viernes, 17 de octubre de 2014

Sobre los estúpidos en el arte.  Segunda Parte.


   Hablábamos de los estúpidos estereotipados propaladores de todos los clichés y neologismos idiotas, los “galeristas top”, o citando una reciente nota de La Nación,  “estos raros galeristas nuevos facilitadores de arte versión 3.0”

 “Son amistosos, "redsocialeros", de zapatillas, cero champagne, mucha cerveza, cooperativos, informales, entusiastas... Tienen mayormente entre 30 y 40 años y son la nueva generación de galeristas. Egresados del Barrio Joven, ya compiten en las grandes ligas de arteBA y en las ferias internacionales de igual a igual con las galerías de siempre, pero tienen otro espíritu: huyen del centro y los modelos tradicionales, se animan con galpones en ruinas y son amigos de sus artistas. Puestos en el mapa, dejan libre la zona de Retiro y Recoleta. Los caracteriza la divergencia: cada uno encuentra su receta para huir de la crisis del modelo clásico del galerista de mostrador.”


   Partamos del principio.  Un galerista es un tendero.  Y a mucha honra.  Uno que vende objetos más sofisticados y ciertamente no de primera necesidad, pero un tendero al fin y al cabo. 

   Y el ser determina el proceder: el galerista debe tener una tienda, con un mínimo razonable de dignas paredes donde exhibir su mercadería de modo que luzca apetecible al eventual espectador (el “se animan con galpones en ruinasque alega alegremente la periodista de La Nación pone la piel de gallina a cualquiera que realmente haya intentado colgar en una pocilga herrumbrosa, con goteras por ausencia de chapas en el techo y mugre inerradicable como quien esto escribe).  La tienda debe estar ubicada en un emplazamiento de clase media-alta a alta y/o altísima, ya que -seamos honestos- quien no tiene sus necesidades básicas satisfechas en su pared sin reboque fino pegará a lo sumo una estampita de San Expedito o de La Desatanudos.

  Este particular tendero debe saber vender el producto que tiene a cargo, utilizando quizá un código levemente distinto al del carnicero o al vendedor de lencería, pero hasta ahí, ya que todos han de prometer un disfrute al comprador.  Al carnívoro un asado tierno, al voyeur un espectáculo tentador, al comprador de arte un goce intelectual con reserva de valor inversional -ya que quien desarrolla un gusto por las Bellas Artes suele haber desarrollado en paralelo una educación  por fuera de la curricula oficial del Ministerio de Educación y una economía personal autosustentable que sabe lo que cuesta y pretende preservar-.


   El auténtico galerista debe SABER de qué se trata, ya que la improvisación no sirve en este campo: el consumidor de arte sabe mucho también y no va a comprar sólo porque lo enreden con palabras huecas de vanguardia snob.  No es un comprador de autos usados ni de imitaciones de La Salada.  Apreciar y comprar arte requiere cierto sustento personal, cierto grado de desarrollo esmerado del alma.  ¿Estoy elaborando una argumentación elitista?  Seguramente.  Pero el arte no es para las masas.  El arte quiere el crecimiento personal de cada individuo para que el concepto de masa desaparezca.  El arte pretende el desarrollo espiritual del individuo, lo provoca, lo propende.  El arte es para nivelar hacia arriba.  Solo los estúpidos nivelan para abajo.

   El galerista real y respetable, el honesto tendero, sabe y lo demuestra.  Escoge con cuidado a sus artistas con vistas a futuro:  no cree en estrellas fulminantes, en caprichos de moda momentaneos.  Elige a sus clientes también, cuida estilos y líneas. Se especializa.  Aprende por sobre lo que ya sabe.  Busca la excelencia.   En líneas generales va sobre seguro.  Un galerista hace negocios, no es un “hacedor de magia”; el galerista NO CREA NADA.  Sólo comercializa.  Sólo acerca las partes como todo mero intermediario.  


   Hoy, todo se ha pauperizado por la intervención mayoritaria de los estúpidos; los “galeristas top” son más importantes que los artistas (que vaya y pase) y hasta que las obras.  El galerista “impone”, “marca tendencias”, “establece nuevos ídolos icónicos”, y siguen las pavadas de ese tenor que las notas (¿pagas?) en diarios y revistas que dedican más espacio a enarbolar la gloria de los galeristas que a recordar al potencial espectador que obras puede apreciar y dónde.  El tendero pasó al centro de la escena, todo lo demás (el arte) se redujo a decorado descartable.  El comprador se enorgullecerá entonces de haberle comprado algo (ya no importa qué) a  fulanito, “el” galerista topísimo del momento.  ¡Que honor!  Obvia aclarar que el galerista topísimo es indudablemente un estúpido pero el comprador que compra por él sin percatarse en qué está comprando, es un estúpido mayor.

   Hubo alguna vez por estos lados galeristas tenderos, personas serias, cultas y honradas, con una vida dedicada al comercio del arte, personas que no pretendían hacerse ni millonarias ni celebrities de TV basura de la noche a la mañana;  que no usaban las galerías como pantallas para otros negocios económicamente muchos más redituables pero –hasta el momento- mal vistos por la ley vigente.  

   Hubo alguna vez galerías a las que los artistas emergentes soñábamos con llegar un día, no porque nos auguraran automáticamente el éxito o el dinero sino porque significaba que habíamos logrado llamar la atención de quienes sabían, que nuestra obra había evolucionado para poder acceder a la primera plana y sería vista por esos compradores que sabían aún más que los galeristas.  

   Ahora nadie sabe nada y parece que basta con tener 30 años, usar zapatillas y darle a la cerveza sin asco para ser los que mandan en el mercado del arte.  Con todo respeto: ¡que manga de estúpidos!





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