domingo, 26 de octubre de 2014
























     El suplemento Sábado de La Nación trajo ayer un interesante reportaje a Guillermo Kuitca, hoy por hoy el artista argentino consagrado internacionalmente más representativo de nuestro arte contemporáneo.

     Si bien personalmente no me gusta la obra de Kuitca (lo digo siempre: soy dibujante, tengo atávicos prejuicios hacia los artistas que no dibujan; es como un escritor que no sepa leer: altera mi sentido de la lógica), pero en esta entrevista explica su proceso creativo de un modo maravilloso y, por sobre todo, honesto.  Me temo que muchas estrellitas consagradas del medio artístico local ignoran el concepto de honestidad si se le acerca alguien a hacerles una nota (predomina el concepto de auto promoción), por lo que la franqueza de Kuitca me sorprendió y me lo develó como un artista contundentemente auténtico.

    Me puse como tarea para el hogar el sentarme a reconsiderar su obra y mis estúpidos prejuicios.

   Transcribo unos fragmentos:

Cuando mirás hacia atrás y ves todo tu recorrido, ¿cómo explicás el reconocimiento internacional al que llegaste?
-No tengo la menor idea.  Sé que trabajé mucho.  Mi vida es básicamente haber trabajado en mi obra, haber dado lo mejor y lo que podía, pero eso no quiere decir que los demás lo vayan a reconocer.  Tampoco es tan parejo y tan permanente ni todo el tiempo ni en todos los lugares.  Uno habla de reconocimiento y se imagina que es una situación que ya sucedió y que no va a cambiar nunca.  Algo curioso que quizá pasó en mi carrera es que haya transcurrido tanto tiempo y que se haya mantenido en ese nivel de aceptación.  Pero cambia.  Hay países donde expongo muy fluidamente y otros no.  No es que uno queda ahí como una especie de vaca sagrada y punto.
El arte es también un mercado complejo con muchos actores en juego.  ¿Qué aprendiste en todos estos años?
-Soy un muy mal observador del mercado del arte; tengo las antenas abiertas, pero no entiendo muy bien a qué reglas obedece.  Son demasiados actores, es cada vez más complicado, cada vez hay más subespecializaciones, y de a poco, se produce una especie de distanciamiento.  Tengo la suerte de no tener que vender u ofrecer mi obra, y eso me permite manejarme con mucha distancia sobre las transacciones concretas.  Además, hay todo un mercado secundario del cual yo no tengo ningún control ni beneficio.
¿Pensás en cómo el público va a reaccionar frene a tu obra?
-A veces pienso, y en general no.  Me interesa mucho que la gente vea mi trabajo y me importa.  Pero no tengo la menor idea de cómo pensar o ponerme en el lugar del otro.  Sería muy artificial y hasta demagógico decir que eso forma parte de mi proceso creativo porque no está ahí. (…) Sé qué tengo que hacer lugar a las intuiciones, estar muy alerta de que eso que pienso es la señal que debo seguir y no correrla pensando que es una mala idea.  Aprendo a seguir aún las malas ideas que se me ocurren cuando trabajo.  Y algo del proceso creativo tiene que ver con la edición de mi propia obra, con poner en combustión mi propio trabajo: lo que muestro y no muestro, las obras que dialogan entre sí, las que se enfrentan.  No es metódico, pero es un armado de un proceso más formal.  El acto de pintar es para mí cada vez más intuitivo.”


Entrevista de Nathalie Kantt, sección Mesa para dos: Guillermo Kuitca “No tengo grandes mensajes para dar”, La Nación,  suplemento Sábado  del 25 de Octubre de 2014,  página 8.


    Unos días atrás me llegó por mail una publicación titulada “Como ser un artista contemporáneo”.  No me detuve a leerla ya que, confieso, me pareció una premisa estúpida.  ¿Cómo “ser”?  Uno es o no es contemporáneo.  Punto.  Pero tras leer lo de Kuitca e influida por un espíritu revisionista, pasé a considerarla con amable atención.

  "Cómo ser un artista contemporáneo
Un proyecto para discutir cuál es la escena donde nos toca ser parte
por Pilar Altilio

En múltiples manifestaciones a las que podemos asistir presencial o virtualmente, la figura del artista contemporáneo no encaja fácilmente con aquellas definiciones con las que crecimos o fuimos formados en los sistemas de educación sistemática. No se trata solamente de querer definirlo, pues algo sabemos de lo difícil que resulta dar parámetros regulares para cada actividad cuando los soportes se multiplican, los accesos se expanden y lo presencial se desvanece. Pero es más que interesante discutir estas cuestiones, entre pares y adherentes, pues estamos de alguna u otra manera con los pies en el mismo plato, y lo que es interesante, preguntándonos lo mismo."

   Bueno, hasta ahí íbamos bien, sólo que lo que yo suelo preguntarme es qué es arte y que no, el hecho de ser contemporáneo es una mera circunstancia temporal. Sigamos.


  "Cuando despuntaban los ochenta del siglo pasado asistimos a la reformulación de paradigmas a partir de un encuadre que tomaba el término acuñado por Lyotard como posmodernidad, una mirada que nos permitía segmentar como quisiéramos la historia y valernos de esa mixtura para poder expresar lo contemporáneo. Pero a poco de avanzar, leíamos en autores como Michel Maffesoli y encontrábamos otra visión, algunos países no habiendo alcanzado la modernidad, mal podrían encuadrar en la posmodernidad. Lyotard había anticipado y lo que es mejor, acertado en que el conocimiento iba a funcionar como a medida, es decir por pedido, no como algo codificado por los académicos sino democratizado al punto de que cada uno determinaría un acceso personal al mismo enorme bagaje que la humanidad almacena. En esa sustancia teórica hay unas claves importantes para acercarnos al escenario de lo que nos muestra el arte contemporáneo. No es un corpus homogéneo sino extremadamente heterogéneo, lo que fue mainstream, dominante en una época, se traslada a otros campos y territorios totalmente disociados de esa expresión. "

  Bien, mis prejuicios no siempre están necesariamente mal fundamentados.  Cuando un texto que pretende explicar algo se cierra sobre sí mismo para tornarse inentendible se enciende la lucesita roja que chilla “dange, danger” y la mano de un “crítico de arte” se eleva arrogante como autor de la maraña.  ¿Quería decir que el arte contemporáneo es una mescolanza, que no sigue una línea, que es tan actual y palpitante como gente actual está haciéndolo a un mismo tiempo?  No era tan difícil de decir.

   Pero parte la autora de un error:  los paradigmas no se formulan a gusto y piacere de críticos, curadores o coleccionistas.  Los paradigmas son, se descubren, se interpretan.  Responden al ethos colectivo y suelen estar delimitados por etnias, geografías, y –obviamente- su tiempo.  Me temo que siempre el paradigma es contemporáneo a la comunidad que lo conforma y que el observador necesita distancia (que sea pasado) para poder apreciarlo.

   El artículo seguía un poco más y prometía una segunda parte.  Su fuente para el que le interese:


     Sobre la cuestión prefiero adherir a  Stéphane Mallarmé, quien  dijo que ningún verdadero artista es contemporáneo de su época: su tiempo es el futuro.  Lo que ratifica Wilde:   “Hay algo de vulgar en el éxito; los grandes hombres fracasan o, al menos en su época, parecen haber fracasado.” 



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