domingo, 12 de octubre de 2014


      “A las dos horas después de media noche pareció la tierra, de la cual estarían dos leguas.  Amaynaron todas las velas, y quedaron con el treo, que es la vela grande, sin bonetas, y pusiéronse a la corda, temporizando hasta el día viernes que llegaron a una isleta de los Lucayos, que se llamaba en lengua de los Indios GuanahaniLuego vieron gente desnuda, y el Almirante salió a tierra en la barca armada y Martín Alonso Pinzón y Vicente Yáñez, su hermano, que era capitán de la Niña. Sacó el Almirante la bandera real, y los capitanes con dos banderas de la cruz verde, que llevaba el Almirante en todos los navíos por seña, con una F y una Y, encima de cada letra su corona, una de un cabo de la + y otra de otro.  Puesto en tierra vieron árboles muy verdes, y agua  muchas y frutas de diversas maneras.  El Almirante llamó a los dos capitanes y a los demás que saltaron en tierra, y Rodrigo de Escobedo, escribano de toda la armada, y a Rodrigo Sánchez de Segovia, y dijo que diesen por fe y testimonio como él por ante todos tomaba, como de hecho tomó, posesión de dicha Isla por el Rey y por la Reina sus señores… (…) Luego se juntó allí mucha gente de la Isla.  Esto que se sigue son palabras  formales del Almirante en su libro de primera navegación y descubrimiento de estas Indias: “Yo dice él, porque nos tuviesen mucha amistad porque conocí que era gente que mejor se libraría y convertiría a Nuestra Santa Fe con Amor que no por fuerza, les di a algunos de ellos unos bonetes colorados y unas cuentas de vidrio que se ponían al pescuezo, y otras cosas muchas de poco valor, con que hubieron mucho placer y quedaron tanto nuestros que era maravilla. Los cuales después venían a las barcas de los navíos a donde nos estábamos, nadando y nos traían papagayos y hilo de algodón en ovillos y azagayas y otras cosas muchas, y nos las trocaban por otras cosas que nos les dábamos, como cuentecillas de vidrio y cascabeles. (…)Ellos andaban todos desnudos como su madre los parió… muy bien hechos, de muy hermosos cuerpos y muy buenas caras, los cabellos gruesos casi como sedas de cola de caballo y cortos… (…)  Ellos no traen armas ni las conocen, porque les mostré espadas y las tomaban por el filo, y se cortaban con ignorancia.”

Cristóbal Colón, Diario de a Bordo, Editorial Dastin S.L. Madrid 2003, Pág. 105/107.-


     “Habiendo todos dado gracias a Nuestro Señor, arrodillados en tierra, y besándola con lágrimas de alegría por la inmensa gracia que les había hecho, el Almirante se levantó y puso a la isla el nombre de San Salvador. (…) Asistieron a esta fiesta y alegría muchos indios, y viendo el Almirante que eran gente mansa, tranquila y de gran sencillez, les dio algunos bonetes rojos y cuentas de vidrio, las que se ponían en el cuello, y otras cosas de poco valor, que fueron estimadas por ellos que si fueran piedras de mucho precio.  (…) Eran de agradable rostro y de bellas facciones… de estatura mediana, bien formados, de buenas carnes, y de color aceitunado, como los canarios o los campesinos tostados por el sol… (…) Es, sin embargo de advertir, en este caso, que la liberalidad que mostraban en el vender no procedía de que estimasen mucho la materia de las cosas que nosotros les dábamos, sino porque les parecía que por ser nuestras, eran dignas de mucho aprecio, teniendo como hecho cierto que los nuestros eran gente bajada del cielo, y por ello deseaban que les quedase alguna cosa como recuerdo.” 

Hernando Colón,  Historia del Almirante,  Editorial Dastin S.L. Madrid 2003, pág.112/113.


     “Partí en nombre de la Santísima Trinidad la noche de Pascua, con los navíos podridos, abromados, todos hechos agujeros.  Allí en Belén dejé uno y hartas cosas. (…)  Esta gente que vino conmigo han pasado increíbles peligros y trabajos.  Suplico a V.A. porque son pobres, que les manden pagar luego y les hagan mercedes a cada uno según la calidad de la persona que les certifico que, a mi creer, les traen las mejores nuevas que nunca fueron a España. (…) Poco me han aprovechado veinte años de servicio que yo he servido con tantos trabajos y peligros, que hoy e día no tengo en Castilla una teja; si quiero comer o dormir no tengo, salvo mesón o taberna, y las más de las veces falta para pagar el escote.”

