argumento de no interferir, de no querer imponerse ni dañarnos. Convivimos con ellos por error
de criterio, pensando que es posible, que se puede compartir el universo con los
estúpidos, cada uno en lo suyo, cada cual bajo su código, en una paz civilizada
bajo distintas éticas incompatibles. Pero no, el
estúpido es incapaz de respetar la idiosincrasia ajena a la estupidez. En algún momento se entromete, se interpone,
nos ataca y sólo se calma cuando logra nuestra completa destrucción. El estúpido doméstico sólo acepta mediocridad
en su entorno, quiere y exige todo a la altura de los zócalos. No sirve que uno le asegure que jamás tuvo la
intención de invitarlo a volar juntos, el estúpido dinamita las alas y el tren
de aterrizaje. El estúpido no puede
permitir ni la posibilidad de vuelo. El estúpido sólo sabe
igualar a su nivel.
No hay
defensa contra los estúpidos. Sólo cabe
huir y refugiarse. Pero están en todos
lados. Son demasiados. Parece por momentos una batalla perdida desde
antes de comenzar.
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