viernes, 24 de octubre de 2014


     En una de sus cartas a su hermana Angélica, Victoria Ocampo dice: “…Ese mismo día, encontré en Nietzsche lo que yo había sentido en Caen (uno se pregunta a veces por qué se mete a escribir puesto que todo ha sido dicho)…” (Carta del 28 de Agosto de 1946, Hotel du Golf, Cartas a Angélica y otros,  Editorial Sudamericana S.A. Buenos Aires 1997, pág. 73).

   Es una verdad irrefutable el que ya está todo dicho, y –encima- mucho mejor de lo que uno podría decirlo jamás.

   La cuestión de la inutilidad del arte es, a estas alturas, un asunto cerrado.  Me atrevo a creer que nadie podría redondear el tema mejor que Oscar Wilde:

   “El artista es creador de belleza.  Revelar el arte y ocultar al artista es la meta del arte.  (…)  No existen libros morales o inmorales. Los libros están bien o mal escritos. Eso es todo.  (…)  La vida moral del hombre forma parte de los temas del artista, pero la moralidad del arte consiste en hacer un uso perfecto de un medio imperfecto. Ningún artista desea probar nada. (…)  El vicio y la virtud son los materiales del artista. Desde el punto de vista de la forma, el modelo de todas las artes es el arte del músico. Desde el punto de vista del sentimiento, el modelo es el talento del actor.

Todo arte es a la vez superficie y símbolo. (…)  Lo que en realidad refleja el arte es al espectador y no la vida.

La diversidad de opiniones sobre una obra de arte muestra que esa obra es nueva, compleja y que está viva. Cuando los críticos disienten, el artista está de acuerdo consigo mismo.

A un hombre le podemos perdonar que haga algo útil siempre que no lo admire. La única excusa para hacer una cosa inútil es admirarla infinitamente.

Todo arte es completamente inútil.”

Oscar Wilde, Prefacio de El Retrato de Dorian Gray


    Aunque ya me estoy contradiciendo a lo Whitman, porque tal vez estoy un poco más cerca de Paul Auster y adhiero definitivamente a su modo de decirlo:

   “No sé por qué me dedico a esto. Si lo supiera, probablemente no tendría necesidad de hacerlo. Lo único que puedo decir, y de eso estoy completamente seguro, es que he sentido tal necesidad desde los primeros tiempos de mi adolescencia. Me refiero a escribir, y en especial a la escritura como medio para narrar historias, relatos imaginarios que nunca han sucedido en eso que denominamos mundo real. Sin duda es una extraña manera de pasarse la vida: encerrado en una habitación con la pluma en la mano, hora tras hora, día tras día, año tras año, esforzándose por llenar unas cuartillas de palabras con objeto de dar vida a lo que no existe, salvo en la propia imaginación. ¿Y por qué se empeñaría alguien en hacer una cosa así? La única respuesta que se me ha ocurrido alguna vez es la siguiente: porque no tiene más remedio, porque no puede hacer otra cosa.

   Esa necesidad de hacer, de crear, de inventar es sin duda un impulso humano fundamental. Pero ¿con qué objeto? ¿Qué sentido tiene el arte, y en particular el arte de narrar, en lo que llamamos mundo real? Ninguno que se me ocurra; al menos desde el punto de vista práctico. Un libro nunca ha alimentado el estómago de un niño hambriento. Un libro nunca ha impedido que la bala penetre en el cuerpo de la víctima. Un libro nunca ha evitado que una bomba caiga sobre civiles inocentes en el fragor de una guerra. Hay quien cree que una apreciación entusiasta del arte puede hacernos realmente mejores: más justos, más decentes, más sensibles, más comprensivos. Y quizá sea cierto; en algunos casos, raros y aislados. Pero no olvidemos que Hitler empezó siendo artista. Los tiranos y dictadores leen novelas. Los asesinos leen literatura en la cárcel. ¿Y quién puede decir que no disfrutan de los libros tanto como el que más?

   En otras palabras, el arte es inútil, al menos comparado con, digamos, el trabajo de un fontanero, un médico o un maquinista. Pero ¿qué tiene de malo la inutilidad? ¿Acaso la falta de sentido práctico supone que los libros, los cuadros y los cuartetos de cuerda son una pura y simple pérdida de tiempo? Muchos lo creen. Pero yo sostengo que el valor del arte reside en su misma inutilidad; que la creación de una obra de arte es lo que nos distingue de las demás criaturas que pueblan este planeta, y lo que nos define, en lo esencial, como seres humanos. Hacer algo por puro placer, por la gracia de hacerlo. (…)”

Paul Auster,  discurso pronunciado al recibir el Premio Príncipe de Asturias de las Letras  año 2006.


  Ya lo han dicho (muy bien) antes que yo, por lo que sólo me limito a repetirlo:  el arte es inútil.  Lo que implica que los artistas somos unos absolutos inútiles por estricto y lógico carácter transitivo. 

   Y también me limito sólo a repetir lo ya dicho por Baudelaire:

“Ser un hombre útil me ha parecido siempre una cosa repugnante.” Charles Baudelaire, Mi corazón al desnudo.


1 comentario:

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