En una de sus cartas a su hermana Angélica, Victoria Ocampo dice: “…Ese mismo día, encontré en Nietzsche lo
que yo había sentido en Caen (uno se pregunta a veces por qué se mete a
escribir puesto que todo ha sido dicho)…” (Carta del 28 de Agosto de 1946, Hotel du Golf, Cartas a Angélica y otros, Editorial Sudamericana S.A. Buenos Aires 1997,
pág. 73).
Es
una verdad irrefutable el que ya está
todo dicho, y –encima- mucho mejor de lo que uno podría decirlo jamás.
La cuestión de la inutilidad del arte es, a
estas alturas, un asunto cerrado. Me
atrevo a creer que nadie podría redondear el tema mejor que Oscar Wilde:
“El artista es creador de belleza.
Revelar el arte y ocultar al artista es la meta del arte. (…) No
existen libros morales o inmorales. Los libros están bien o mal escritos. Eso
es todo. (…) La vida moral del hombre forma parte de los
temas del artista, pero la moralidad del arte consiste en hacer un uso perfecto
de un medio imperfecto. Ningún artista desea probar nada. (…) El vicio y la virtud son los materiales del
artista. Desde el punto de vista de la forma, el modelo de todas las artes es
el arte del músico. Desde el punto de vista del sentimiento, el modelo es el
talento del actor.
Todo arte es a la vez superficie y
símbolo. (…) Lo que en realidad refleja
el arte es al espectador y no la vida.
La diversidad de opiniones sobre
una obra de arte muestra que esa obra es nueva, compleja y que está viva.
Cuando los críticos disienten, el artista está de acuerdo consigo mismo.
A un hombre le podemos perdonar que
haga algo útil siempre que no lo admire. La única excusa para hacer una cosa
inútil es admirarla infinitamente.
Todo arte es completamente inútil.”
Oscar Wilde, Prefacio de El Retrato de Dorian Gray
Aunque ya me estoy contradiciendo a lo Whitman, porque tal vez estoy un poco
más cerca de Paul Auster y adhiero
definitivamente a su modo de decirlo:
“No sé por qué me dedico a esto. Si lo supiera, probablemente no tendría
necesidad de hacerlo. Lo único que puedo decir, y de eso estoy completamente
seguro, es que he sentido tal necesidad desde los primeros tiempos de mi
adolescencia. Me refiero a escribir, y en especial a la escritura como medio
para narrar historias, relatos imaginarios que nunca han sucedido en eso que
denominamos mundo real. Sin duda es una extraña manera de pasarse la vida:
encerrado en una habitación con la pluma en la mano, hora tras hora, día tras
día, año tras año, esforzándose por llenar unas cuartillas de palabras con
objeto de dar vida a lo que no existe, salvo en la propia imaginación. ¿Y por
qué se empeñaría alguien en hacer una cosa así? La única respuesta que se me ha
ocurrido alguna vez es la siguiente: porque no tiene más remedio, porque no
puede hacer otra cosa.
Esa necesidad de hacer, de crear, de inventar es sin duda un impulso
humano fundamental. Pero ¿con qué objeto? ¿Qué sentido tiene el arte, y en
particular el arte de narrar, en lo que llamamos mundo real? Ninguno que se me
ocurra; al menos desde el punto de vista práctico. Un libro nunca ha alimentado
el estómago de un niño hambriento. Un libro nunca ha impedido que la bala
penetre en el cuerpo de la víctima. Un libro nunca ha evitado que una bomba
caiga sobre civiles inocentes en el fragor de una guerra. Hay quien cree que
una apreciación entusiasta del arte puede hacernos realmente mejores: más
justos, más decentes, más sensibles, más comprensivos. Y quizá sea cierto; en
algunos casos, raros y aislados. Pero no olvidemos que Hitler empezó siendo
artista. Los tiranos y dictadores leen novelas. Los asesinos leen literatura en
la cárcel. ¿Y quién puede decir que no disfrutan de los libros tanto como el
que más?
En otras palabras, el arte es inútil, al menos comparado con, digamos,
el trabajo de un fontanero, un médico o un maquinista. Pero ¿qué tiene de malo
la inutilidad? ¿Acaso la falta de sentido práctico supone que los libros, los
cuadros y los cuartetos de cuerda son una pura y simple pérdida de tiempo?
Muchos lo creen. Pero yo sostengo que el valor del arte reside en su misma
inutilidad; que la creación de una obra de arte es lo que nos distingue de las
demás criaturas que pueblan este planeta, y lo que nos define, en lo esencial,
como seres humanos. Hacer algo por puro placer, por la gracia de hacerlo. (…)”
Paul Auster, discurso pronunciado al recibir el Premio
Príncipe de Asturias de las Letras año 2006.
Ya lo han dicho (muy bien) antes que yo, por
lo que sólo me limito a repetirlo: el arte es inútil. Lo que implica que los artistas somos
unos absolutos inútiles por estricto y lógico carácter transitivo.
Y también me limito sólo a repetir lo ya dicho
por Baudelaire:
“Ser
un hombre útil me ha parecido siempre una cosa repugnante.” Charles Baudelaire, Mi corazón al desnudo.
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