“A
las dos horas después de media noche pareció la tierra, de la cual estarían dos
leguas. Amaynaron todas las velas, y
quedaron con el treo, que es la vela grande, sin bonetas, y pusiéronse a la
corda, temporizando hasta el día viernes que llegaron a una isleta de los
Lucayos, que se llamaba en lengua de los Indios Guanahani.
Luego vieron gente desnuda, y el
Almirante salió a tierra en la barca armada y Martín Alonso Pinzón y Vicente
Yáñez, su hermano, que era capitán de la Niña. Sacó el Almirante la bandera
real, y los capitanes con dos banderas de la cruz verde, que llevaba el
Almirante en todos los navíos por seña, con una F y una Y, encima de cada letra
su corona, una de un cabo de la + y otra de otro. Puesto en tierra vieron árboles muy verdes, y
agua muchas y frutas de diversas
maneras. El Almirante llamó a los dos
capitanes y a los demás que saltaron en tierra, y Rodrigo de Escobedo,
escribano de toda la armada, y a Rodrigo Sánchez de Segovia, y dijo que diesen
por fe y testimonio como él por ante todos tomaba, como de hecho tomó, posesión
de dicha Isla por el Rey y por la Reina sus señores… (…) Luego se juntó allí
mucha gente de la Isla. Esto que se sigue
son palabras formales del Almirante en
su libro de primera navegación y descubrimiento de estas Indias: “Yo dice él,
porque nos tuviesen mucha amistad porque conocí que era gente que mejor se
libraría y convertiría a Nuestra Santa Fe con Amor que no por fuerza, les di a
algunos de ellos unos bonetes colorados y unas cuentas de vidrio que se ponían
al pescuezo, y otras cosas muchas de poco valor, con que hubieron mucho placer
y quedaron tanto nuestros que era maravilla. Los cuales después venían a las
barcas de los navíos a donde nos estábamos, nadando y nos traían papagayos y
hilo de algodón en ovillos y azagayas y otras cosas muchas, y nos las trocaban
por otras cosas que nos les dábamos, como cuentecillas de vidrio y cascabeles.
(…)Ellos andaban todos desnudos como su madre los parió… muy bien hechos, de
muy hermosos cuerpos y muy buenas caras, los cabellos gruesos casi como sedas
de cola de caballo y cortos… (…) Ellos
no traen armas ni las conocen, porque les mostré espadas y las tomaban por el
filo, y se cortaban con ignorancia.”
Cristóbal
Colón, Diario de a Bordo, Editorial Dastin
S.L. Madrid 2003, Pág. 105/107.-
“Habiendo todos dado gracias a Nuestro Señor,
arrodillados en tierra, y besándola con lágrimas de alegría por la inmensa
gracia que les había hecho, el Almirante se levantó y puso a la isla el nombre
de San Salvador. (…) Asistieron a esta fiesta y alegría muchos indios, y viendo
el Almirante que eran gente mansa, tranquila y de gran sencillez, les dio
algunos bonetes rojos y cuentas de vidrio, las que se ponían en el cuello, y
otras cosas de poco valor, que fueron estimadas por ellos que si fueran piedras
de mucho precio. (…) Eran de agradable
rostro y de bellas facciones… de estatura mediana, bien formados, de buenas
carnes, y de color aceitunado, como los canarios o los campesinos tostados por
el sol… (…) Es, sin embargo de advertir, en este caso, que la liberalidad que
mostraban en el vender no procedía de que estimasen mucho la materia de las
cosas que nosotros les dábamos, sino porque les parecía que por ser nuestras,
eran dignas de mucho aprecio, teniendo como hecho cierto que los nuestros eran
gente bajada del cielo, y por ello deseaban que les quedase alguna cosa como
recuerdo.”
Hernando Colón, Historia del Almirante, Editorial Dastin S.L. Madrid 2003, pág.112/113.
“Partí
en nombre de la Santísima Trinidad la noche de Pascua, con los navíos podridos,
abromados, todos hechos agujeros. Allí
en Belén dejé uno y hartas cosas. (…) Esta
gente que vino conmigo han pasado increíbles peligros y trabajos. Suplico a V.A. porque son pobres, que les
manden pagar luego y les hagan mercedes a cada uno según la calidad de la persona
que les certifico que, a mi creer, les traen las mejores nuevas que nunca
fueron a España. (…) Poco me han aprovechado veinte años de servicio que yo he
servido con tantos trabajos y peligros, que hoy e día no tengo en Castilla una
teja; si quiero comer o dormir no tengo, salvo mesón o taberna, y las más de
las veces falta para pagar el escote.”
Carta
de Cristóbal Colón a los Reyes Católicos, Jamaica, 7 de julio de 1503.-
“Unas veces Cristóbal Colón es increíblemente
astuto y otras irremediablemente estúpido.
Es un hombre con sueños y fantasías, y naturalmente ésa es una de sus
mayores virtudes. Pero al mismo tiempo
es un hombre incapaz de renunciar a sus visiones de iluminado o de reconocer
que se ha equivocado y, por lo tanto, es un hombre condenado a cometer errores
de cálculos grotescos.
