Sobre
los estúpidos en el arte. Segunda Parte.
Hablábamos
de los estúpidos estereotipados
propaladores de todos los clichés y neologismos idiotas, los “galeristas
top”, o citando una reciente nota de La Nación, “estos
raros galeristas nuevos facilitadores de arte versión 3.0”
“Son
amistosos, "redsocialeros", de zapatillas, cero champagne, mucha
cerveza, cooperativos, informales, entusiastas... Tienen mayormente entre 30 y
40 años y son la nueva generación de galeristas. Egresados del Barrio Joven, ya
compiten en las grandes ligas de arteBA y en las ferias internacionales de
igual a igual con las galerías de siempre, pero tienen otro espíritu: huyen del
centro y los modelos tradicionales, se animan con galpones en ruinas y son
amigos de sus artistas. Puestos en el mapa, dejan libre la zona de Retiro y
Recoleta. Los caracteriza la divergencia: cada uno encuentra su receta para
huir de la crisis del modelo clásico del galerista de mostrador.”
Partamos del principio. Un galerista es un tendero. Y a mucha honra. Uno que vende objetos más sofisticados y
ciertamente no de primera necesidad, pero un tendero al fin y al cabo.
Y el ser determina el proceder:
el galerista debe tener una tienda, con un mínimo razonable de dignas paredes
donde exhibir su mercadería de modo que luzca apetecible al eventual espectador
(el “se animan
con galpones en ruinas” que
alega alegremente la periodista de La
Nación pone la piel de gallina a cualquiera que realmente haya intentado
colgar en una pocilga herrumbrosa, con goteras por ausencia de chapas en el
techo y mugre inerradicable como quien esto escribe). La tienda debe estar ubicada en un
emplazamiento de clase media-alta a alta y/o altísima, ya que -seamos honestos-
quien no tiene sus necesidades básicas satisfechas en su pared sin reboque fino
pegará a lo sumo una estampita de San Expedito o de La
Desatanudos.
Este
particular tendero debe saber vender el producto que tiene a cargo, utilizando
quizá un código levemente distinto al del carnicero o al vendedor de lencería,
pero hasta ahí, ya que todos han de prometer un disfrute al comprador. Al carnívoro un asado tierno, al voyeur un
espectáculo tentador, al comprador de arte un goce intelectual con reserva de
valor inversional -ya que quien desarrolla un gusto por las Bellas Artes suele
haber desarrollado en paralelo una educación por fuera de la curricula oficial del Ministerio
de Educación y una economía personal autosustentable que sabe lo que cuesta
y pretende preservar-.
El auténtico galerista debe SABER de qué se trata, ya que la improvisación no sirve en este
campo: el consumidor de arte sabe mucho también y no va a comprar sólo porque
lo enreden con palabras huecas de vanguardia snob. No es un comprador de autos usados ni de
imitaciones de La Salada. Apreciar y
comprar arte requiere cierto sustento personal, cierto grado de desarrollo
esmerado del alma. ¿Estoy elaborando una
argumentación elitista?
Seguramente. Pero el arte no es
para las masas. El arte quiere el crecimiento
personal de cada individuo para que el concepto de masa desaparezca. El arte pretende el desarrollo espiritual del
individuo, lo provoca, lo propende. El
arte es para nivelar hacia arriba. Solo
los estúpidos nivelan para abajo.
El galerista real y respetable, el honesto tendero,
sabe y lo demuestra. Escoge con cuidado
a sus artistas con vistas a futuro: no
cree en estrellas fulminantes, en caprichos de moda momentaneos. Elige a sus clientes también, cuida estilos y
líneas. Se especializa. Aprende por
sobre lo que ya sabe. Busca la excelencia. En líneas
generales va sobre seguro. Un galerista
hace negocios, no es un “hacedor de magia”;
el galerista NO CREA NADA. Sólo comercializa. Sólo acerca las partes como todo mero
intermediario.
Hoy, todo se
ha pauperizado por la intervención mayoritaria de los estúpidos; los “galeristas
top” son más importantes que los artistas (que vaya y pase) y hasta que
las obras. El galerista “impone”, “marca tendencias”, “establece
nuevos ídolos icónicos”, y siguen las pavadas de ese tenor que las notas (¿pagas?)
en diarios y revistas que dedican más espacio a enarbolar la gloria de los
galeristas que a recordar al potencial espectador que obras puede apreciar y
dónde. El tendero pasó al centro de la
escena, todo lo demás (el arte) se redujo a decorado descartable. El comprador se enorgullecerá entonces de haberle
comprado algo (ya no importa qué) a
fulanito, “el” galerista
topísimo del momento. ¡Que honor! Obvia aclarar que el galerista topísimo es
indudablemente un estúpido pero el comprador que compra por él sin percatarse
en qué está comprando, es un estúpido
mayor.
Hubo alguna vez por estos lados galeristas tenderos,
personas serias, cultas y honradas, con una vida dedicada al comercio del arte, personas que no
pretendían hacerse ni millonarias ni celebrities
de TV basura de la noche a la mañana;
que no usaban las galerías como pantallas para otros negocios económicamente
muchos más redituables pero –hasta el momento- mal vistos por la ley vigente.
Hubo alguna vez galerías a las que los artistas emergentes soñábamos con
llegar un día, no porque nos auguraran automáticamente el éxito o el dinero
sino porque significaba que habíamos logrado llamar la atención de quienes sabían, que nuestra obra había
evolucionado para poder acceder a la primera plana y sería vista por esos
compradores que sabían aún más que
los galeristas.
Ahora nadie sabe nada y
parece que basta con tener 30 años, usar zapatillas y darle a la cerveza sin
asco para ser los que mandan en el mercado del arte. Con todo respeto: ¡que manga de estúpidos!
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