jueves, 30 de octubre de 2014

Por qué dedicarse al arte.  Otros casos prácticos.


   “Nunca supe ser un alumno mediocre.  A veces, parecía negado a toda enseñanza, dando muestras de la inteligencia más obtusa, y otras me lanzaba al estudio con un frenesí, una paciencia y una voluntad de aprender que desconcertaban a todo el mundo.  Pero, para que mi celo se sintiera estimulado, había que ofrecerme forzosamente algo que me complaciera.  Atraído por lo que se me ofrecía, mostraba entonces un apetito insaciable.

   El primero de mis profesores, don Esteban Trayter, me repitió durante un año que Dios no existía.  Para hacer más hincapié, añadía que la religión era ´cuestión de mujeres´.  A pesar de mi escasa edad, esta idea me seducía.  Se me antojaba de una autenticidad resplandeciente.  Tenía ocasión de comprobarla a diario en mi familia, donde únicamente las mujeres frecuentaban la iglesia, mientras que mi padre se negaba a hacerlo proclamándose librepensador.  Para mejor afirmar la independencia de sus ideas, esmaltaba el más insignificante de sus discursos con blasfemias enormes y pintorescas.  Si alguien se lo reprochaba, se complacía en repetir el aforismo de su amigo Gabriel Alomar: ´La blasfemia constituye el ornato más bello del idioma catalán´.

(…)  En esa época de mi infancia, cuando mi espíritu se afanaba por saber, yo no encontraba en la biblioteca de mi padre otra cosa que libros ateos.  Hojeándolos, aprendí con todo celo, sin dejar prueba alguna al azar, que Dios no existe.  (…)  Cuando descubrí a Nietzsche por primera vez, quedé profundamente atónito.  Vi que tenía la audacia de afirmar en letras de molde: ´¡Dios ha muerto!´.  ¿Cómo se explicaba eso?  ¡Había estado aprendiendo que Dios no existía, y ahora alguien me participaba su defunción! Zaratustra se me antojaba un héroe fabuloso de quién admiraba la grandeza del alma, pero al mismo tiempo se daba a conocer con unas puerilidades que yo, Dalí, hacía tiempo que había superado.  ¡Tiempo llegaría en que yo habría de ser más grande que él!  El día de mi primera lectura de Así hablaba Zaratustra, me formé ya mi concepto de Nietzsche.  ¡Se trataba de un hombre débil, que había tenido la debilidad de volverse loco!  Estas reflexiones me proporcionaron los elementos de mi primera consigna, aquella que debería convertirse, andando el tiempo, en el lema de mi vida: ´¡La única diferencia entre un loco y yo es la de que yo no estoy loco!´. (…)

…Bastó para que me expulsaran de la familia.  Me vi repudiado por haber estudiado con exceso de celo y seguido al pie de la letra la enseñanza atea y anarquizante de los libros de mi progenitor, que no estaba en modo alguno dispuesto a tolerar que yo le superara en nada, ni mucho menos a consentir que mis blasfemias fuesen aún peores que las suyas.”

Salvador Dalí, Diario de un Genio  Tusquets Editores Barcelona 1992, páginas 17/21.

     “Ilustrísimo Señor, habiendo visto y considerado suficientemente las experiencias de todos los que se dicen maestros e inventores de máquinas de guerra, y encontrando que sus máquinas no difieren en nada de las que se emplean comúnmente, trataré, sin ánimo de perjudicar a nadie, de hacerme entender por Vuestra Excelencia para informaros de mis secretos y demostraros cuando gustéis todas las cosas enumeradas brevemente aquí debajo:

1.- Puedo construir unos puentes muy ligeros, sólidos, robustos y fácilmente transportables, para perseguir y, en caso de necesidad, hacer huir al enemigo, y otros más sólidos que resistan al fuego y al asalto, cómodos y fáciles de quitar y poner.  También tengo los medios para quemar y destruir los del enemigo.

2.- Para el sitio de una plaza fuerte, sé como sacar el agua de los fosos y construir una infinidad de puentes, arietes y escalas y otros ingenios adecuados a este tipo de empresa.

3.- Ítem, si una plaza no puede ser reducida por medio de un bombardeo a causa de la altura de su glacis o de su fuerte posición, tengo los medios de destruir cualquier ciudadela o plaza fuerte cuyos cimientos no reposen en la tierra.

4.- Tengo también métodos para hacer bombardas muy cómodas y fáciles de transportar, que lanzan piedras diminutas casi a semejanza de una tempestad, causando gran terror al enemigo por su humo y gran daño y confusión.

5.- Ítem, tengo también el medio, a través de subterráneos y pasos secretos y tortuosos, excavados sin ruido, de llegar al lugar determinado, aunque para ello se hubiera de pasar por debajo de fosos o de algún río.