Mientras regresa a España va pensando, como
siempre, que allí todos estarán aguardando su llegada, pero la realidad es que
nadie se interesa por él. (…) Su lettera
rarissima, la carta que escribió desde Jamaica, ha colmado la paciencia del rey
y la reina; en ella el Almirante emplea un tono excesivamente engreído y
delirante.
El descubridor de América regresa y a nadie
le importa. (…)
Colón alquila una casa en Sevilla donde,
según Fernando, ¨descansó algo el Almirante de los trabajos que había
padecido¨. Pero no se tranquiliza…
escribe un sinfín de cartas para que los navegantes que sobrevivieron al Alto
Viaje a su lado reciban finalmente sus salarios, tres veces le pide al tesorero
de Castilla que pague de una vez a sus hombres; es un gesto que le honra. (…)
Todo termina el 20 de mayo de 1506. El Almirante del Océano, Virrey y Gobernador
de las Indias, recostado en las almohadas y con la cabeza alta, yace en su cama
de Valladolid y la corona lo castiga con su desdén. (…)
Fue la vida de un hombre de su tiempo (…) Fue y es una gran vida. Pero Colón termina sus días en el olvido. (…)
Colón dice: “In manus tuas, Domine, commendo
spiritum meum”, en tus manos, señor, encomiendo mi alma.
Y en a pequeña casa de Valladolid se hace el
silencio.”
Klaus
Brinkbäumer – Clemens Höges El último viaje de Cristobal Colón, Ediciones
Destino S.A. Barcelona 2006, pág. 443/453.-
“El
empeño mismo de “celebrar” la historia es más que discutible: primero, porque
festejar el pasado irremediablemente es una muestra boba de autocomplacencia de
los estados (que compartimos, por otra parte, los individuos al empeñarnos en
conmemorar nuestros cumpleaños); y segundo, porque en la historia hay mucho que
comprender y sobre lo que reflexionar, pero poco por lo que dar saltos de júbilo pues hasta los mejores
logros están demasiado teñidos de abusos y barbaridades. Todas las grandes transformaciones y avances
de los pueblos, aun los más positivos, se ha hecho a costa de sufrimiento de
los individuos (cuyo tiempo es distinto y más corto, ay, que el de los
historiadores), de modo que el exceso de alharaca al recordarlos siempre es
bastante impío.
Ahora bien: lo contrario de una equivocación
no siempre es un acierto. Tanto se
traiciona la seriedad de la memoria histórica convirtiéndola en motivo de
cuchipanda como promoviendo por antagonismo una misa negra en la que se fomenta
el oscurantismo de proyectar sobre el pasado valores y zozobras actuales. (…) Quienes hoy deploran ruidosamente los
desmanes cometidos por los conquistadores españoles en América lo hacen en nombre
de principios jurídicos, políticos y morales modernos, acuñados precisamente en
el Renacimiento europeo, una de cuyas empresas más destacada y características
fue la invasión del continente americano.
Oyéndoles se diría que se trató de la agresión de un país de la ONU a
otro, cuando por aquel entonces las guerras de expolio y conquista eran la
práctica común en todas partes y desde luego entre los pueblos de la América
precolombina. (…) De acuerdo con los baremos valorativos de
aztecas o incas, nada raro hay en exterminar si se puede al vecino; los
aztecas, yucatecas y guaraníes se lo comían después, con lo que además de su
territorio se aprovechaban de sus proteínas.
Los conquistadores y colonizadores trataron en efecto muy mal a los
indios, con una dureza semejante a la que practicaban en Europa con los campesinos
y los propios soldados rasos del ejército invasor… De todas formas, aún preferían muchos súbditos de Moctezuma el
trato que les daba Cortés al que recibían de su propio rey y ello explica en
cierta medida el éxito del extremeño. Llevaron los microbios de enfermedades
desconocidas contra las que los indios no tenían anticuerpos y que les
diezmaron, cosa nada infrecuente tampoco en Europa, donde la peste negra había
matado en 1347 a un tercio de su población total. Pero también llevaron a América el trigo, la
cebada, el olivo, la vid, el centeno, el ajo y las cebollas, la avena, la caña
de azúcar, el arroz, junto a caballos, ovejas, cerdos, cabras, vacas y otras
cosillas que ayudaron a variar un tanto la dieta de maíz, patatas y enemigos asados
que por allí se estilaba. (…)
Es
una lástima que los procedimientos que la historia gasta en sus transformaciones
no sean más delicados, pero parece más sensato extender y universalizar sus
ventajas que hacer melindres sobre cómo se consiguieron las que ahora unos
cuantos disfrutamos. Lo contrario es un ´insulto
a la inteligencia´ como diría Joseba Azcárraga.”
Fernando
Savater, Libre Mente Espasa
Calpe S.A., Madrid 1995, pág. 36/39.-
No hay comentarios:
Publicar un comentario