Carta de Cristóbal Colón a los Reyes Católicos, Jamaica, 7 de julio de 1503.-


 Unas veces Cristóbal Colón es increíblemente astuto y otras irremediablemente estúpido.  Es un hombre con sueños y fantasías, y naturalmente ésa es una de sus mayores virtudes.  Pero al mismo tiempo es un hombre incapaz de renunciar a sus visiones de iluminado o de reconocer que se ha equivocado y, por lo tanto, es un hombre condenado a cometer errores de cálculos grotescos.
   Mientras regresa a España va pensando, como siempre, que allí todos estarán aguardando su llegada, pero la realidad es que nadie se interesa por él. (…)  Su lettera rarissima, la carta que escribió desde Jamaica, ha colmado la paciencia del rey y la reina; en ella el Almirante emplea un tono excesivamente engreído y delirante.
     El descubridor de América regresa y a nadie le importa. (…)
   Colón alquila una casa en Sevilla donde, según Fernando, ¨descansó algo el Almirante de los trabajos que había padecido¨.  Pero no se tranquiliza… escribe un sinfín de cartas para que los navegantes que sobrevivieron al Alto Viaje a su lado reciban finalmente sus salarios, tres veces le pide al tesorero de Castilla que pague de una vez a sus hombres; es un gesto que le honra. (…)
   Todo termina el 20 de mayo de 1506.  El Almirante del Océano, Virrey y Gobernador de las Indias, recostado en las almohadas y con la cabeza alta, yace en su cama de Valladolid y la corona lo castiga con su desdén. (…)
     Fue la vida de un hombre de su tiempo (…)  Fue y es una gran vida.  Pero Colón termina sus días en el olvido. (…)
     Colón dice: “In manus tuas, Domine, commendo spiritum meum”, en tus manos, señor, encomiendo mi alma.
     Y en a pequeña casa de Valladolid se hace el silencio.”

Klaus Brinkbäumer – Clemens Höges  El último viaje de Cristobal Colón, Ediciones Destino S.A. Barcelona 2006, pág. 443/453.-


     “El empeño mismo de “celebrar” la historia es más que discutible: primero, porque festejar el pasado irremediablemente es una muestra boba de autocomplacencia de los estados (que compartimos, por otra parte, los individuos al empeñarnos en conmemorar nuestros cumpleaños); y segundo, porque en la historia hay mucho que comprender y sobre lo que reflexionar, pero poco por lo que dar  saltos de júbilo pues hasta los mejores logros están demasiado teñidos de abusos y barbaridades.  Todas las grandes transformaciones y avances de los pueblos, aun los más positivos, se ha hecho a costa de sufrimiento de los individuos (cuyo tiempo es distinto y más corto, ay, que el de los historiadores), de modo que el exceso de alharaca al recordarlos siempre es bastante impío.
   Ahora bien: lo contrario de una equivocación no siempre es un acierto.  Tanto se traiciona la seriedad de la memoria histórica convirtiéndola en motivo de cuchipanda como promoviendo por antagonismo una misa negra en la que se fomenta el oscurantismo de proyectar sobre el pasado valores y zozobras actuales. (…)  Quienes hoy deploran ruidosamente los desmanes cometidos por los conquistadores españoles en América lo hacen en nombre de principios jurídicos, políticos y morales modernos, acuñados precisamente en el Renacimiento europeo, una de cuyas empresas más destacada y características fue la invasión del continente americano.  Oyéndoles se diría que se trató de la agresión de un país de la ONU a otro, cuando por aquel entonces las guerras de expolio y conquista eran la práctica común en todas partes y desde luego entre los pueblos de la América precolombina.  (…)  De acuerdo con los baremos valorativos de aztecas o incas, nada raro hay en exterminar si se puede al vecino; los aztecas, yucatecas y guaraníes se lo comían después, con lo que además de su territorio se aprovechaban de sus proteínas.  Los conquistadores y colonizadores trataron en efecto muy mal a los indios, con una dureza semejante a la que practicaban en Europa con los campesinos y los propios soldados rasos del ejército invasor…  De todas formas, aún  preferían muchos súbditos de Moctezuma el trato que les daba Cortés al que recibían de su propio rey y ello explica en cierta medida el éxito del extremeño. Llevaron los microbios de enfermedades desconocidas contra las que los indios no tenían anticuerpos y que les diezmaron, cosa nada infrecuente tampoco en Europa, donde la peste negra había matado en 1347 a un tercio de su población total.  Pero también llevaron a América el trigo, la cebada, el olivo, la vid, el centeno, el ajo y las cebollas, la avena, la caña de azúcar, el arroz, junto a caballos, ovejas, cerdos, cabras, vacas y otras cosillas que ayudaron a variar un tanto la dieta de maíz, patatas y enemigos asados que por allí se estilaba. (…)
   Es una lástima que los procedimientos que la historia gasta en sus transformaciones no sean más delicados, pero parece más sensato extender y universalizar sus ventajas que hacer melindres sobre cómo se consiguieron las que ahora unos cuantos disfrutamos.  Lo contrario es un ´insulto a la inteligencia´ como diría Joseba Azcárraga.”

Fernando Savater, Libre Mente Espasa Calpe S.A., Madrid 1995, pág. 36/39.-

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