6.- Ítem, haré carros cubiertos, seguros e inatacables que penetrarán en las filas enemigas con su artillería, y no habrá compañía de hombres armados, por grande que sea, que no puedan derribar; la infantería podrá seguirlos impunemente y sin tropezar con obstáculos.

7. Ítem, en caso de necesidad haré bombardas, morteros y hombres de paja con formas muy bellas y útiles, completamente diferentes a las que se emplean comúnmente.

8.- Donde el empleo del cañón no sea posible, fabricaré catapultas, maganeles, trabucos y otras máquinas de admirable eficacia poco usadas en general.  Resumiendo, según los casos, fabricaré un número infinito de ingenios variados, tantos para el ataque como para la defensa.

9.- Y si el combate fuera en el mar, tengo planes para construir unos ingenios muy apropiados para el ataque o la defensa, unos navíos que resisten al fuego de las más grandes bombardas, a la pólvora y al humo.

10.- En tiempo de paz creo poder igualar a cualquiera en arquitectura, en la construcción de edificios públicos y privados y en la conducción del agua de un lugar a otro.

  Ítem, puedo ejecutar esculturas en mármol, bronce o terracota; lo mismo en pintura, mi obra puede igualar a la de cualquiera.

  Además, emprenderé la ejecución del caballo de bronce que será gloria inmortal y homenaje eterno a la feliz memoria de vuestro Señor padre y a la ilustre casa de los Sforza.

  Y si alguna de las cosas arriba numerada pareciera imposible o impracticable, me ofrezco a experimentarla en vuestro parque o en cualquier otro lugar que plazca a Vuestra Excelencia, a quien me encomiendo con toda humildad.”

Leonardo Da Vinci, carta de presentación a Ludovico el Moro, Milán 1482, Códice AtlánticoJosé Enrique Ruiz-Domenec  Leonardo Da Vinci o el Mistero de la Belleza, Ediciones Península, Barcelona 2005, páginas 87/89.
  


     “Paul Gauguin contrajo matrimonio poco antes de los treinta años, una edad muy adecuada.  Muy atinado estuvo también en la elección de esposa: Mette-Sophie Gad, una joven dela alta burguesía de Copenhague.  Por aquella época, Gauguin, que había abandonado su carrera de marino mercante, trabajaba como agente de bolsa y tenía excelentes ganancias.   De su matrimonio con Mette nacieron cinco hijos.  Los buenos maridos escasean y Gauguin era un marido más que pasable.  Pero de pronto, alrededor de los treinta y cinco años, lo vemos cambiar radicalmente y abandonar trabajo, casa y familia.  ¿Para qué?  ¡Para pintar!  En una novela muy conocida de Somerset Maugham, ´La luna y seis peniques´, nos refiere su autor que la esposa de Gauguin, cuando supo el motivo de la decisión de su marido, se preguntaba atónita que por qué no le habría hablado jamás de su pasión por la pintura.

  Pero independientemente de si la ignoraba o no, queda en pie la pregunta principal: ¿Por qué el arte es tan a menudo incompatible con la vida ordenada del común de la gente?  Si se le hubiera preguntado a Gauguin, probablemente habría contestado: “¡Porque la vida ordenada del común de la gente no es vida!”

  El mundo en que vivía –el mundo de una pequeña burguesía dominado por los convencionalismos sociales- le parecía pobre y limitado.  Y su vocación artística necesitaba una libertad que no era conciliable con su rutinario trabajo ni con las preocupaciones cotidianas.  Gauguin abandonó, pues, una existencia que no se había hecho para él.  Y a los treinta y cinco años comenzó a vivir de verdad.  (…) 

…Se vio atraído irresistiblemente  por las lejanas islas de los mares del Sur, hacia las que partió en 1891.  Primero en Tahití y luego en las islas Marquesas, encontró esa porción del paraíso que un hombre puede gozar ya en la tierra.  En la Polinesia, el pintor carecía de predecesores, estaba libre de la influencias de escuelas y modelos y podía pintar con el fervor y la inocencia de los artistas primitivos.  Los habitantes de las islas lo adoraban… los blancos, por el contrario, lo evitaban.  Aquel francés extravagante, siempre sin dinero, que andaba semidesnudo y azuzaba a los indígenas contra el gobierno colonial, era un peligro público…  Los misioneros protestantes prohibieron a los indígenas que frecuentasen la cabaña del pintor, considerada como un lugar de perdición.  Pero Gauguin no podía renunciar a sus modelos.  Las mujeres eran su tema preferido y no se cansaba de cantar en sus cuadros su exuberante belleza, la gracia flexible de sus cuerpos, la fascinación de sus rostros, enigmáticos como ídolos… Alguna de ellas, después de haber posado, siguió a su lado; como Pahura, la muchacha más hermosa de Papeete, que le dio dos hijos.”


Femirama, Editorial Codex SA Buenos Aires 1963, Tomo II,  páginas 28/29.


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